Capítulo único: Sombras

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 Siempre le he temido a la oscuridad

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Siempre le he temido a la oscuridad.

No me parecería correcto llamarlo una fobia, nunca lo consideré algo demasiado severo. Yo era simplemente un mocoso más que al apagar la luz comenzaba a imaginar criaturas y se desesperaba si tardaba más de cinco segundos en llegar a la cama y cubrir su mirada con las sábanas. Eran esos fugaces segundos la peor parte de mi día al yo cada vez intentar superar mi miedo, sin embargo, aquella ilusión de terror me consumía hasta el punto en que era necesario presionar el interruptor y secar las lágrimas involuntarias.

Ahora, a mis 20 años, no soy más que un pianista de familia adinerada que pasa la mayor parte del día contemplando la nada y dedicándole melodías deprimentes. No salgo mucho, las pocas amistades que formé a través del tiempo se desgastaron como aquel tiempo mismo.

Los recuerdos que tengo de mi niñez son algo confusos, a veces pienso que son en realidad una mezcla de sueños y vivencias, pero no lo sé, nunca alguien ha sido lo suficiente cercano a mí como para acompañarme en ese descubrimiento del pasado a través de mi mente. Mis padres siempre fueron distantes, incluso recuerdo oírlos discutir acerca de mis pequeñas obsesiones, esas que me hacían parecer un loco de vez en cuando. Por ejemplo: las velas. Mi extremo y no tan escondido temor a la oscuridad provocó una ligera obsesión con la luz, especialmente al provenir de una llama tan fina y tenue como la que se forma en una pequeña mecha rodeada de esperma. Solía encender docenas de ellas y observarlas consumirse durante horas, para luego introducir mis pequeñas manos en aquella pasta caliente y sentirla rozar mi delicada piel con lentitud y violencia a la vez. Era una mezcla de temor y placer que me desesperaba: el ardor entre las uñas, el dolor por la elevada temperatura y la luz que se extinguía poco a poco, dando paso a mi ansiedad.

    Sin embargo, todo ello se esfumó de mi memoria al transcurrir el tiempo. La madurez bloqueó todo retazo de trauma u obsesión enfermiza que alguna vez me hubiese inundado la mente. Mi vida se tornó una normalidad aburrida en la que decidí perseguir mis sueños sin observar con detenimiento que éstos en realidad no me llevarían a ningún lado. Bueno, no tenía cómo saber que mi pasado regresaría a asaltarme, que una vez más me embriagaría de sufrimiento y placer, no podía saberlo. Todo se había borrado, hasta ahora. 

    El sobre tiene un doblez en la esquina superior derecha. Madre insiste en que debo abrirlo y leer la carta que se encuentra dentro, dice que es un regalo especial, pero yo continúo observando el doblez. Como siempre, decido ignorar aquello que me perturba y procedo a realizar lo que me pidieron. La carta habla de un viaje al sur del país en automóvil, con hospedaje, turismo y comidas incluidos. Madre cree que necesito un tiempo para descansar de la rutina, y por ende yo comienzo a creerlo también. Mis padres siempre han tenido ese efecto en mí, como si estuviese obligado a reconocer que todo lo que dicen es correcto. Contemplo el papel una vez más y sin pensar demasiado firmo, para luego esta misma noche hacer las maletas y esperar preparado el inicio.

    El vidrio está empañado y solo veo lluvia. Detesto la lluvia, la ensordecedora, la dramática, obstáculo de concentración. No obstante, en este momento me acompaña en mi pérdida dentro del mundo de los pensamientos distantes. Y a pesar de mis intentos por encontrar alguno que haga valer el tiempo, solo logro sumergirme en uno. Lo veo al cerrar los ojos, lo oigo al ignorar el golpe violento de las gotas en el pavimento, en el ventanal, en mi paciencia. Lo veo, lo oigo, lo saboreo en mi lengua queriendo explotar. El frío y la humedad en mi índice tembloroso contra el vidrio empañado no impiden el sentirlo en la yema del dedo, como un dolor intenso que se expande y me oigo gritarlo hasta que los oídos del conductor a mi lado sangran y la negrura de un nombre me invade y no. Yo ya abandoné ese sendero.

El vendaje del pianistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora