Capítulo 9

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—Tuve que cambiar mi ropa interior cuando el policía me sacó de la clase —comentó Demián en voz baja.

Nos encontramos en la biblioteca, el único lugar menos concurrido de toda la universidad. Las clases estaban a punto de terminar. Ethan y Adler, recién salían de su entrenamiento.

—¿Qué dices? Yo vomité después de salir del gimnasio —contó Adler.

Todos me miraron en busca de mi historia. Pero no tenía ninguna.

—Mi hermano ve casos criminales, yo los escucho por lo tanto supe qué hacer.

—Eso es genial —dijo Adler con una sonrisa de oreja a oreja.

—Eso es de psicópatas —expuso Ethan.

—No puedes asegurar algo de lo que no estás familiarizado... psicópata.

—Uhhhh... —murmuraron los demás al unísono.

—¿Creen que los cobannos tuvieron relación con esto? Sean sinceros —pidió Maya.

—Yo lo creo —respondió Demián.

—Yo también —apoyé.

—Yo no. Bueno... Nadie ha resultado muerto.

—No hay que esperar una muerte para darle la importancia que tiene el tema, Adler.

—Me es difícil de entender esto, Alicia.

—Alice.

—Esto es habla hispana. Alicia.

Rodé los ojos y dejé que su ignorancia fluyera.

—Podríamos visitar a Santiago y preguntarle a él mismo.

—Apoyo a Ethan —se apresuró Maya—. Santiago es el único en saber quién lo atacó.

—Si fueron los cobannos, ¿por qué atacaron a un chico? Suponiendo que en esta universidad solo desaparecen chicas —murmura Demián.

—Resolveremos eso —me limité a responder.

—Cierto. Tengamos esperanza de que no es nada malo. La esperanza es lo último que se pierde —dijo Adler con optimismo.

—En realidad... Mi prima Esperanza fue la primera que se perdió en un campamento en el 2018.

—Es un decir, Demián —aclaró Ethan con frustración.

Permitían las visitas a Santiago. Su condición iba mejorando y aunque lucía realmente mal, reaccionaba bien a los tratamientos.

—Tú —sugirió Maya.

—No, tú —respondió Demián.

—Mejor Alice.

—No, tú —respondí.

—Ve tú, Alice. Tienes cierto... carisma —opinó Ethan.

Rodé los ojos al sentir la presión del momento encima de mis hombros. Caminé hacia la puerta no sin antes tocar. Santiago bajó el libro el cual leía y me dijo que entrara.

—Hola —saludé. Cerré la puerta detrás de mí con delicadeza y me acerqué tímida y ligeramente avergonzada—. Soy Alice. Estudio en Victoria junto contigo.

—Te conozco. Tocas el violín, ¿no? —asentí—. Todos te conocen, eres la salvación de Gustavo.

Reí.

—¿Y cómo te sientes?

—Estoy mejor.

Vacilé un poco antes de hacer la pregunta del millón. Observé el libro que leía y formulé un nuevo tema de conversación.

—La cabaña. Buen libro. Te hace diferir entre lo real y lo irreal. Tal vez era el diablo quien tentaba a la mujer.

—Vaya adelanto —comentó.

—¡Oh, lo siento! En verdad lo siento.

—No te preocupes. Igual, no pensaba terminarlo.

Reí aún más avergonzada.

—¿Y sabes quién fue? Bueno, lo pregunto ya que estoy muy adentro de lo sucedido.

—Supe que te interrogaron. Pero tranquila, sé que no fuiste tú.

Dejé mi duda al aire en espera de una respuesta. Santiago captó mi curiosidad y respondió lo que tanto quería saber.

—Sé que conoces a los cobannos y su extraña vestimenta.

—¿Fue uno de ellos?

—O alguien que se quiso pasar como uno.





—¿Y? —preguntó Demián.

—Fue uno de ellos.

—Ay, mierda —expresó Adler con terror.

—No hay que entrar en pánico, chicos. Solo necesitamos mantenernos alejados de este problema.

—¿Alejados, Maya? Tenían mi foto. Mataron a esa chica en Francia. Me quedan dos velas.

—¿Y qué quieres que hagamos, Alice? ¿Que le digamos a nuestras madres? ¿O le dirás a tu padre? Ni le importará, porque tú no le importas.

Todos nos quedamos en silencio ante el ofensivo comentario de Maya.

—Lo siento.

—No tienes por qué repetirme algo que ya sé.

—Lo siento, Alice. Estoy asustada, ¿sí? No pensé que esto sucedería en tan poco tiempo.

—El mapa de la pared —dice Demián de imprevisto.

—Sí, genio. ¿Un mapa ubicado en el culo de un perro? Ni siquiera sabemos de dónde puede ser —comentó Adler.

Recordando un poco el día que me sacaron de la fiesta, vi nuevamente el traje de minero en la esquina del sótano.

—¿Hay alguna mina por aquí?

—A cuarenta kilómetros de aquí. Sé dónde queda —respondió Ethan.

—Tal vez podamos buscar algo ahí. Había un traje de minero la noche de la fiesta.

—Perfecto. Iremos mañana por la noche —resolvió Adler.

—Yo... Y-yo pasaré el mapa a limpio, se los daré y les mandaré mi apoyo desde la habitación.

—No, Demián. Tú vienes con nosotros.

—Pero Adler...

—Vienes con nosotros —aclaró Ethan con suma seriedad.

—¡Perfecto! Acabo de ver una película de terror y el primero en morir, fue el chico pelirrojo.


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