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-Y esto es lo que pasa cuando perforamos la aorta equivocada... bien, en esta diapositiva...

Dios, esto es MUY aburrido.

Yo me he decidido a ir a la –en teoría- más prestigiosa Universidad de medicina para convertirme en un asesino experto o, en el peor de los casos, un médico suplente en un hospital de ancianos, arruinado y con una carrera inservible. Pero al menos pensé que aprendería algo.

Al parecer, todo lo que está explicando el gordo profesor en la sala de proyecciones ya lo había leído en los libros de la biblioteca del Orfanato Hammer. Vaya pérdida de tiempo.

Estoy pensando en irme de la clase, hacer campana e ir a algún asilo a matar a un viejo. Es más, lo voy a hacer.

-Profesor –levanto la mano-. ¿Podría ir al baño?

-Claro señor Wells –mientras lo dice yo ya me he levantado del pupitre y me dirijo a la puerta, con las estúpidas miradas de mis estúpidos compañeros clavadas en mi espalda-. No tarde demasiado.

-Claro, ni que fuera a hacer campana –digo sarcástico, haciendo que algunos de los sin cerebro, digo, alumnos, rieran.

Salgo de clase y me voy pasillo abajo, rumbo a la entrada del campus. Mientras ando, veo algunos alumnos pasando el rato, con el móvil o parejas intercambiando tantos fluidos que podrían acabar con la deshidratación en el mundo.

Por fin consigo salir fuera y una brisa primaveral azota mi rostro. Con un suspiro saco de mi mochila mi cartera. Creo que iré al pueblo de al lado para hacer mi cometido, pero no estoy seguro de tener dinero para el autobús. Entretanto yo rebuscaba algunas monedas dentro del monedero, he notado como una persona se ha chocado suavemente contra mi espalda, haciendo que todos mis documentos salieran de la cartera.

-¡Lo siento mucho! –dice la persona que se ha chocado contra mí. Me giro para ver al sujeto que se estaba arrodillando para recoger los carnés y cupones del suelo.

Delante de mí se encuentra una chica pelirroja, menuda y vestida con un vestido de flores. Para no quedar como un maleducado, me he acuclillado yo también para recoger las cosas que ELLA había tirado. Cuando iba a coger lo último que quedaba (mi documento de identidad) la chica también ha pensado que cogerlo sería una buena idea. Y nuestras manos se han tocado.

-¡L-lo lo siento! –grita, roja hasta las orejas. Me quedo un rato mirándola. Es guapa. Ahora que puedo ver su cara descubro que sus ojos son azules, pero no un azul normal; es un azul como el color del cielo al mediodía. Su cara está salpicada por pequeñas pecas que la hacen ver muy... ¿adorable? No lo sé, es la primera vez que uso este adjetivo.

-No importa, en serio –me levanto-. Me llamo Alexander, ¿y tú? –le tiendo la mano para que se levantara. Me la estrecha y se yergue. Me llega a la altura del pecho.

-Me llamo Ja-Jane.

-Bonito nombre.

-Gracias. Y dime, Alexander... ¿Sales con alguien en estos momentos?

-No.

-Bueno y... Ya sé que es un poco apresurado pero –mientras habla, agacha la mirada y se coge los bajos de su vestido, nerviosa, supongo-, ¿te gustaría tener una cita conmigo?

-¿Por qué? No me conoces lo suficiente como para tener una cita conmigo. ¿Debo asumir que haces esto cada vez que te chocas y le tiras la cartera a un chico guapo?

-¿Qué? ¡N-No! ¡Claro que no! Es solo que... -se queda callada durante un largo tiempo, como meditando lo que va a decir. De repente, alza la mirada, sorprendiéndome y dejándome perdido en sus ojos, ahora resplandecientes y brillantes-. ¡Creo que me acabo de enamorar a primera vista de ti!

AlexanderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora