III. Los grandes planes suelen irse al traste.

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Zameer y sus élites salieron del túnel avanzando con cautela por los pasillos del Ra. Tuvieron suerte de que su abordaje coincidiera con la reunión en el comedor, por lo que no se toparon con casi ningún marine durante el trayecto. Llegando a la puerta de la sala de mando, los élites comenzaron a discutir en voz baja mientras Zameer analizaba cuántas personas había dentro y qué estaban haciendo: en el brazalete izquierdo de su armadura llevaba una pequeña pantalla holográfica desplegable con múltiples funciones, entre ellas servir de sensor de movimiento y rastreo de unidades, tanto amigas como enemigas. Ocultándose en un túnel de mantenimiento cercano a la puerta se dedicó a observar patrones de movimiento del personal y en especial la actividad del capitán.

Fuera del túnel, los sangheilis de Zameer siguieron con su discusión.

—¿Quién entrará? —susurró Neerai.

—El Maestro decidirá —le espetó Errid, el de mayor edad del grupo.

—No me tomes por estúpido —se defendió Neerai —, lo que quise decir fue: ¿quién entrará sin ser descubierto? Claramente el plan no es irrumpir, sino entrar y salir con absoluta presteza y sigilo. Quiero decir, que aquel que entre al puente tendrá que osar llegar hasta donde el capitán, extraer a la IA frente a sus narices y luego salir sin chocar con ningún humano o ser descubierto por el sistema de seguridad.

—Si el sistema de seguridad representara un peligro para nosotros, ya estaríamos muertos —opinó Zet muy serio.

—Muy cierto —admitió Neerai, pensativo.

—Nuestro camuflaje nos permite pasar desapercibidos ante todos sus sensores, nos lo explicó el Maestro al otorgamos nuestras armaduras. Y, por si tenías la duda, podemos vernos entre nosotros con el camuflaje activo porque las lentes especiales que mandó instalar el Maestro a nuestros cascos nos lo permiten —explicó Zet.

—¿Acaso no pusiste atención? Es poco digno de tu parte. Pensé que venías de familia respetable —inquirió Veyro.

—No es del todo mi culpa —se quejó Neerai —. Aquella ocasión solo estaba contemplando mi armadura sin prestar atención a mayores detalles, es la primera vez que uso una y resulta emocionante portarla en tan magnífica aventura.

—Y tal vez sea la última —Soorak estalló en risas ahogadas junto a sus compañeros como críos de ocho años (excepto Neerai, pues parecía molesto), que al instante fueron silenciados por Zameer quien enojado se aproximó hasta ellos y les hizo callar.

—¿Acaso no les da vergüenza? —les reprendió Zameer evitando alzar la voz —Soorak, deja de mofarte de Neerai, alguna vez fuiste el novato del grupo. Errid, tienes casi mi edad, estás a punto de ganarte un puesto más alto en mi nave y sigues comportándote como una cría de brute recién destetada. Deberías ser capaz de controlar a este puñado de necios. Yo no soy tan mayor o sabio como los demás zealots del Pacto, pero sé ostentar mi cargo con honor. No les prohíbo experimentar durante su trabajo, sólo sean responsables durante las misiones que se nos encomiendan. ¿Han comprendido?

—Sí, Maestro —respondieron a coro los jóvenes sangheilis, apenados.

—Ahora ustedes esperarán aquí mientras entro a la sala de mando. Vigilen la entrada y eviten a los soldados enemigos a toda costa, nadie está enterado de nuestra presencia aquí y así deben seguir —Zameer dio media vuelta para entrar a la sala cuando de forma brusca se detuvo y regresó hasta donde estaba Neerai con la sensación de que olvidaba algo importante, como quien deja abierta la puerta de su casa —. Neerai, dime que activaste el camuflaje de la nave antes de abandonar el hangar.

El aludido se limitó a abrir desmesuradamente los ojos al recordar aquello tan importante que le habían encargado al desembarcar. Zameer, al ver su expresión, sintió que sus dos corazones se detenían y que el aire comenzaba a escasearle, mientras los otros cuatro se contenían para no vociferar en los oídos de Neerai.

Fauve-114Donde viven las historias. Descúbrelo ahora