El amor se viste de demonio

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Nunca faltan esas malditas y, hasta algunas veces, morbosas ganas de poseer tu frágil cuerpo, ese cuerpo fresco y dulce, una vez más, tan solo una vez más.
Recorrer con las yemas de mis dedos ese glorioso y, según aquellos, diminuto cuerpo tuyo que ninguno, salvo yo, ha logrado gozar sin afán.
Pasear mis manos por tus muslos y caderas, abriendo camino hacia ti.
Tus minúsculos senos, tan pequeños como cerezas viejas, han sido mi deleite cada noche en las que ese recuerdo se pasea arrogante por mi mente. Has sido mi deleite, mi mayor placer en este mundo sucio y cruel. Entre tus cálidos muslos encontró mi pena reposo, en ese monte espeso descansó por fin mi ser.

La noche fue cómplice de tu destino infernal y de mi dicha celestial. Si aquel mandado tu madre se hubiera negado a encomendarte con apuros, aún serias una niña y no un pedazo insignificante de señora.

Pero la lujuria, ese inmundo y divino pecado se alojó en mi costado. Susurraba a mi oído: "Hazla tuya" "Que sea tuya y solamente tuya" "Hazla Tuya" "Que sea tuya y solamente tuya".

Te vi sola e indefensa en la noche oscura como un polluelo asustado en un potrero, casi muerto. Cual alimento para golero. Extendí mis alas, levanté mi vuelo. Mis garras destrozaron esos viejos harapos que te regaló tu Tía Clemencia y también rasgué la piel morena de tu inmaculado cuerpo. Tus ojos a la luz de la luna gritaban con gran temor: "Socorro, socorro, socorro".

Pero tus labios y tu voz te traicionaron porque en el fondo eras victima al igual que yo del mal que nos poseía.

Lagrimas tus ojos derramaron, manantiales de agua salada brotaban sin cesar: "Detente por favor que duele". Fruto de mi placer era el gemido que salía de tu boca una y otra vez con pesar.

Si a mi alma algo de bondad le quedara con mi gruesa voz te hubiese gritado "Perdóneme niña Diana, huya de mí ahora" Pero negra es ahora mi alma.
"Soy tan solo una desdichada alma, para por amor de Dios" decías incrédula. Como si el nombre de Dios protegerte de mí pudiera.

Te pegué una y otra vez puños y patadas sin descanso en tu débil cara, barriga y sexo con esmero. Pellizcaba intensamente tus pezones, con mi sucia y maloliente boca besaba tus labios ya mojados, cediendo por fin a mis caprichos.

Sangre, tus viejos, entre tus muslos encontraron ya entrada el alba de ese viernes para ellos santo.

"Azotada y humillada encontraron a la virgen Diana desflorada" rumoraban en la plaza cardenales envidiosos de mi hazaña.

Qué revuelo hubo en el pueblo. "El demonio vive entre nosotros" gritaban las fieles cristianas. "Que se apiade Dios de nuestra alma" vociferaban jóvenes y viejos.

Durante un milenio en ese olvidado, por Dios, pueblo, niñas, jovencitas y vírgenes señoras en las noches amarradas a un horcón dormían solas.

Pobre alma mía, diminuta y pecadora como la de un bebé que goza de placer prendido de la teta de su mamá, no por hambre ni por sed sino más bien por lamer ese trozo de carne dulce como la miel.

Que culpa tengo que al Cielo se le antojara brindarme tanta dicha esa noche de Abril.

Victima fui de tu belleza seductora. Eras tan pecadora como aquel ángel de belleza prodigiosa que expulsado fue de los Cielos por sus espeluznantes deseos.

Apilada la multitud con garrotes, hachas, machetes y antorchas. Se encuentran ellos delante y detrás de mi casa.

Aroma puro y casto entre tu moruno aún se asoma. Ruego al cielo que esta dicha nunca cesara.

Quemaron mi choza, quebraron mis huesos y a mi boca ni una muela para mascar arroz dejaron, las uñas de mis dedos una a una arrancaron. Con un cuchillo de picar cebollas amputaron aquel miembro flácido que en sus días de gloria con caricia intima templado se ponía. Mis verdes ojos con cucharas calientes sacaron de mi rostro y mi lengua en una olla cocinaron. Mis orejas los perros masticaban con dulzura, premio de su exhaustiva búsqueda.

Terrones de piedra y bloques hacía mí volaban como codornices asustadas. Qué puntería tenían esos vergajos niños que con esmero lanzaban al ritmo de las rulas de los viejos.

-¡Dejen a Domingo Eulalio en paz! - Gritó mi amada Aurora. - Devoto mi marido de la virgen nunca señora él por siglos siempre ha sido -. Un trancazo en la boca recibió con cariño mi amada señora.

Es tiempo para Domingo ya de partir al infierno embajada del pecado, del dolor y desdicha para las almas que ceden a mis arrebatos.

Debo confesar que nunca de esta tierra ni de sus vidas yo me iré. Soy el mal que habita en las sombras y a usted que lee esto le llegará, como a Domingo, su hora.

Todos aunque luchen toda su vida al final sucumbirán a mis encantos y es que tengo muchos encantos para enamorarte.

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⏰ Última actualización: Oct 17, 2016 ⏰

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