DESPUÉS DE LAS TRES

370 26 25
                                    


Lilibeth

Hace mucho tiempo que me he sentido extraña, y haciendo un recorrido por mi mente, no puedo percibir en qué momento o cuál de todas las situaciones, detonaron mi estado de ánimo. Han pasado más de diez meses desde el asesinato de Miguel, y desde entonces todo ha sido una montaña rusa de sentimientos. Sigo percibiendo esa rabia e ira, esa impotencia de seguir esperando capturar a los culpables.

Siempre he sido una mujer de fe, creo en Dios y en sus bondades, sé que él no nos manda guerras que no podamos soportar, pero no dejo de pensar que a veces, y solo a veces, se burla de nosotros. Me cuestiono una y otra vez, ¡¿cómo carajos permitió que una persona como él fuera asesinada de tal modo?! Mi mejor amigo; que era toda ternura, toda bondad, una persona servicial, que amaba a Dios, que le entregaba su vida a su servicio. No me saco de la mente su imagen ensangrentada tirada en el suelo frente a mi casa.

Habíamos quedado de ir de compras, odiaba como se vestía, me burlaba de él diciéndole que parecía ñoño, y es que realmente era el espíritu de un niño atrapado en un hombre de treinta y tres años.

Nos conocimos en la universidad, yo matriculada en la carrera de Mercadotecnia y él cursaba una Ingeniera Industrial. No teníamos nada en común, salvo el grupo coral al que pertenecíamos en la iglesia; el mismo grupo en el que años después conocí a mí adorado prometido, incluso ambos resultaron haber estudiado en la misma facultad. Los tres llevamos una hermosa amistad.

Nos vimos graduar, buscar trabajo, encontrar trabajo, desarrollarnos, comprometernos, descomprometernos, y volvernos a comprometer. Y es que mi historia con Jonathan ha tenido muchos volúmenes, hasta llegar al punto de estabilidad en el que estamos. Vivo con él desde hace ya más de ocho años, no tenemos hijos, a pesar de que he rogado a Dios por ellos; sin embargo, me mandó un bebé que perdí a las doce semanas de gestación y un embarazo ectópico que casi me cuesta la vida. Y, aun así, nunca dudé de las pruebas que me ha mandado. Sé que los tiempos de Dios son perfectos y que debo tener paciencia para entender que soy un instrumento de él y que los bebés llegarán quizás el día en que dejemos de buscarlos.

Mientras eso pasa, John y yo hemos afianzado los bienes para el día que Dios así lo decida, encuentre que no estamos como cuando fue el primer aborto, que no teníamos ni para un servicio fúnebre y el cuerpecito de mi bebé se quedó en el hospital.

—¿Para qué quieres llevártelo? —me cuestionó Jonathan.

Estaba tan estúpidamente bloqueada que accedí. ¡Y como me arrepiento de eso! Pero tuve que aprender a dejar ir las culpas, porque no me dejaban avanzar. Me perdoné, perdoné a mi novio y hemos seguido adelante. Ambos tenemos un buen trabajo y nos llevamos muy bien. Es divertido, romántico, muy detallista y me protege demasiado. Claro, todo a partir de que me vio en la plancha del quirófano a punto de perder la vida con un sangrado interno. Desde entonces, hace ya cuatro años todo marchaba a la perfección. Hasta que asesinaron a balazos a mi mejor amigo frente a mi casa.

Días después de su funeral sentía su presencia en la iglesia, en el grupo coral al que pertenecemos, quisimos brindarle una especie de homenaje poniendo el pedestal y su micrófono con el que cantaba a un costado del altar, y yo lo veía, tenía una mirada triste. Le dije muchas veces a John que sentía su presencia y él, con un poco de fastidio, me alentaba a no pensar más en él y que no me estuviera haciendo ideas locas.

Alguna vez le conté que cuando vivía en la vieja casa de mis padres sucedían cosas. Cosas de "fantasmas" o energías o como sea que la gente le quiera llamar. Pero, claro, estas cosas pueden ser muy refutables y John siempre fue muy escéptico en cuanto asuntos paranormales. En cambio, yo aprendí a vivir con esas cosas extrañas a mí alrededor. Siempre se escucharon ruidos, veía sombras, alguna vez escuche voces sin sentido, pasos que recorrían de un lado a otro las habitaciones sin aparecer nadie detrás de ellos. Todo eso lo viví desde muy pequeña, y no puedo negar que cada que se presentaba un evento así, me daba miedo, sobre todo cuando era niña, pero mi madre siempre se encargó de darme una explicación lógica de lo que me pasaba. Me creía pero a la vez no, me llevaba a la iglesia para confesarme y los sacerdotes siempre me decían que siendo una chica que creía en Dios, no tenía qué creer en esas cosas. Regresábamos a casa con botes y botes de agua bendita, pero los eventos nunca cesaron.

DESPUÉS DE LAS 3:00Donde viven las historias. Descúbrelo ahora