Y las micros amarillas, que debían desaparecer, seguían funcionando. Nunca le quise explicar a la Pelirroja por qué no me gustaba el Transantiago, si ella lo descubría, significaba que me conocía como yo quería que me conociera. Y tal vez, podría pensar en tener algo más serio con ella. Y digo más serio, porque durante este tiempo conocí a su familia, a su abuela, a sus amigos, vi las fotos de su infancia, de su adolescencia, de su juventud...
Y cuando el Metro siguió creciendo y siendo más inútil. Porque mientras más grande era más inútil, la Pelirroja me citó a su casa. Nuestra relación se estaba transformando en algo muy físico. Sí, físico, porque nos veíamos cuando nos necesitábamos: siempre empezaba de la misma forma, para después derivar en una conversación, interesante, amena, pero sin ropa. La lógica decía que esto iba a disminuir con el tiempo para transformarse en otra cosa. Por lo menos yo lo creía así, el problema era que la Pelirroja creía que tenía que ser ahora:
- ¿Te gustaría vivir conmigo?
Recién me estaba adaptando a Santiago y ella quería que además me adaptara a ella. Y traté de buscar un símil entre Santiago y ella: era difícil pero tenía que hacerlo.
- No sé. Me gusta estar contigo...
- ¿Pero?
- No, no hay ningún pero.
- Piénsalo. Yo estoy lista.
Que fuerte que te digan que están listos. ¿Qué es estar listo? Es difícil saberlo. ¿Qué hacía que ella sintiera que estaba lista? Se lo pregunté.
- Siento que cada día te echo más de menos.
- A lo mejor ahí está la gracias, en que me eches de menos.
- Me gustaría echarte de menos y saber que al llegar a la casa vas a estar ahí y no tener que llamarte y preguntarte que vas a hacer.
- No siempre voy a estar en la casa.
Fingió molestia:
- Si no quieres, no.
- No se trata de eso, quiero entenderlo.
- Nos queremos... No sé como explicarlo.
Pero yo sí sabía. Cuando vives con una persona siempre esperas compromiso y explicación, puede que no estés en la casa, pero tienes que saber llegar, tienes que avisar, estar en contacto, bajo control. Y por favor, no tiene nada de malo, es lo que quiero, pero no sé si lo quiero ahora. Y no lo quiero ahora, porque no sé si lo quiero con ella.
Es cierto, me encanta su cuerpo, su humor, su forma de relacionarse con el mundo, pero también me gusta estar solo, echarla de menos y sentir que no la puedo tener. El hombre es un animal de costumbre, me acostumbré a estar solo, pero también me puedo acostumbrar a vivir con ella. Tengo miedo a estancarme, a no seguir creciendo porque ya encontré lo que andaba buscando. Quería tener una pareja para ser feliz. ¿Pero lo soy? Estoy sintiendo todo eso que andaba buscando. Encontré a una persona que me ayuda a soportar todo lo que no me gusta, el pensar en que voy a estar con ella hace que lo olvide y que sea el mejor panorama que tenga. Debe ser el momento de hacerlo de una vez por todas.
Pero lo que no me gusta es la idea de que vivamos juntos, de "jugar" al papá y la mamá. ¿Debo cometer de nuevo el mismo error y pedirle que nos casemos? Estoy seguro que no va a aceptar, para ella es más importante que vivamos juntos y saber que esto va a funcionar antes de casarse. Irme a vivir con ella significa perder definitivamente a la Magda. ¡No! porque a la Magda nunca la tuve, difícilmente podría perderla. En el fondo lo que me está proponiendo no tiene nada de malo. Es un juego, si las cosas no resultan, cada uno podría irse por su lado. Diferente sería si nos casáramos, diferente sería que tuviéramos un hijo.
ESTÁS LEYENDO
El Amor en tiempos del "Like"
RomanceLas Redes Sociales han cambiado la forma de relacionarse de las personas. El plan de Andrés es encontrar el amor cuando nadie busca amor: ha trazado un plan, como el trazado del transporte público de cualquier gran Ciudad. Como si la forma en que n...