Prólogo

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Dedicado a: andrea191121

Siglo XVIII

El cuerpo de la joven yacía en la camilla. El hospital guardaba un murmullo que causaba una intranquilidad impaciente. Su prometido, de nombre común y apellido poco usual, lloraba inconsolable, sentado en un pequeño banco con las manos aferradas a la sábana que la cubría.

Los doctores habían advertido el terrible final de su prometida. La extraña enfermedad consumió su cuerpo hasta dejarlo desfallecido, sin una pizca de viveza.

Un hombre, alto, delgado y de aspecto fino pero acabado, tocó el hombro del joven. Vestía, al igual que él, un traje con la mejor tela de exportación. Combinado con un saco negro y un bastón de madera pintado de un color oscuro. Su cabello estaba peinado perfectamente hacia atrás. No había mechón rebelde que se asomara o cubriera su rostro. Un rostro pálido al igual que toda su piel. La elegancia que emanaba aquel hombre extraño, despertó la curiosidad del joven, que con una voz quebrada y los ojos rojizos por el llanto, se dirigió con solemnidad.

—¿Puedo ayudarlo?

—¿Ethan Ajax?

Asintió sin pronunciar palabra alguna. El dolor de la reciente pérdida de su amada, lo consumía. El ponerse de pie como lo hizo en ese instante, era una ganancia.

—¿Qué se le ofrece?

Ligeramente molesto por la inoportuna interrupción, acomodó los tirantes de su vestimenta y tomó una postura recta. Viéndose dos cabezas más alta que el hombre canoso.

—¿La amabas?

Sonrió con sarcasmo y obviedad.

—Puedo notar tu inmenso deseo por tenerla devuelta —aseguró mientras caminaba, quedando frente a la camilla.

El joven miró el cuerpo una vez más. El nudo en su garganta se volvió a formar con una rapidez impresionante. ¡No hacía falta recalcarlo! ¡La quería una vez más!

—¿Y si te dijera que yo puedo cumplir ese deseo?

Sus ojos se iluminaron. Recobró las esperanzas y se acercó al hombre con una sonrisa.

—Haría lo que fuera —respondió sin pensar.

¿Quién podía ofrecerle tal barbaridad? La joven estaba muerta, no había nada que hacer. Ni siquiera un milagro podía volverla a la vida. Pero nadie hablaba de milagros, la insinuación era oscura, sin una ápice de bondad.

El hombre cerró la puerta de la habitación, dejó el bastón a un lado y sacó un papel perfectamente enrollado del bolsillo interno de su saco. Junto al papel, un alfiler dorado y reluciente.

—Tienes que firmar aquí. Tu sangre será la firma, sellarás de tal forma el pacto que tendremos.

No se encontraba en sus cinco sentidos. Solo pensaba en el amor de su vida. Volverla a sentir, a ver, a escuchar...

Tomó el alfiler y punzó su dedo. Tomó el papel, dejando la gota de sangre correspondiente. El hombre le arrebató el tétrico contrato, escrito en un idioma incomprensible. Lo volvió a guardar en el bolsillo de su saco.

—Ella volverá. Pero para eso, pasarán algunos siglos.

—¿Qué? ¡Estaré muerto para ese entonces!

La boca del hombre misterioso se abrió y de esta salió una sonora carcajada.

Volveré por ella. Pero por lo tanto, te tendré a ti.

—¿A qué se refiere?

—La podrás ver, la podrás escuchar, e incluso a sentir. Pero no podrá ser tu mujer nuevamente. Y si eso sucede, no solo vendré por su cuerpo —advirtió sin despegar la vista de la joven—. Sé que la amas y no caerás en la tentación.

—¡No, no puede ser así! —protestó vehemente.

—Tengo tu pacto de sangre, Ethan. Y hablando de sangre... Ahora será tu único alimento —dijo con diversión.

Lo miró con extrañeza. Se sentía arrepentido y asustado.

—¿Quién eres? —se atrevió a preguntar.

—¿Aún no lo descifras?

Los ojos del hombre tomaron un tono oscuro, grandes colmillos se asomaron entre su dentadura. En una acto violento, mordió su cuello hasta succionar la última gota de sangre...

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