Días Felices

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Nunca me imagine que podría cambiar tanto como lo he hecho, o incluso, que alguien podría haberme cambiado. Siempre creí que todo aquello que era, o que al menos reflejaba, jamás pudiera desaparecer de este rostro tan neutro, pero sobretodo amargado. Todo aquello que alguna vez llegue a pensar que era todo lo que soy, se esfumo como el humo al disiparse con el viento.

He cambiado, si. Pero el cambio se debe a una persona. A una persona que me hizo ver más allá de lo que yo pudiese haber visto desde mi punto de vista. Aquella persona que me hizo reflexionar ante mi actitud y me hizo creer y darme a entender que soy más de lo que reflejaba, que no importaba lo que hiciera para tratar de reprimir lo que mi corazón dictaba, que siempre estaría presente ese sentimiento que en algún momento creí ausente e incluso muerto.



Pero no, solo estaba dormido, y doy mil gracias a esa persona, porque gracias a ella, puedo ver el mundo desde otra perspectiva y ser capaz de presenciar y sentir el amor de corazón, de manera tal que me entregaría ciegamente a cualquier sentimiento noble que sienta una persona hacia mí.

Se podría decir que soy una persona renovada, pero a decir verdad, algunos recuerdos son permanentes, y siempre lo serán. Mientras trato de reprimirlos, sigo día a día como si nada hubiese pasado. El mundo sigue igual, mi vida sigue igual, pero diferenciando que yo no sigo igual.

Se aprende de los errores. Con ellos sería casi imposible estar preparado para lo que nos depare el futuro. Sin importar lo que pase, jamás debemos divagar por ahí con la cabeza gacha. Debemos ser fuertes ante cualquier acontecimiento, mostrándole al mundo de lo que estamos hechos.



Por eso me he tomado la libertad de contaros mi historia. Una historia que describe y cuenta mi Cambio.

Simplemente todo se remonta hace siete años. En ese tiempo era una adolescente, tenía dieciséis años, aunque carecía del mal humor que normalmente poseen los adolescentes a esa edad. Siempre me destaque en la secundaria; mis notas eran excelentes. Nunca tuve una distracción que me separara de mis estudios, pero había algo que me hacía sentir diferente a los demás. No era ego, sino algo que me separaba de mis compañeros de clases y aquellos que me rodeaban.

Siempre trataba de buscarle una explicación a lo que me sucedía, pero no llegué a una conclusión, sino hasta que cumplí los diecisiete años. Mientras pasaba el tiempo, y procedía a investigar la causa de mi "rareza" me esforcé por conseguir lo que quería.



Un día normal de clases como ningún otro...

Pasadas las diez  de la mañana, llegó la profesora al salón de clases. Llevaba unos jeans ajustados, camisa manga tres cuartos color violeta y unos deportivos desgastados. La señorita Hood siempre era amable y directa, pero esa mañana tenía un mal genio.

-¡BUENOS DÍAS! –dijo la señora Hood, gritando para apaciguar el alboroto.

-Buenos días –repitieron todos los alumnos al unísono.

-Examen sorpresa. Saquen sus lápices y borradores –anunció la profesora de mala gana -. Si observo que se están comunicando, serán sancionados.

Todos protestaron ante el anuncio de la profesora. Pero yo me mantenía en silencio, sin opinar ni decir nada al respecto. Siempre me gustaba estar preparada ante momentos como ese, así que siempre leía y me nutria de conocimientos previos antes de entrar a la clase. Era como una especie de ermitaña, aunque tenía amistades. Me gustaba el mundo de la literatura. Tenía héroes literarios, entre ellos se destacaba Shakespeare, con su gran obra literaria Hamlet. Los libros siempre fueron mis pasatiempos, no recuerdo un momento en que no estaba leyendo alguna novela o libro.

Secretos de un DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora