Capítulo Vigésimo Séptimo parte 4 (Luisa)

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¡Claro! ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Por algo había dicho "frente a tus alergias", ¡si yo era alérgica a la nicotina!

De repente, sentí un miedo terrible ante la idea de lo que era capaz de hacer aquel hombre.

El Jefe se acercó a mí, se sentó en el suelo y palmeó con una mano el lugar que había frente a él, pidiéndome que me siente en silencio. Obedecí, deseando desde lo más profundo de mi ser que aquello acabase lo más rápido posible.

El Jefe tomó uno de los cigarrillos que había en el paquete, lo posó entre sus labios y lo encendió.

Pude notar cómo comenzaba a dolerme la cabeza, cómo mi respiración comenzaba a fallar y cómo comenzaba a faltarme el aire.

-Lamento todo esto, Luisa. Pero es necesario para vuestra prueba.-se disculpó- Además, joder, cómo detesto esta mierda.- comentó mirando el cigarro que tenía en su mano.

Yo no respondí. A lo largo de mi vida, había aprendido que no debía abrir la boca cuando me encontraba en exposición a la nicotina, para evitar que entrase de esa sustancia más de lo que debería entrar.

Pasaron los minutos, y el Jefe seguía fumando y yo me sentía cada vez peor.

Trataba de concentrarme en respirar hondo, pero simplemente no podía. Sentía la nariz tapada y ni una gota de aire lograba traspasar el muro de moco que seguramente tenía.

Ya estaba a punto de rendirme y comenzar a chillar cuando algo en mí dijo: «Tranquila, todo estará bien. No te rindas por nada del mundo.»

Nunca sabré por qué, pero gracias a estas palabras pude ser fuerte, y, milagrosamente, resistí hasta que el Jefe apagó el cigarrillo.

-Muy bien, muy muy bien.-murmuró, se levantó, abrió la puerta y se hizo a un lado, para dejarme pasar.

Salí disparada de allí, desesperada por un poco de aire limpio.

-Espere aquí hasta que la llamemos.-me indicó el Jefe, señalando la sala de espera, donde estaban sentados Marina y un chico que yo no conocía.

Me senté al lado del chico desconocido y me quedé en silencio, pensando.

-¿Cómo te fue?-me preguntó Marina.
-Bien.-sonreí-Aunque detesto el humo de tabaco.

Marina abrió los ojos como platos.

-No puede ser. ¿Se ha atrevido a...?
-Sí.
-Dios mío, qué bastardo.-masculló con desprecio.

Asentí.

-¿Y a ti...qué pruebas te tocaron?-pregunté.
-Las mismas que tú.-me respondió, bajando la vista.
-¿Y las pasaste todas sin alterarte?
-Sí, hasta que comenzaron a mostrarme fotos de mi madre y ya no me lo tomé tan bien.-hizo una mueca.
-¿Sigues con ese rollo de tu madre?-preguntó el chico, y descubrí con sorpresa que tenía acento español.
-Pues claro que sí. Sigo sin entender cómo una mujer con tanta clase cayó tan bajo...-se interrumpió, al parecer algo incómoda.
-No te preocupes, algún día recapacitará.-murmuró, palmeándole el hombro izquierdo.
-Ojalá te escuche, Jacinto, ojalá te escuche.-suspiró Marina.

¡Claro! Ese chico español debía ser Jacinto Velizio, uno de los que se había salvado de ser rodeado por los Xior falsos.

-Jacinto Velizio, un gusto.-se presentó, como si hubiera leído mis pensamientos, y me extendió la mano.
-Luisa Menhër, un placer.-le respondí, y le estreché la mano.
-¿Qué edad tienes, Luisa?-me preguntó, sin dejar de estrecharme la mano.
-Catorce, y cumpliré quince el treinta y uno de octubre.-respondí-¿Y tú?
-Veinte recién cumplidos el quince de junio.-me sonrió. Tenía los dientes muy puntiagudos, y daba la impresión de que necesitaba urgentemente unos brackets.

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