Prólogo: Cuentacuentos

24 1 0
                                    

Las noches de invierno en las posadas son frías y solitarias. Y todo trotamundos lo sabe. Pocas veces otros viajeros se dedican a entablar conversación, y prefieren estar cerca del fuego, calentándose con un plato de lo primero que el tabernero pueda darles. Fue por eso que aquella noche tenía algo especial.

Nadie se esperaba que otra persona abriera la puerta a aquella hora de la noche, dejando entrar momentáneamente el aire frío y helador del exterior. Eran dos, para ser exactos, y ambos iban encapuchados, con túnicas largas, un atuendo que no era extraño, si se tienen en cuenta las condiciones. Y aquello viajeros no eran gente común, tenían algo especial, y ese algo se dejó ver cuando una de las figuras, con voz de hombre, se acercó a la barra.

-¿Se puede pagar en historias?

Algunos miraron con curiosidad, otros sonrieron levemente, y pocos siguieron a los suyo, demasiado absortos en sus pensamientos, aunque todos habían oído la pregunta. Cuenta cuentos ambulantes. Era extraño verlos últimamente, pocos aparecían y preguntaban si las historias eran suficientes. En aquella noche, que no tenía música y que estaba condenada a un silencio largo y tedioso, el tabernero, un anutrof cuyas entradas empezaban a ser tremendamente notables, asintió con cierto recelo, ya que un cliente que no traía dinero no era realmente un cliente, pero estaba seguro que si alguien animaba el ambiente, la gente empezaría a pedir más y más mientras la historia continua. El cuenta cuentos dio las gracias con un leve gesto de cabeza y una sonrisa agradecida mientras se acercaba a una silla cerca de la chimenea, donde se sentó con su acompañante, en una mesa donde todo el mundo podía verle y oírle, mientras un joven yopuka con un delantal traía platos de comida caliente para los recién llegados. Había que admitir que había cierta tensión en el ambiente mientras el cuenta cuentos terminaba su cena. Las historias que solían traer narraban grandes hazañas de héroes anónimos, o bien las leyendas que se transmitían de boca en boca que todos sabían, pero que, bien contadas, podían mantener la atención del público durante toda la noche. ¿Qué traerían ellos? ¿De quién hablarían aquella noche aciaga y fría?

El encapuchado dio el último mordisco y esperó a que recogieran el plato, agradeciendo con una sonrisa al camarero por la atención, lo mismo hizo su acompañante. Entonces, giró su silla para poder mirar a todo el mundo. Bajo la sombra de la tela se podían ver unos ojos azules e inteligentes, pero también amables, casi paternales, que observaban a su público para poder diferenciarlos, para saber quiénes eran: es posible que aquel pandawa llevase encima varias decenas de jarras, pero parecía en un estado de sobriedad que era casi alarmante; aquella sacrógrito tenía más tatuajes de los que alguien pudiera contar; ese zurcarak miraba con recelo sus últimas kamas mientras miraba sus cartas, ¿sería que la suerte lo habría abandonado? Los que no estaban ocupados, le devolvían la mirada, y esperaban, en silencio, pero con ciertos nervios que a algunos les costaba ocultar. ¿Sería la primera vez que aquellas personas escuchaban una historia en una taberna? Aquella posibilidad parecía remota, pero solo eso explicaría las pocas caras de sorpresa que había diseminadas aquí y allá.

El cuenta cuentos sonrió en silencio mientras llamaba la atención de todo el mundo alzando los brazos, y todos le miraron, incluso los jugadores de cartas del fondo, un momento que el zurcarak pareció aprovechar con un rápido juego de manos. La historia iba a comenzar, y todos sabían que el comienzo es la parte más importante. Es donde todo empieza, donde la realidad lentamente se sumerge en la fantasía, y transporta a los oyentes a otro mundo.

-No conoceréis esta historia -hablaba el cuenta cuentos, con una voz clara y sonora-, pero os lo aseguro, la recordaréis siempre. Cuando os vayáis a vuestras camas, volváis a vuestros hogares o continuéis vuestros caminos, todos recordaréis el nombre de Jandrel.

Jandrel. Desde luego, no era un nombre conocido. Nadie reaccionó, o algunos reaccionaron con cierta sorpresa. Las historias nuevas eran casi tan poco comunes como la gente que las contaban. Todos se intentaron acercar un poco más para escuchar mejor, aunque la voz del narrador se escuchaba perfectamente hasta en el último rincón del lugar. En el fondo, el zurcarak terminó la partida con una mano ganadora. Un buen comienzo para empezar a escuchar una historia.

-Hay pocos ocras que salen fuera de sus hogares a ver mundo, pocos que son aventureros. ¿Cuántas historias de ocras habéis escuchado que no consistan en la defensa de alguien importante? ¿En cómo son sus entrenamientos? Jandrel era distinto. Jandrel no dejó que los ideales lo echasen para atrás, sino que él los apartó para abrirse camino. Y a día de hoy, nadie sabe dónde puede estar, si sigue de viaje o si ha vuelto a casa, si sigue vivo o si murió a manos de alguien que lo buscaba. Cuando acabe esta historia, todos recordaréis el nombre de Jandrel, el ocra errante

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 09, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Jandrel, el ocra erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora