Amores eternos.

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Un día de verano, un joven de escasos nueve años, miraba estupefacto, sentado en el ventanal de la gran mansión de su abuelo situada al filo de un acantilado, las olas romper contra las rocas, con su gran fuerza y majestuosidad. A su vez, al anochecer, observaba como subía la marea al salir la luna.

- ¿Por qué sube el mar al salir la luna? – preguntó de repente el niño a su abuelo.

- Es una larga historia, ¿estas dispuesto a escuchar a este viejo por un largo rato? – dijo este sonriendo. El joven asintió acomodándose.

- Está bien. – el abuelo carraspeó antes de comenzar – Hace mucho tiempo, antes de que cualquier humano existiera, en este mundo habitaban todo tipo de dioses, cada uno con sus correspondientes obligaciones y deberes. Entre ellos destacaron Umi y las mellizas: Taiyou y Tsuki. Taiyou era la viva representación del Sol. Brillaba por encima de todo, acaparando todas las miradas, siendo el centro de atención. Tsuki, en cambio, siempre estaba su sombra, siendo así la Luna misma, únicamente pudiendo ser visible gracias al brillo de su hermana. Nadie se fijaba en ella, excepto Umi, el dios encargado de proteger los mares. Umi estaba enamorado de Tsuki y ésta le correspondía.

- ¿Y pudieron estar juntos? – el abuelo negó con la cabeza.

- No. – hizo una breve pausa – Como he dicho antes, cada uno tenia unas obligaciones, que debía cumplir ante todo, pero ese era el menor de los problemas, ambos incumplieron la norma mas importante para los dioses, tenían prohibido enamorarse.
Sorprendentemente, consiguieron mantener el secreto durante un largo tiempo, viéndose a escondidas por la noche y actuando como completos desconocidos durante el día. Hasta que desgraciadamente, Taiyou se enteró y, a pesar de las suplicas de su hermana, no permaneció callada, se lo conto a Ikimono, dios de la vida y rey de todos los dioses.

- ¿Qué sucedió después? – el niño se veía cada vez mas interesado.

- Ikimono no mostró ni una pizca de piedad, si les permitía a ellos estar juntos, ¿qué les impedía a los demás hacer lo mismo?
No podía permitir eso, los dioses estaban hechos única y exclusivamente para gobernar y controlar, no podían amar, según él, el amor les hacía débiles y los dioses no podían tener debilidad alguna. Entonces, se libro una importante batalla, el ejercito liderado por los amantes contra el rey Ikimono, pero nada es tan poderoso como para ganar a la vida, ni el amor mas intenso.
Perdieron, y no solo perdieron la oportunidad de permanecer unidos para siempre, también perdieron vidas, cientos y miles de vidas de soldados inocentes por parte de ambos bandos. Para el rey eso era imperdonable, una traición.
No, peor que una traición. La muerte no era castigo suficiente. – el abuelo se levantó del sillón donde se encontraba sentado y se asomó al ventanal – Decidió condenarles a vivir separados, a pasar el resto de sus vidas observándose el uno al otro, sin poder decirse nada, sin poder tocarse, sin poder abrazarse por ultima vez.
Por eso, cada vez que ves las olas romper contra los acantilados con esa gran fuerza, o ves subir el nivel del mar, lo que estas viendo es a Umi, que a pesar de haber sido condenado, intenta con todas sus fuerzas alcanzar a su amada.

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