Toda historia tiene un comienzo.

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Abrí los ojos, era miércoles por la mañana, me miré al espejo y me di cuenta que ya no daba emoción despertar con vida; es una locura, tan solo 15 años, tengo mucho por vivir, que flojera.
Llegué al salón de clases; me senté en el mismo lugar de siempre, al lado de la ventana, lugar perfecto para poner mi mente a volar y no escuchar las aburridas historias del profesor de lenguaje.
Que injusto, hay un hermoso día  lluvioso allí afuera y yo aquí encerrada; no debería ser así, quiero ser libre como las palomas que se posan en el poste que está justo frente a la ventana y me miran con sus feos ojos queriendo resfregarme su libertad en la cara.
  Me aburria; quería irme a casa, no más clases. Miraba el reloj tantas veces como respiraba, el recreo no era nada interesante pero podía dormir 15 minutos, eso si es emocionante.
  Por fin; tocó el timbre pero no era buena idea dormir en ese momento, me tocaría la clase de gimnasia y eso es un poco más horrible que lenguaje.
Fui al gimnasio y ahí estaba la profesora, más gruñona de lo normal, -estoy muerta, pensé. Pues siempre me llamaba la atención por mi bajo rendimiento en los ejercicios; pero esta vez tenía una idea para librarme de su clase. -Doce vueltas al rededor del gimnacio en menos de 15 minutos, gritó.
Di dos vueltas y me senté en el piso. Se acerco a mi y dijo -¿Que sucede Aura? Deberias estar corriendo. -Me siento mal, quiero vomitar y no tengo fuerzas para levantarme a correr. -Eres bastante astuta jovencita, te conosco solo quieres saltarte mi clase pero no puedo arriesgarme a que te suceda algo, a si que ve a enfermería.
No pensé que funcionaría, pero lo logré, me salve de su clase, -¡Que bien!. Me levanté finjiendo dolor estomacal y salí.
  Toqué la puerta de enfermería preparando mi cara de enferma e intentando subir mi temperatura moviéndome de un lado a otro.
  Abrió una señorita, me miro fijamente y dijo -Niña te ves muy mal, pasa. ¿Que tienes?. Me senté en la camilla la miré y respondí -Me siento mal, quiero vomitar, me duele el estomago, y tengo escalofríos. -Esta bien, te tomaré la temperatura.
  Buscó el termómetro y lo puso debajo de mi brazo, apreté tan fuerte como pude, para aumentar mi temperatura y conseguir el permiso para ir a casa.
-Oh vaya, 39 grados; esto es mucho, llamaremos a tu madre. -Está bien.
  Tomó el teléfono y la llamó.
-Puedes irte a tu casa, tu madre te llevara al hospital, que te mejores. -Bueno, adiós.
  Salí del liceo rápidamente, que relajante se sentía la lluvia, mirar alrededor de la ciudad y no ver a nadie, bueno supongo que no a muchos les gusta el agua. 
  Miré las nubes por unos minutos y me dirigí a la residencia donde me quedaba de lunes a viernes, ya que mi casa quedaba bastante lejos del establecimiento.
  Llegué empapada de agua. La señora me miró y dijo -¡Dios mio! Estas toda mojada te enfermaras. -No se preocupe, ya lo estoy, me iré a mi casa... Respondí seriamente.
  Arreglé mi ropa y salí a esperar el bus; me senté en el paradero, luego de un momento empecé a sentir en mi estomago algo similar a una explosión de una bomba. -No puede ser, de tanto finjir estar enferma, se hizo realidad.
  Esperé más de una hora hasta que paso un bus, me subí y me dirigí al final del pasillo, hacía un frío horrible, el día lluvioso ya no era tan bueno. Saqué mi celular, me puse los audífonos y empecé a escuchar las maravillosas canciones de Pearl Jam.
  Luego de dos horas llegué a casa, mi mamá estaba viendo la televisión,  era lo único que hacía en todo el día; apenas y comía, producto a la separación con mi padre.
Tocí fuertemente para llamar su atención y dije -Hola mamá, como sabes me mandaron a casa porque me sentía mal, iré a clases hasta la próxima semana.  -Lo sé, ¿quieres que te lleve al doctor? -No te molestes, ya veo que estas ocupada. Respondí sarcásticamente.
Tomé una ducha rápida y me metí a la cama, solo quería paz, había tenido un fin de semana estresante; mis padres se habían separado, aunque no lo extrañaba ni un poco, me daba pena por mi madre. Mi mejor amigo había muerto, cabe decir que sólo era un conejo pero, era mi único amigo y eso me dejó devastada; además de que la vida no tenía sentido alguno para mí, sentía un vacío en mi interior no sabía que era, no me hubiera importado si un camión hubiese pasado por encima de mí en ese instante. Por más que quisiera  no encontraba el hilo de mi vida; llegué a pensar en el suicidio, pero no era tan valiente para cometer esa cobardía.
  No tenía amigos así que por más que quisiera hablar con alguien no tenia con quien, efectivamente mi vida era miserable.
  Al siguiente día mi madre salió temprano, por unos tramites de la separación. Yo me levanté, tomé un té y empecé a leer un libro de Mario Benedetti, era bastante interesante la historia, hablaba de un hombre que estaría a punto de jubilar, y que su vida era un poco miserable, como la mía. Con una diferencia, yo soy joven, podría hacer que mi vida dejara de ser miserable cuando yo quisiera,  pero no me sentía fuerte y capaz de lograrlo.
  Luego de leer el libro fui a la cocina y me hice unos huevos revueltos para no perder energías, mi mamá no llegó a la hora del almuerzo así que comí sola.
  Hacia frío, el fuego no estaba muy animado, rebusque en el mueble, con ansias de encontrar un libro que no haya leído, pero solo encontré revistas. Me senté en el sillón cerca del fuego y esperé a mi madre.
  Cuándo llegó me di cuenta que me había dormido, ya se estaba haciendo de noche. -Que rabia, perdí el día. Pensé.
-¿Que hiciste hoy?. Preguntó mi madre. -Salí a divertirme un poco con unas amigas. Respondí. Me miró y se río, sabia que estaba mintiendo.
  Ya había llegado la noche y como era de costumbre tendría que ir a acostarme, escuchar música y pensar en todo lo que se me ocurriera. 12 a.m. y aún no conseguía cerrar los ojos, era una tortura no poder dormir, escuchaba cada ruido , gatos peliando, vecinos borrachos, y una leve gotera que había en el baño. -¿Sera que me estoy volviendo loca?. Pensé por un instante.
Amaneció y una luz poderosa reflejaba por mi ventana, era el sol. Si había algo que de verdad detestaba, eran los días soliados.
Era viernes, salí a comprar unas golosinas y vi como las personas disfrutaban del día, con novios o amigos, se reían, parecían felices. Claro a mi solo me tocaba observar.
Me tiré a descansar en el pasto de la plaza, miré el cielo que estaba muy azul, lo cual no me pareció nada interesante, prefería las nubes grises. Estuve dos horas allí, y regrese a casa.
Pasé la tarde escuchando música y me acosté a dormir.
=-¿Dónde estoy?... ¡Mama! Grite. ¿Que sucede?, estaba en un lugar oscuro alguien se acercaba a mí, no podía ver su rostro. Intentaba correr pero no podía avansar... El sujeto se paró justo frente a mí y dijo -La esperanza es el sueño del hombre despierto.=
Desperté asustada, solo había sido un sueño. Recordé lo que me habia dicho el sujeto, era una frase de Aristóteles. ¿Pero qué quería decir? ¿por qué me lo había dicho a mi?. -Bueno trataré de descubrirlo.
  Y ya era sábado, llegó visita a la casa, justo las tías que me caían mal. La más veterana se acerco a saludarme. -Hola Aura, cuanto tiempo sin vernos, ¿sigues igual de antipática?. -Hola. Respondí seria y salí al patio. Que bien se sentía el aire fresco, miré las nubes y me pareció ver la forma de un corazón, tan bien formado que de verdad creí que estaba loca. Por un momento me puse a pensar en amor... -¿Como se sentirá?, me pregunté. No lo había sentido nunca, pero si sabía que hacía que las personas se sintieran vivas.
Escuché un grito de mi mamá, -¡Aura ven a ayudarme con las cosas!. -Rayos, tendré que atender a mis queridas tías.
Llegó la tarde y por fin se marcharon las señoras, ahora solo quería acostarme y descansar, ya venía el domingo y tendría que irme a la residencia pata regresar a clases el lunes.

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⏰ Última actualización: Oct 18, 2016 ⏰

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