Estoy sentada en la parada del autobús, a un lado una rusa que habla un español muy escaso, al otro una pareja de amantes que lo más probable es que mañana ni se hablen pero que ahora no dejan tranquilo al pobre sonido de una ciudad somnolienta. Que horror una ciudad guerrera que no grita, y una señora se acerca, le cedo mi asiento y me voy, me pregunto si la vida de esa mujer fue triste, o quizás no, me imaginó a una muchacha recién llegada a la ciudad por un matrimonio de rápido compromiso, ella sin conocer a nadie y a los años encerrada en un piso con 3 niños pequeños, un marido en bancarrota que se dedica a beber y a pegarle, y esa mujer que logra irse, pero no como cuando llego, tan sola y vacía; si no que con tres niños, a los que crió seguramente con la ayuda de alguna vecina y ahora ellos, egoista sin saber nada de la vida, le escupiran la comida que tanto le costo conseguir. La rusa se ha puesto a charlar con la mujer, la rusa también tiene una historia que contar, menos triste y con más sangre, o quizás se fugo de su país huyendo de un libro, un libro revolucionario que escribió en la guerra y ahora la persigue, sí, el libro esta manchado de sangre, sus paginas de muerte y sufrimiento la atormentan, pobre escritora, pobre cobarde que solo sabe huir de su propio orgullo pasado.
La pareja ha comenzado a chillar, la escritora en su mundo se ha ido, la novia le besa, el novio la esquiva, pobre niña tonta, mañana estará sola con un recuerdo y tal vez algún trozo de ese corazón que le entrego al primer interesado, pobre autoestima, nunca sabrá lo que es ser grande. Ha llegado un hombre, de esos que llegan en patera arrastrados por el hambre, que dejan una vida atrás solo para poder continuarla, que no le temen a la muerte porque ella perdió ante su destreza. El hombre mira mal a la pareja, la pareja entre risas y gemidos no le presta atención a otra realidad, la mujer me ha pedido ayuda con su compra, pobre humanidad, es esclava de nuestros caprichos.