Capítulo 8

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Mi padre no era el mejor. Tampoco se esforzaba en serlo. Una vez, demoró cuarenta minutos en recoger a Cameron en la escuela secundaria solo porque según él, tenía una junta importante. En realidad estaba en una habitación de hotel con Loren.

Sucedió lo mismo cuando salió a comprar donas y café. Mi madre y Cameron estaban en una junta de Cameron por su mal comportamiento. Amanecí tan enferma que creí iba a morir esa misma mañana. Llamé a mi padre rogándole porque regresara, pero no lo hizo. Nuevamente, se encontraba en la cama de Loren.

Cam y yo nos acostumbramos a escuchar a mi madre insultarlo durante horas. Los adjetivos que usaba eran sumamente horribles. Paseaba por la casa, limpiando o cocinando, no tarareaba canciones, formulaba groserías.

Mi hermano y yo aprendimos a quedarnos callados mientras recibíamos esa energía negativa. Mamá estaba tan histérica que nos regañaba y gritaba por cualquier mínimo error. También aprendimos a quedarnos callados.

Papá criticaba y juzgaba cada acto que hacíamos. De igual manera, permanecimos callados. Y esa fue una costumbre. Solía defender mis derechos y alzar la voz con todos aquellos que no lograban intimidarme. Pero con quienes lo hacían, prefería guardar silencio y mantener mi distancia.

Eso sucedía con Ethan.

Cuando llegué al salón de historia, Ethan aún no llegaba. Había practicado la forma de darle las gracias, y es que mis palabras fluían solo cuando Maya, Adler o Demián se encontraban cerca.

Lo único que hice fue apresurarme, dejar la chamarra en su asiento, ubicado en la fila de alado dos asientos después, y dejar una pequeña nota agradeciendo.

Esperé con ansias mientras garateaba sin sentido en mi libreta. Ethan entró, vistiendo unos pantalones de mezclilla, un suéter negro y unos Converse rojos. Se sentó, tomó la chamarra sin leer la nota y la guardó en su mochila.

Me sentí como una estúpida por haberme tomado la molestia de escribir algo con letra en cursiva y una carita sonriente a una persona poco amante de la amabilidad.

El profesor de historia entró y no perdió tiempo. Comenzó hablando de Cristóbal Colón. Descubrió América pero no los demás continentes, y eso le molestaba a una chica de la clase.

Mis garabatos dejaron de serlo para formarse en el dibujo de un vestido de novia adornado con un corset que marcaba la cintura de manera espectacular. Los adornos eran brillantes pero sutiles y los olanes marcaban la costura de una perfecta y delicada tela.

De repente, mi mente vio una escena que no me pareció para nada extraña. Estaba yo, frente a un espejo, usando ese mismo vestido. Pero la época, diferente.

Las razones por las que decidí estudiar historia, fueron los sueños y los recuerdos de lo que parecía ser una vida por ahí del siglo XVIII. Adjudicarme ese tipo de escenas fue mi pasión número uno, y era yo quien aparecía en cada una de ellas.

Pero esta vez, surgió algo diferente. Parecía más bien, un recuerdo. Ethan entraba a la habitación vistiendo un traje elegante. Sacudí la cabeza y volví a la realidad. Miré a Ethan quien anotaba los apuntes con suma tranquilidad.

La puerta del salón se abrió, dejando al descubierto a un policía de aspecto rudo e intimidante. El profesor detuvo su explicación y las miradas se concentraron en el oficial.

—Lamento la interrupción, pero estamos haciendo las debidas investigaciones sobre el caso del joven Santiago —explicó.

—Claro, oficial. ¿Hay algo en que pueda ayudarles?

—Buscamos a la alumna Alice Clinton.

Todos los ojos sobre mí.

—¿Podría salir diez minutos?

Por instinto miré a Ethan.

—Puedes retirarte, Alice —dijo el profesor.

Recogí mis cosas y salí del salon aún con la mirada de todos sobre mi cuerpo tembloroso. Seguí el paso del oficial hacia el gimnasio en donde Adler salió con mirada cómplice.

En una mesa, en el medio, me esperaba otro oficial con aspecto de detective. Rápidamente rebusqué en mi memoria todas esas actitudes o respuestas que inculpaban a aquellos inocentes en los casos criminales que escuchaba Cameron día con día. Ya con la información ordenada en mi cabeza mientras caminaba, tomé asiento y le hice caso a mi conciencia.

No sonrías, solo sé educada.

—Alice Clinton.

—Hola, oficial.

Separa tus manos y toma una ligera postura encorvada, te verás segura, pero cómoda.

—Agradezco tu cooperación. Seguimos con la investigación de lo sucedido con tu compañero, Santiago Córdoba. ¿Sabes por qué te hemos llamado?

Te está sacando información, responde con una lógica pregunta.

—¿Por qué es parte de su trabajo?

El detective sonrió.

—Así es. Y porque los rectores, en sus declaraciones, dijeron que fuiste de las últimas en salir del complejo.

No te muestres ofendida, ni comprensiva, tampoco digas que no fuiste la única.

Asentí con la cabeza dos veces.

—No creo que seas la culpable del ataque, o de la broma. Pero puede que tengas algo por decir.

Es psicología inversa, te intimida sin ser tan obvio. Cuenta lo que está planeado sin dejar de mirarlo a los ojos.

—Quiero ser de ayuda, así que le contaré lo que sucedió esa noche. Mi prima y yo hablábamos dentro de la habitación, después sonó la alarma. Ella salió y me dijo que la esperara porque ya había escuchado hablar de la broma del año pasado, la cual fue igual. Al parecer la sacaron del complejo, por eso no volvió por mí. Vi a través de la ventana que los estudiantes salían, así que decidí hacerlo. En el camino me encontré a dos de mis amigos.

Di sus nombres para que no piense que ocultas algo.

—Adler y Demián. Nos reíamos por la broma pero nos asustamos cuando las luces se apagaron y encendieron. Salimos corriendo en dirección al vestíbulo.

—¿Por qué no optaron por las escaleras de emergencia?

—Soy nueva aquí. Victoria no te da un recorrido por el complejo. Demián y Adler son algo distraídos, supongo que se dejaron guiar por mí, ya que yo marqué el paso de la corrida.

No te recargues en el asiento, pensará que ya estás confiada.

—¿Conocías a Santiago?

—No, oficial.

—¿Qué estudias aquí?

—Historia. También toco el violín.

Revisó la información de Santiago.

—Está bien, Alice. Eso es todo por ahora. Si tenemos alguna otra duda, te buscaremos.

Accede, muéstrate dispuesta pero no desesperada.

—Claro. Saben en dónde encontrarme.

—Gracias.

Me levanté de la mesa y caminé hacia la salida.

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