La lavandera

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CAPÍTULO 2:

 

Owen cabalgó todo el día, sin detenerse a pensar en que estaba internándose más y más en el Gran Bosque, aquel lugar que tanto temía la gente, donde renacían todas las leyendas y contra el que le habían prevenido desde pequeño. Se limitó a seguir adelante, simpre adelante, sin mirar atrás.

El bosque que se extendía al otro lado del arroyo, no parecía muy distinto. Quizás un poco más frondoso y umbrío, pero nada más. Las mismas aves que ya conocía cantaban posadas sobre árboles que no parecían para nada amenazadores ni tampoco veía extrañas criaturas acechando entre la maleza.

Owen, sin embargo, no bajó la guardia.

Antes de que anocheciera, el joven decidió acampar. Ató al caballo a una rama, encendió malamente una hoguera y, arrebujado entre sus brazos, se dispuso a dormir sobre las anchas raíces de un árbol.

                                   ***                         ***                              ***                           

A Owen nunca le gustó el frescor de la madrugada, pero no fue eso lo que le despertó, si no una voz dulzona que le llamaba. Al levantarse, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Buscó a su alrededor, pero no había nadie.

Una pequeña ráfaga de viento le hizo llegar un agradable olor a vainilla, a la vez que escuchaba murmurar su nombre:

<<Owen. Owen. Owen.>>

No se lo pensó, simplemente se limitó a correr en busca de quien le llamaba, ya no solo por curiosidad, si no que necesitaba hallar tan rica voz, volverla a escuchar, rogar para volverla a oir.

Llegó hasta un pequeño estanque de aguas exageradamente cristalinas. Peces de inmensidad de colores nadaban serpenteantes entre las verdes algas. En el otro extremo, una bella joven de largos y ondulados cabellos castaños, lavaba un prenda azul. Tan pálida era su tez que se asemejaba a su vestido blanco y a su diadema de flores, también blancas. Allí donde frotaba la prenda, el agua se teñía de rojo.

-Por favor, habla de nuevo-rogó Owen.

La muchacha alzó la vista. Lágrimas resbalaban por sus pálidas mejillas. Pero a Owen no le importaba, solo le preocupaba volver a oír su voz.

-Por favor-volvió a pedir.

La joven se lanzó al agua, atravesó buceando el estanque que les separaba. Apoyada sobre sus brazos, con medio cuerpo en el agua, miraba a Owen fijamente. Seguía llorando.

El olor a vainilla era extremadamente intenso.

-Es tu camisa-se giró para señalar con la vista la prenda extendida en la otra orilla-. Si sigues, morirás.

Owen hacía caso omiso a sus advertencias. Por fin estaba escuchando su voz, tan dulce y melodiosa. Se arrodilló con el brazo extendido, para acariciarle la mejilla, pero al poco de rozarla, la joven se desvaneció, al igual que la prenda que esta antes lavaba.

El olor a vainilla desapareció, y lo sustituyó un hedor a muerte.

Despertó de la ensoñación en la que se había sumido, reflexionó sobre lo ocurrido, pero a pesar de todo, fue a por el caballo y se dispuso a seguir su camino, a donde fuera que éste le llevara. 

Aurora, un alma pura ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora