L'orage

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El viento silbaba furioso contra sus oídos y las lágrimas rodaban por sus mejillas mezclándose con las gruesas gotas de agua que se colaban por el destrozado ventanal, sus ojos desorbitados revoloteaban erráticamente analizando sus opciones mientras luchaba por sujetar firmemente el arma entre sus temblorosas manos. Fuego refulgiendo en sus entrañas, escalando lentamente por su esófago y quemando todo a su paso; ira. La tempestad se desataba con gracia detrás de él, como incitándolo a cometer el ansiado pecado. Los labios blancos por la falta de sangre formaban una fina y dura línea, los cabellos avellana cubriendo su rostro; sudor frío corriendo por sus sienes, estrés y miedo entremezclados perfectamente; su respiración agitada de vez en cuando se entrecortaba y su corazón parecía palpitar en sus oídos. Un tembloroso y dubitativo dedo se dirigió lentamente al gatillo, sus extremidades a duras penas respondiendo a sus acciones, el dolor extendiéndose por su cuerpo como si de ginebra barata se tratara y el ambiente volviéndose a cada momento más denso. Por un instante, sólo por un instante, todo fue silencio; pareció como si el universo desapareciera, el tiempo parara y sólo ellos existieran, segundos después el estruendo producto del gatillo siendo jalado resonó en la habitación. Era todo, Dean había muerto; no, Dean había sido asesinado.

Tic Toc, el golpeteo del reloj lo trajo de vuelta a la realidad. Estaba hecho; le había matado, le había asesinado. El temblor en su cuerpo acrecentó ante esa cruda realidad, ante su cruda realidad. "No" fue el débil susurro que abandonó sus labios para perderse entre el fuerte chapoteo de la lluvia. El golpe seco del arma chocando contra el mármol hizo eco en la habitación y su cuerpo se dobló ante un fuerte espasmo producto de estar vaciando su estómago. Perdiendo totalmente la noción del tiempo entre espasmo y espasmo fue llorando hasta que no quedaron más lágrimas que botar, podía sentir la culpa formando un apretado nudo en su intestino mientras la locura se acercaba lenta pero definitivamente hacia él. Abrumado por el peso de sus acciones gimoteó con angustia y enterrando sus largos dedos entre las finas hebras de su cabello chocolate; se hizo un ovillo en el helado piso, sin dejar de vomitar. "Mi nombre es Richmond Cavendish, son las..." decía con la voz trepidando y mirando su reloj prosiguió "Doce y un cuarto, me encuentro en..." una aguda punzada le nubló la vista, como si de un clavo oxidado abriéndose paso por su cabeza se tratara "Me encuentro en..." nuevamente otra punzada aún más dolorosa, si eso era posible, le hizo soltar un profundo gemido"¿Dónde estoy?" sollozó al aire casi sintiendo su umbral de dolor vibrar. Confundido, se encontraba sumamente confundido. No recordaba cómo había llegado allí, ¡Ni siquiera sabía dónde era allí!, lo único que sabía con claridad era que esa noche se había convertido en asesino; en pecador. Esta vez las lágrimas no acudieron, tampoco la culpa que momentos antes le había revuelto el estómago con mano de hierro, sino un enorme vacío que dudaba algún día volver a llenar. La noche pasó demasiado lentamente para él, de manera paulatina los temblores abandonaron su cuerpo tal como lo habían hecho las lágrimas horas atrás y ahora se encontraba sentado en el frío mármol con la inerte cabeza del cadáver de su querido amigo recostada sobre sus piernas; observaba los ojos opacos y vidriosos por la muerte, ojos que hace algún tiempo atrás brillaban vigorosos.Una maraña de cabello castaño cubría parcialmente las delicadas pero masculinas facciones del muerto y con enfermizo cariño el verdugo colocó un travieso mechón tras la azulada oreja de su víctima, casi como si lo creyera dormido y no muerto. El arma había quedado abandonada a unos cuantos metros de ellos y la ventisca se había apaciguado hasta no dejar más rastro que unas oscuras nubes en el cielo; el aroma a muerte se entremezclaba con el húmedo vaho de la madrugada, aquel que se asemeja a la fragancia que impregna la pachamama en las tierras norteñas. Una dulce y cálida sonrisa se extendió por el rostro calmado del morocho y con tono maternal le susurró frases tranquilizadoras al cadáver entre sus brazos, como si de un niño asustado del armario se tratara.Acariciaba suavemente la pringosa cabellera del muchacho, desenredando los mechones aglomerados por la sangre seca y el barro mientras tarareaba una vieja canción de cuna que la matrona del orfanato solía cantarle. Finalmente el alba comenzaba a aclarar el nebuloso cielo y los edificios empezaban a sombrear las calles, ya era hora. Besando con ternura la frente de su querido amigo le volvió a acomodar en el mármol sangriento y se dirigió hacia el abandonado arma;con una sonrisa nostálgica la estrechó entre sus manos, como si de una vieja amiga se tratara, y sin atisbo de duda la puso en su sien derecha. Miró con amor por última vez al cadáver recostado en el suelo y articulando sus últimas palabras jaló el gatillo.

L'orage ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora