Capítulo 4: El lugar de los hechos

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Pasó una hora dando vueltas en la cama hasta que finalmente puso los pies en el suelo frío. Se había despertado cuando aún no entraba luz por la ventana. Intentó seguir durmiendo, pero ni siquiera podía mantener los ojos cerrados más de tres segundos.

Se alegró al recordar que no había vuelto a sentir la voz de Osmar. Quizá ese día todo se solucionaba y se daba cuenta de que había sido una pesadilla. Antes de salir de su habitación, se sentó en su escritorio y miró su agenda del instituto. Casi no podía creer la gran cantidad de trabajo atrasado que llevaba, debía ponerse seriamente con ello de inmediato.

Bajando hacia la cocina, le penetró el olor a café recién hecho. Allí estaba su madre, con una tostada, a la que le acababa de dar un mordisco, en una mano y una taza en la otra. Se quedó mirando a Gabi con ojos de búho, como esperando algo malo.

—¿Buenos días? —dijo Gabi insegura. Era obvio que a su madre le resultaba increíble que estuviera levantada a aquellas horas.

—Buenos días —le respondió con un hilo de voz apenas perceptible.

—¿Hay café para mí? —preguntó mientras buscaba su antigua taza del desayuno con dibujos de Minnie Mouse. Tras unos segundos echando una ojeada al mueble de las tazas, consiguió divisarla al fondo.

—S... sí —titubeó sorprendida Estela.

Gabi miraba por el rabillo del ojo a su madre, que tenía cara de impresión, mientras se llenaba la taza. Casi rebosó.

—Voy a intentar hacer algo de deberes antes de ir a clase —dijo finalmente —. ¿Me avisas dentro de una hora? No quiero llegar tarde a clase.

—Va...vale. — Estela estaba totalmente confundida.

Hacía muchos meses que Gabriela no se levantaba tan temprano, y menos para estudiar antes de ir a clase. Sus notas del curso pasado fueron bastante más bajas de lo que estaba acostumbrada a sacar. Desde que conoció a Osmar, sus estudios fueron en picado, al igual que su comportamiento.

Como le había dicho, su madre fue justo una hora después a avisarla para que se fuera preparando. Entonces eran las ocho y media. Como era habitual, Estela se quedó en la puerta de la habitación para vigilar qué ropa elegía su hija.

Se puso ropa deportiva y bien abrigada. Tras esperar el visto bueno de su madre en silencio, y ésta dárselo con cara de pocos amigos, fue a lavarse los dientes y la cara para despejarse un poco.

—¿Tus padres han notado algo raro en tu casa? —le preguntó a Eli una vez juntas en clase, mientras esperaban que llegara el profesor de Biología.

—Por suerte, no. Esta vez ha salido todo bien —dijo sonriendo aliviada—. ¿Has vuelto a oírlo? —le preguntó, bajando el tono de voz.

Gabi negó con la cabeza.

—Por cierto —continuó Eli—, he conseguido contactar con Carlos. Resulta que es primo de Rafa.

—¿Rafa fue a la fiesta? —preguntó Gabi extrañándose de esa posibilidad, ya que su amigo no había tomado el mal camino que habían tomado ellas últimamente.

—No, ¡qué va! Pero igualmente lo invité, y le dije que avisara a gente. Así que se lo dijo a su primo Carlos porque sus amigos ya no están aquí, están estudiando en la universidad en ciudades diferentes. Él también estudia en la universidad y vino para el Día de los Difuntos, porque le pilla a solo una hora de distancia.

—Me gustaría no haber perdido tanta confianza con Rafa —se lamentó Gabi, envidiando un poco a su amiga que sí seguía teniendo con él una buena relación.

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