Capítulo 4 (parte I)

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Mel POV'S


10:52 a.m 

Echo un vistazo de nuevo a mi improvisada lista de la compra, sigue sin convencerme. Algo se me olvida. Estoy segura. 

Medio minuto después opto por abandonar el establecimiento pagando lo que ya tenía en mi carrito de la compra y me dirijo hasta la tienda de comida china. En verdad, vengo aquí como tres veces en semana. No suelo complicarme la vida porque la cocina no ha sido ni será jamás una de mis habilidades estrella. Quizá porque no tengo paciencia, así que tengo el mal hábito de frecuentar tiendas de comida rápida y precocinada.

En concreto, el gran muro rojo es mi "restaurante" favorito, su cocinera, Xing Yao, es toda un prodigio. Es la más pequeña de la familia que regenta la tienda, pero se encarga de la mayor parte de la cocina, y siempre pone más ración de la que ordeno. A veces me he encontrado varios botes de mi salsa de soja favorita o pan cocido con gambas para una semana. Por alguna razón, ese gesto me sigue enterneciendo.

Cargo con la bolsa de la compra hasta allí. Pesa demasiado pero estoy cerca de casa. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo cuando abro la puerta de la tienda y un enorme cuerpo carga contra mí. Y no sólo él, también una de sus zapatillas machaca mi zapato al pasar. Siento como si acabara de caerme un bloque de cien kilos de peso en mis pies. Demonios, eso ha dolido. Me quejo y maldigo, pero el hombre no se gira ni una vez para comprobarme o pedir perdón. No me giro tampoco, solo vuelvo a abrir la puerta y hago mi camino adentro cojeando.


11:25 a.m 

Mientras entro dentro del recinto, acabo mi comida y la deposito en una de las papeleras cercanas. Hoy viernes son los días que está establecido por la Universidad que sea nuestro día de descanso, con apenas dos clases en vez de las cuatro diarias después de la hora del almuerzo. Pese a que estoy segura de las buenas intenciones sobre la cosa de "descansar" que alegó el señor decano de la universidad cuando lo propuso, los viernes seguían sin ser de descanso. Para mí eran más odiosos que los lunes, porque te levantabas toda ilusionada sin madrugar, y a lo largo de la mañana te dabas cuenta de que tenías que asistir a dos clases y ver al señor Finnegan. Toda una hazaña.

Camino por los pasillos atestados de la facultad como una estudiante más. Libros en mano y bolso cruzado sobre mi pecho son todo lo que necesito para llegar a la clase de Derecho Constitucional del Señor Finnegan. Ash me espera impaciente donde siempre nos sentamos, primera fila, asientos centrales. Se ha recogido su corta melena rubia en una coleta, sus ojos azules me siguen al entrar mientras sostiene en su mano un boli y lo menea de un lado a otro. La saludo cuando me siento, aunque tengo que alzar la voz porque algunos estudiantes están hablando demasiado fuerte sobre las últimas calificaciones de los exámenes parciales.

-¿Qué pasa?-Pregunto, intrigada por su comportamiento.

Las comisuras de su boca se elevan maliciosamente. Automáticamente, mi cerebro hace sonar una alarma: ¡Trama algo!

-Mis oídos han captado antes una información interesante.

-Huh-uh.

Ash suelta cosas como esa todo el tiempo. Es como si fuera capaz de tener una antena desplegada en el momento adecuado para captar cada onda magnética que contuviera un cotilleo. Llegan a ella de manera inexplicable. Por un tiempo tuve curiosidad, después me di cuenta de que debe ir en su ADN el enterarse de todo a su alrededor y hacerse la misteriosa con todos los demás.

-¿No quieres saberlo?- Suena un poco decepcionada. Pero sé que esa es exactamente su intención.

-Sabes la respuesta a eso.-Respondo.

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