CAPÍTULO SEGUNDO
El chico de las gafas oscuras
━━━━━━━━━━━━━Estado vegetal ¿qué hay mejor que esa palabra para describirme mientras desayunaba con la familia? Ninguna.
Terminé por dejar caer el brócoli sobre los jeans, sin siquiera darme cuenta, realmente estaba perdido. Después de todo, salir de madrugada al centro de la ciudad no era algo que quisiera repetir, no cuando mi madre es una paranoica y se le ocurre cerrar las ventanas y si, me quedé afuera. Helándome el trasero sentado en el pasto hasta que por fin pude colarme por la puerta trasera. Que navidad tan extraña y desesperante la que tuvo el joven Ellis Blake, ex estudiante de psicología, expulsado de Stanford por falta de materiales y "falsificación" de documentos oficiales. ¿Buena vida, no? Ah, se me olvidaba, y odiado a muerte por su familia de locos gruñones.
—Mamá, Ellis está tirando la comida— acusó la chillona voz de Sophia.
—No sé por qué no me extraña— espetó mi madre torciendo un rizo castaño entre su dedo delgado—. Ellis salió defectuoso, amor. Esperemos que el matrimonio y el tiempo le ayuden a pensar con claridad.
Puse los ojos en blanco empujando el plato hacia el centro de la mesa, obteniendo la mirada iracunda de mi padre, eran apenas las nueve de la mañana y la bomba estaba por detonarse.
—¿Puede saberse a donde piensas ir?— interrogó masticando el filete—. Siéntate a desayunar— dijo señalando la silla de madera con el tenedor.
—tengo que ir a la biblioteca— respondí tomando la chaqueta del respaldo de la silla—. Regresaré en unas horas.
—Ellis, te he dicho algo.
—Y yo te he contestado— dije mirándolo obvio.
Mi plan no era molestarlo, pero como ya era demasiada tensión entre ambos, esa idea no podía ser simplemente descartada.
—Voy a prohibirte tus libros de psicolo algo, te están haciendo daño. Te están separando de nuestra familia— declaró intentando sonar conmovedor, logrando solamente una actuación barata.
Si claro, como si alguno de ellos hubiese tocado un libro en algún punto de sus vidas. A veces hasta me cuestionaba el hecho del léxico en mi familia, o algo tan simple como la ortografía, ¿en que momento aprendían?
—Se llaman libros de psicología y eso me ayuda a pasar de todo esto— señale—. Y no gracias, prefiero vivir en una biblioteca antes de aspirar la gracia de un grupo de personas que a mí parecer ni comparten genes.
Los ojos de mamá literalmente ardieron cuál hoguera, alimentándose de un motor interno accionado por mis irreverencias.
—Ellis— gruñó mi madre levantándose de la mesa.
—Tiene sus razones para decir eso, Roza. Es por eso que agradezco a que no haya terminado la carrera esa que estaba estudiando. Pudo haber terminado como mi hermano, hecho un completo loco, rodeado de los mismos locos.
—Mi tío es psiquiatra y no está loco, hay un abismo entre estar loco y saber lo suficiente, y al parecer ninguno de ustedes entiende esa diferencia— me di media vuelta caminando hasta la puerta abriéndola con cuidado, aparentando al menos un poco—. Regresó por la tarde, voy a leer cosas de locos, adiós— cerré.
Afuera, en el pórtico, pude respirar. Ya no olía a humedad ni a calcetines sucios, era mejor, más fresco y natural. Era el exterior.
Fui por la calle caminando a mi ritmo, mirando como los vecinos después de una noche atareada por fin quitaban sus decoraciones navideñas, otros empacaban y se iban hasta el Año Nuevo. Llegaba el momento dónde hasta me imaginaba en alguna playa del Caribe o en Grecia, aunque me conformaría en cualquier sitio, pues he de admitir que nunca he salido de aquí, jamás he visto lo qué hay más allá, espero poder ver con mis propios ojos lo qué hay plasmado en los libros.
La campanilla de la entrada del local sonó cuando pasaba, sonriéndole de manera amable a Ruth. Una mujer que andaba por los sesenta. Tenía facciones bellas, aunque desgastadas con la edad, su cabello aún cobraba un color canela a pesar de las canas en sus costados. Fue una mujer hermosa en su juventud.
—Buenos días, Ruth— saludé acercándome a donde ella atendía. Prestando atención a su directorio cubierto finamente en cuero.
—Sabía que llegarías, se te hizo tarde, Ellis— sonrió arreglándose las gafas, de las cuales despedía el brillo de los ojos tan verdes que tenía.
Esbocé una gratificante sonrisa en su dirección.
—Problemas, pero ya están arreglados.
Tras haber asentido, volvió la vista a las hojas pasando debajo de la yema de su dedo, deteniéndose por párrafos hasta hallar un título familiar.
—El tomo doce de tu libro acaba de llegar, pasillo cuatro en el segundo librero.
—Eres una santa, Ruth— la mujer rió mientras pasaba hacia dónde ella me había indicado. Podía sentir como mis latidos se apresuraban mientras recorría con los dedos los títulos de los libros, estaba por llegar a tocar la pasta negra cuando un frío me recorrió la espalda al hacer contacto con una mano anillada de palidez obvia—. Ese libro lo he estado buscando yo— resoplé tomándolo con prisa, no iba a permitir que me lo ganara, fuera quien fuera.
—¿te digo la verdad? Apenas voy en el tomo uno— alcé la mirada hacia su rostro, quedándome con la imagen que ya conocía, pero ahora podía verlo perfectamente. Era el de las gafas. Una sonrisa socarrona se pintaba en sus labios, mientras una de sus manos pasaba sobre su cabello dejando que los mechones dorados fueran por donde quisieran. Lo único que me inquietaba eran las gafas, no podía ver sus ojos, la única ventana a la verdadera personalidad de alguien, solo sabía que era de color negro—. Creo que te conozco.
—Eres el de anoche, el de las gaf... el del árbol, el chico del árbol— inquirí reponiéndome de aquella tontería.
Asintió cambiando el semblante a uno completamente serio. Verlo dos veces ya no era coincidencia, no podía serlo, o al menos yo lo no creía.
—¿Puedo saber tu nombre?
—No se, ¿puedes?— enarco la ceja.
—Todos los humanos tienen esa capacidad, todos podemos— respondí irritado.
—mhmm, suena a que sabes de esas cosas.
—No suena, lo sé.
—Tu nombre— articuló con media sonrisa. Realmente me ponía nervioso no poder mirarlo a los ojos.
—Ellis— respondí.
—¿Entonces si eres de aquí, Ellis?— al pronunciar mi nombre sentí como el oxigeno abandonaba mi cuerpo, me sentí extraño.
Era casi como un piquete fantasmal agujerándome los pulmones. El calor aumentaba y el sudor se acumulaba gradualmente en mi frente y en las palmas.
—Podría ser— contesté—. Bueno, quien quiera que seas, tengo que terminar de leer, esto es muy importante, nos vemos— voltee para irme pero el tono rasposo de su voz me detuvo.
—Es Edward.
-ˋˏ✄┈┈┈┈┈┈┈┈┈┈┈┈┈
ESTÁS LEYENDO
El chico de las gafas oscuras ©
Romance"Ellis, los hombres no lloran" "Ellis, a los hombres les gustan las mujeres" "Ellis, debes casarte con Olivia" "Ellis, tienes que ser HETEROSEXUAL" Si, debería ¿o no? ¿será lo correcto? Eso no lo se o tal vez si, quién sabe. Lo único que se es que...