Recuerdo que, cuando yo era pequeña, la ciudad era siempre un hervidero de personas. La de tardes que había pasado en el mercado admirando los productos que traían de reinos lejanos. A veces, especialmente los lunes, alguna hada venía a vender plantas, hierbas y brotes para los jardines de las casas nobles.
Luego, claro, la guerra llegó incluso allí. Caminar dos días era suficiente como para olvidarse del refugio que ofrecían los muros y tener que pelear a cada paso. Obviamente eso le había sentado al comercio y a la economía como un auténtico porrazo. Sin caravanas ni viajeros, los mercados se limitaban a vender comida y los estantes se diezmaban por semanas. Cuando yo era pequeña, ser un caballero sagrado era la mejor forma de asegurarse un buen futuro. Los tributos que exigía el rey eran magnánimos y no sabía de nadie que pasara hambre.
Ahora, dejando a esa familia de campesinos al refugio de la ciudad dónde vivirían, sí, pero no como habrían vivido hace cinco años, casi me sentía mal. Sabía que Zariel me observaba, intrigada, y a veces habría podido jurar que la comprendía tan poco a ella como ella a mí. Para la diosa, proteger a aquellos que no podían luchar por sí mismos era una pérdida de tiempo.
Roran fue el que me puso una zarpa en el hombro como gesto de apoyo mientras nos dirigíamos a lo que antaño había sido un palacete y ahora hacía las veces de cuartel de los Caballeros Sagrados.
-Eran gente fuerte, sobrevivirán. -Gruñó, y yo le di las gracias con un asentimiento antes de pescar a Laden, que estaba flirteando con uno de los tenderos y a punto estuvo de quedarse atrás.
-Recuérdame, Roran, por qué seguimos llevando a Laden. -Le dije al hombre-lince, sin poder evitar una sonrisa ante la expresión herida que se le quedó a Laden.
Roran bufó. -Porque, ser Riza, el muchacho es útil cuando no está ligando.
Sentí a Zariel flotando ante mí antes de que se hiciera visible, asustando a un par de transeúntes y entrando por la puerta del palacete para saludar a otra diosa que acompañaba a su caballero. Yo no lo conocía a él, pero viendo su rango lo saludé con un gesto antes de llamar al despacho de ser Persia, el caballero platino que me había hecho llamar a esa ciudad.
-Adelante. -Me invitó, poniéndose en pie tras un montón de informes y mapas e indicándome que me acercase. -¿Sabes dónde está el bosque de las hadas?
Me habían hablado de la brusquedad de ser Persia, pero no me había esperado una pregunta tan directa.
-Solo en los mapas, señor.
-¿En su educación le hablaron de la jerarquía y sociedad de las hadas, caballero plata?
Yo asentí. No era una pregunta casual, la falta de caballeros dispuestos a tomar aprendices y la alta necesidad de nuevos caballeros había reducido mucho lo que un caballero debía aprender antes de ser ordenado. Yo había tenido suerte.
-Recíteme las ciudades principales de las hadas y sus títulos nobiliarios.
Respondí tras un instante de duda y Zariel, que había llegado a mi lado, me contempló con aprobación.
Ser Persia asintió cuando terminé y me señaló el mapa que tenía delante. -¿Qué representa este mapa?
Yo me incliné para ver mejor, aunque ya tenía una idea más bien clara sobre lo que iba a ver allí. -El bosque de las hadas, señor. ¿Se requiere mi presencia allí?
-Efectivamente. Necesitamos hacer llegar un mensaje a la actual monarca de las hadas. Es una misión peligrosa y será necesario que Zariel informe cada tres días, como máximo, de vuestra ruta y estado. Si esto no ocurre, asumiremos que habéis caído en acto de servicio y el mensaje será destruido. ¿Aceptas la misión, caballero plata Elizabeth?
-La acepto.
Y con eso, me entregó un pergamino sellado con magia y yo salí en dirección a la taberna. Roran y Laden se merecían unas vacaciones y se lo tenía que comunicar. Al fin y al cabo la mitad del trayecto la podría acortar con ayuda de Zariel y su magia de teletransporte, pero llevar a más de una persona y más cuando había mucha distancia de salto, era peligroso.
Y yo apreciaba la vida de mis compañeros.
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Nanatsu no Taizai: La guerra de los clanes
FanfictionNuestro mundo está en guerra y esta es una realidad de la que no podemos huir. Día tras día los demonios destrozan aldeas, ciudades y reinos enteros y hay quien dice que ni siquiera el pacto entre diosas y caballeros sagrados puede salvarnos. Mi no...