Prólogo

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Había convencido a mis escoltas de tomarnos el día y no hacer nada en casa.

Bueno, yo debía hacer mis deberes y ellos...jugar play o dormir. Mis padres son...demasiado paternales. Y eso se queda corto. Digo, tengo escoltas.

¿Quién demonios que no sea de alto perfil tiene escoltas?

Mi vida hasta ahora es tranquila, no más mudanzas, o platos rebosando de comida o citas con terapeutas porque no soportaba mi controlado entorno. Y no es que fuera la hija del presidente, ni mucho menos, hija de una cantante o actor famoso. Solo era la hija de un general en retiro y una reconocida fiscal.

¿Quién se fijaría en mis padres?

Antes de salir por la ventana de mi habitación; asumí que no lo notarían ni por asomo, era una ruta absurdamente corta, ir a la tiendita de insumos químicos y luego volver. No tardaría ni cuarenta minutos.

¿Qué podía ocurrir? ¿Una inducción extraterrestre? ¿Me toparía con Edward el vampiro? ¿Nirvana?

¡Una maldita ardilla! Eso fue lo que me topé. Había sido atropellada...

―Son treinta soles ―El farmacéutico parecía animado― ¿Qué te toca hacer hoy? ―preguntó curioso.

―No se preocupe, no será una bomba casera ―dije sonriente. Me llevaba mal con las preguntas de ese tipo.

El personal que ya me conocía empezó a reír por mi respuesta. ¿Quién no lo haría? Siempre mostraba mi carnet universitario y nunca estaba sola. Si no era un gorilón era otro gorilón. Fin de mi triste historia.

―Gracias ―Me despedí emprendiendo la retirada con toda la actitud de una chica que alucinaba con estar en una misión secreta.

Ignoré las risitas de los empleados.

Debía trabajar en un agente desinflamatorio que fuera mejor que los productos que había adquirido en la farmacia. Ya tenía la fórmula aprobada y solo tenía que hacer la muestra y escribir un informe con las comparaciones.

Cada que iba con uno de los escoltas, me hacían bromas sobre científicos locos que me sacaban de mis casillas.

He ahí la razón de mi aventura secreta, tenía que respirar aire libre de vez en cuando, ni cuando salía con Dereck, mi enamorado, era sencillo. Estrictas horas de retorno a casa y a veces lograba pescar a uno de mis escoltas husmeando.

Doblé por la esquina para tomar un atajo, era una calle más tranquila que la avenida por donde llegaría a casa en línea recta. No quería que me pillaran. Un sermón era un sermón, y en mi caso, serían cinco. Tres escoltas, mi padre y mi madre. Todos tendrían algo qué decir.

Algunos autos se hallaban estacionados en fila a un lado del carril de peatones. No vi nada malo en ello, es de día y pasa un auto o dos cada minuto.

Seguí caminando por aquella tranquila calle y empecé a disfrutar de la tranquilidad del momento, era solo yo, las hojas, las ratas voladoras y nada más. Creo que empecé a tontear porque perdí la noción de mi entorno hasta que sentí un toquecito en el hombro, me giro apartándome un poco y noto a un sujeto me rocía un spray en el rostro.

― ¡Ayu...

Mi visión se oscurece, mis piernas flaquean.

A estas alturas, mi último pensamiento, es que tengo que entregar mi proyecto el viernes.

Secretos Peligrosos: ¿Sobrevivirás a la verdad? [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora