Phoebe se levantó aquella mañana más pronto que de costumbre. Había pasado una noche horrorosa y las ojeras se la notaban a metros de distancia. Fue a la cuna de su hijo y lo encontró durmiendo plácidamente mientras jugueteaba con su dedo pulgar en su boca. La muchacha sonrió inconscientemente y se alejó atándose la bata a su delgada cintura.
Después de dar a luz había conseguido mantener su figura, incluso la había mejorado. Bajó lentamente las escaleras intentando no molestar a sus huéspedes y entró en la cocina para prepararse su desayuno y estar lista para hablar con el hombre que iba a darle su casa discretamente.
Después de desayunar con lentitud, dándose tiempo para saborear su comida, subió a su cuarto para vestirse y comenzó mientras pensaba en sus tareas de hoy. Terminó poniéndose un vestido blanco crema y unos zapatos marfiles, con una recogido que dejaba sus hombros al descubierto. Cogió a su hijo en brazos y bajó las escaleras, donde estaba el carrito que le había pedido a la señora Bridget que dejara hacía unos minutos.
Dejó una nota en el comedor y decidió salir para pasear antes de ir a hablar con el dueño de su nueva hipoteca. El paseo comenzaba a cansarle las piernas, pero debía hacerlo para que su hijo recibiera aire y luz del día. Casi sin darse cuenta, había llegado a la casa de su hermana. Las cortinas estaban corridas y veía a su familia hablar y reír dentro de la casa, mientras observaba a su nuevo sobrino amamantando de su madre. A Phoebe se le enterneció el corazón, y dejó caer una lágrima por su rostro. Las echaba de menos... y se había dado cuenta ahora. No podía estar mucho tiempo sin Aba y Greer, pero las circunstancias habían marcado su destino.
Involuntariamente, caminó hasta la puerta con el carrito moviéndose frente a ella. Subió las escaleras como pudo y dudó en llamar al timbre. Finalmente, se mordió el labio inferior y se resignó a salir del domicilio mientras contenía las lágrimas. "Soy una cobarde..." Se dijo mientras caminaba todo lo rápido que podía hacia el final de la calle. Se sentía horrible por dentro e incluso por fuera. Despreciable, sucia e incluso egoísta. En algún momento tendría que hablar con ellos. Tendría que presentarse en su casa después de un año sin tener noticias de Phoebe y la dolía tener que hacerlas eso.
Después del paseo, llegaron a la casa del hombre, donde iban a sellar el trato. Y lo encontró, junto a decenas de policías. ¿Qué estaba ocurriendo? Phoebe se acercó lentamente mientras miraba a todos lados buscando al hombre con el que tenía que hablar, pero uno de los policías la detuvo interponiéndose en su camino:
—Lo lamento, señora, pero no puede pasar nadie — dijo mientras extendía el brazo para interponerse entre ella y la horrible escena de la calle.
—Tengo una reunión con el dueño de este edificio. ¿Podría al menos decirme qué ha sucedido? — preguntó mirando a los ojos al guardia.
—Ha habido un tiroteo — Phoebe enmudeció. ¿Qué había pasado? — ¿Es usted Phoebe Authbrey? — preguntó mirando una pequeña anotación en un cuaderno.
—Así es, venía a finalizar los papeles de la venta del edificio — explicó ella intentando ver más allá del enorme cuerpo del policía.
—¿Sabe algo sobre este hombre? — preguntó enseñándole un dibujo del marqués. Ella apretó los labios y gruñó levemente de frustración. Aquel hombre parecía que nunca iba a dejarla en paz...
—Sí, le conozco — el policía sacó un lapicero esperando que ella comenzara a hablar — Es Alexander, un marqués demasiado obstinado, engreído, egoísta y sin escrúpulos... — el policía la miró con los ojos abiertos, nunca había oído a una mujer con tanta rabia en la voz — Si le encuentran, haga que se pudra en la cárcel — le devolvió el dibujo y, dispuesta a marcharse, se dio media vuelta.
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La Modista
RomantizmPROHIBIDA LA COPIA O ADAPTACIÓN. OBRA REGISTRADA. Cuando Phoebe pensaba que la vida no podría irle peor, pierde su taller de costura por una falsa denuncia. Sin trabajo, sin casa y con poco dinero, se ve obligada a buscar un trabajo de sirvienta, au...