Salem, 1692

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Ante George, todo lo que se extendía era un prado verde moteado de flores. La cuesta era ligeramente empinada.

El sol, alto en el cielo, hacía que le cayeran gotas de sudor por la frente. Hacía mucho, mucho calor.

Se paró al ver alzarse una casa frente a él.

Era una casa alta de madera, modesta. Suficiente grande para que pudieran vivir tres o cuatro personas.

A través de una ventana lateral pudo ver a una chica joven, rubia, de unos veinte años, cogiendo en brazos a una niña, también rubia, que debía tener unos siete años.

La mayor empezó a hacerle cosquillas a la pequeña, y las dos rieron.

George las observó y se replanteó su misión. Destrozar otra familia, robarle la felicidad a una hermana menor, a una niña de siete años.

La voz de Aron resonó en su cabeza.

“Por el bien de tu familia”.

Apretó los dientes, hizo de tripas corazón y avanzó hasta la puerta. Respiró hondo un par de veces, y entonces tiró la puerta abajo.

La chica de veinte años (Aron le había dicho que se llamaba Arlene) y la niña pequeña se giraron sobresaltadas y, al verle, se les borraron las sonrisas de la cara. Arlene empujó a la niña detrás suyo a modo de protección y miró a George, suplicándole.

George hizo caso omiso de la presión que sentía en el pecho y avanzó hacia Arlene.

-No –susurró ella-. No.

Sus penetrantes ojos azules se posaron en los de él.

-Por favor, no hay nadie que pueda cuidarla. Sólo tiene siete años.

George apartó sus ojos de ella y la cogió por los brazos.

-No –suplicaba ella-. ¡NO!

Arlene pataleó, sin acertar al objetivo, mientras su hermana lloraba, asustada, sin saber qué hacer ni comprender del todo qué estaba pasando.

-¡Amanda! –Gritó Arlene, con lágrimas en los ojos mientras George la sacaba por la puerta-. ¡No te preocupes, todo saldrá bien! Busca a Bill, él y Kendara cuidarán de ti.

Arlene siguió hablando, pero Amanda ya no podía escucharla. Se había ido.

-¿Por qué haces esto? –preguntó Arlene mientras George terminaba de amarrarla a una silla y se sentaba en otra frente a ella.

No obtuvo respuesta.

-¿Qué quieres de mí?

Al ver que él no respondía, sino que se limitaba a encender un cigarro y empezar a fumar mientras miraba al suelo, le vino otra idea a la mente.

-¿Es que te pagan por retenerme aquí?

George levantó la cabeza y la observó atentamente. Era muy guapa. Su pelo rubio contrastaba a la perfección con su vestido negro, el cual resaltaba sus oscuros ojos azules.

Al escarbar en esos ojos vio la vida que acababa de robar. Esa chica podía haber seguido siendo feliz con su hermana, tendría amigos, e incluso podría tener un novio esperando a casarse con ella.

Había arrebatado otra vida.

No sabía por qué le afectaba tanto. Al fin y al cabo, llevaba haciendo eso durante años. Vida tras vida. Familia tras familia. Siempre dejaba un rastro de las lágrimas que derramaban los niños al ver cómo se llevaba a sus padres y hermanos. Solos, indefensos.

-Tienen a mi esposa y a mi hija –dijo al fin-. Me han amenazado.

Levantó la vista hasta sus ojos y suplicó.

Salem, 1692Donde viven las historias. Descúbrelo ahora