Capítulo XI. Tu cuerpo,poesía

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Diciembre 2003.

-¿Estás diciendo que pensaban mudarse ya, sin dejarte despedirte?-Le pregunté a Mariana, removiéndome en el asiento mientras ella bebía serenamente una taza humeante de café y Rocko, buscando una caricia, recargaba la cabeza en su regazo.  Llegó tan de improviso que no estaba seguro de cómo debía reaccionar, y no olvidaba la escena que su madre me había hecho la última vez que había pisado mi casa. Habían pasado unas semanas en que no me enteré de su vida, ni me mandaba mensajes.

Y ahí estábamos, sentados a la mesa, mientras el viento frío mecía los árboles que golpeaban con sus ramas la ventana de la estancia, Rocko rondaba la habitación moviendo la cola y ella bebía café mientras yo la observaba, con la filipina del uniforme apenas desabotonada, pues no había tenido tiempo de cambiarme con su llegada.

-Podría decirse de ese modo...- Contestó ella, mientras parecía observar algo que yo no podía en el vapor de su bebida.-Pero no quiero irme. Soy mayor de edad...puedo hacer esto. ¿Me pedirás que me marche? no quiero ser una molestia para ti, Rodo.

¿cómo rayos podría pensar eso si yo mismo le había propuesto que  viniera conmigo?La miré en silencio por unos segundos;  estaba enamorado como un loco, como un adolescente de aquella mujer. Me volvía loco el olor a cítricos de su cabello y ni hablar de sus labios rojos, tan besables. Sus ojos oscuros, enmarcados en largas pestañas, brillaban, con desición e incertidumbre. Era duro, lo sabía, y estaba seguro de que partir de su hogar había sido una de las desiciones más difíciles que ella podría haber tomado, siendo demasiado jóven, demasiado inexperta, como todos podemos serlo al enfrentarnos a nuestro destino, tan incierto.

-Esta es tu casa,¿lo olvidabas? Haré lo posible, te lo juro, para que te sientas bien aquí, princesa.-Dije mientras me levantaba de mi asiento para rodear luego la mesa y abrazarla por la espalda. Ella sostuvo mis brazos, que la envolvían, dejando escapar un suspiro.

-Ellos me dijeron que si salía por esa puerta, nunca más tendría nada de ellos.-Comentó. Recargué la barbilla en su hombro, en silencio, para dejarla hablar.-Tengo dinero ahorrado en una cuenta independiente. Te prometo ayudarte con esto, no quiero que te abrumes por mi. Mi abuela sabía de mis planes y me prometió ayudarme si lo necesitaba...pero quiero probarles a ellos y también a mi  que soy capaz de valerme por mi misma.

Sonreí al escucharla. Comprendí que aquellos silencios se debían a que maquinaba planes. Ella, a diferencia de mi,  enfrentaba lo que pasaba con la frente en alto. La admiré, de verdad que lo hice y también sentí de nuevo asco por mi, por lo que había hecho a mi madre, a mi hermano, a mi cuerpo en aquellos años. Tenía la certeza de que nada de lo que hiciera, por más progreso que eso implicara, borraría de mi historial todas mis estupideces.

-Te amo, ¿sabes?-Solté mientras aspiraba el olor de su cabello. Me incorporé un poco para retirar la cortina de cabello de su cuello y depositaba besos suaves en él. Ella clavó ligeramente las uñas en mis brazos y una pequeña  risa brotaba de su garganta- Gracias por venir, eres...eres increíble.-

Mariana volteó a verme mientras sonreía, relajada, con las mejillas coloradas. Se libró de mi abrazo para tomar con sus pequeñas manos mi rostro y depositar un beso, que después de tantos días, me supo a gloria infinita. Correspondí con total alegría mientras se levantaba lentamente de la silla, para abrazarme con libertad.

-Te amo Rodo;  creo que tomé una buena desición, ¿verdad?.-Le di media vuelta para abrazarla de nuevo por la espalda y la llevé así hasta el apagador de la estancia, situado junto a la entrada del apartamento. Me aseguré de que la puerta estuviera bien cerrada y apagué la luz, aprovechando para depositar un beso en su cuello, aferrándome con un brazo a su fina cintura.

A Fuego LentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora