Capítulo 7

5.3K 398 11
                                    

Tuvimos una reunión de emergencia en el gimnasio. Todos íbamos con las pijamas puestas y rostros de somnolencia. Eran las tres de la mañana y nadie había podido entrar al complejo desde la broma del incendio. Mis ojos se cerraban, estaba tan cansada que podía dormirme allí, sentada y con frío.

Mi nariz comenzaba a picar, lo que avisaba un futuro resfriado. La humedad en mi pijama y en mi cabello se había esfumado por completo, pero dejó un cuerpo helado y tembloroso.

Maya estaba sentada en mi lado izquierdo, le seguía Adler. De mi lado derecho estaba Demián, y le seguía Ethan. Llevé mi mano a mi boca y reprimí el bostezo.

—Toma —Ethan me ofreció su chamarra.

—No, estoy bien. Gracias.

—Te enfermarás.

No podía ni quería enfermarme. Tomé la prenda y sonreí ligeramente.

—Gracias.

Ethan se limitó a asentir con la cabeza. La chamarra olía a él, y era un olor delicioso. No podía ni imaginar cuán costoso podía llegar a ser su perfume. Y el dinero que pudiera tener como para no escatimar en él y ponerse media colonia diaria.

—Antes que nada, lamento esta horrible junta nocturna, jóvenes. Esta noche, se ha sobrepasado una barrera. Las reglas quedaron en el olvido y uno de sus compañeros ha resultado herido. —El director se veía realmente molesto—. No podemos permitir más de estas conducta inaceptables. La policía estará haciendo sus respectivas investigaciones para dar y castigar a los responsables del atentado contra esta institución y el joven Santiago Córdoba.

Recargué mi cabeza en el hombro de Demián. Demián recargó su mejilla sobre mi cabeza. Estaba tan cómoda que mis ojos comenzaban a cerrarse.

—Santiago está siendo atendido en el hospital. Tiene una grave herida en el abdomen ocasionada con un arma punzocortante. No nos tomaremos esta situación a la ligera —advirtió uno de los policías.

—¿Crees que seamos sospechosos por ser los últimos en salir? —preguntó Adler en voz baja. Dejé de descansar la cabeza—. No quiero ir a prisión.

—Eso no sucederá. Tal vez nos culparán por no ayudarlo —respondió Demián.

—Es mejor que no lo sepan —sugerí—. Corrimos porque las luces se habían apagado y encendido. Santiago nunca nos vio así que si declara, no le dirá a nadie que estuvimos y no lo ayudamos.

Todos me miraron con sorpresa. Sonaba astuto y psicópata lo que sugería, pero al igual que Adler, no quería ir a prisión.

—Yo concuerdo con eso —apoyó Demián.

—Igual yo —finalizó Adler.

—Duermo con el enemigo —comentó Maya para después reír.

Las noticias se acabaron pero aún así permanecimos en el gimnasio. Jugaba guerra de pulgares con Demián mientras Maya, Ethan y Adler conversaban acerca de los partidos de fútbol americano. El padre de Maya era fanático del deporte. Incluso inscribió a Maya en los entrenamientos antes de morir. Pero Maya nunca asistió debido a la depresión en la que cayó.

Después optó por natación, y es algo de lo que no se arrepiente. Y de lo que su padre hubiese estado orgulloso.

—¿Crees que esa historia de los cobannos es real? —preguntó Demián para luego someter mi pulgar.

La batalla se reinició.

—Siendo sincera, sí lo creo. Pero ellos no. —Ambos miramos al trío—. No nos apoyarán.

A Blood Pact Donde viven las historias. Descúbrelo ahora