35. JON
El sol había vuelto a salir hacia el medio día, después de siete días de cielos oscuros y
neviscas. Algunos montones de nieve eran más altos que un hombre, pero los
mayordomos habían estado paleando todo el día y los senderos estaban tan limpios
como podían estarlo. El muro reflejaba una luz tenue, y cada grieta y hendidura relucía
con un color azul pálido.
Doscientos metros más arriba, Jon Nieve estaba de pie mirando hacia el bosque
encantado. Un viento del norte remolineaba a través de los árboles de abajo, haciendo
volar finos penachos blancos de cristales de nieve desde las ramas más altas, como
estandartes helados. A parte de eso nada se movía. «Ni un signo de vida». Aquello no
era del todo tranquilizador. No era a los vivos a los que temía. Aún así...
«Ha salido el sol. La nieve ha cesado. Puede que pase otro mes antes de que volvamos a
tener una ocasión tan buena. Podría pasar una estación».
-¿Ha reunido Emmet a sus reclutas?- preguntó a Edd el Penas - Vamos a necesitar una
escolta. Diez exploradores, armados con vidriagón. Los quiero preparados para partir
antes de una hora.
-Sí, mi señor. ¿Y al mando?
-Ese seré yo.
La boca de Edd objetó incluso más de lo habitual.
-Algunos podrían pensar que sería mejor si el lord comandante se quedara a salvo y
calentito al sur del muro. No es que diga yo tal cosa, pero algunos podrían.
Jon Sonrió.
-Algunos no deberían decir eso en mi presencia.
Una repentina ráfaga de aire hizo que la capa de Edd ondeara ruidosamente.
-Mejor que bajemos, mi señor. Este viento nos va a tirar del muro, y yo nunca aprendí
el arte de volar.
Bajaron en el montacargas. El viento era racheado, frío como el aliento del dragón de
hielo en las historias que la vieja Tata le había contado cuando Jon era un niño. La
pesada jaula se cimbreaba. De vez en cuando rozaba contra el Muro, arrancando
pequeñas y cristalinas lluvias de hielo que destellaban a la luz mientras caían, como
fragmentos de cristales rotos.
«Cristal», meditó Jon, «podría ser útil aquí. El Castillo Negro necesita sus propios
invernaderos, como los de Invernalia. Podríamos cultivar verduras inclusos en pleno
invierno». El mejor cristal provenía de Myr, pero un buen panel transparente valía su
peso en especia, y el cristal verde y amarillo no funcionaría tan bien. «Lo que
necesitamos es oro. Con dinero suficiente, podríamos comprar aprendices de soplador y
cristalero en Myr, traerlos al norte, y ofrecerles la libertad a cambio de que enseñaran su