CAPITULO 1
Ya no importaba lo que le dijera, ella no miraría hacia atrás. No importaba cuántos gritos soltase, o cuántos llantos, porque ella ya había tomado una decisión. No voltearía ni aunque fuera su vida en ello. Solo seguiría corriendo como si no hubiera un mañana. ¿Cuándo pararía? Ni ella lo sabía, solo pensaba en alejarse de allí lo más rápido posible. ¿Acaso valdría la pena regresar al sitio donde lo único que hacía, o lo único que se le estaba permitido hacer, era estar encerrada sin salida alguna? No, no iba a perder su oportunidad. Era ahora, o nunca. Por eso corrió y corrió, hasta que casi se quedó sin aliento, cuando llegó a una pequeña estructura, un tanto vieja y hasta parecía abandonada. Era el lugar perfecto para ocultarse y pasar la noche. Así que entró en la casa donde se hospedaría, por lo menos, una noche. Esa noche. La última noche en la que se ocultaría, porque apenas saliera el sol del otro día, sería libre de vivir esos 18 años que no había podido disfrutar. Era tanta la emoción que no podía dormirse, era eso o los ruidos escalofriantes que provocaba la casucha. Prefirió no averiguarlo. Buscó algo para calentarse, un abrigo, una manta, algo. Pero no había nada. Solo ese sucio y olvidado sillón bajo una ventana. Sin dudarlo, se acurrucó en el viejo mueble para pasar una última noche de sufrimiento. Poco a poco, sus ojos fueron cerrándose, y ella se sentía cada vez más emocionada por ver lo que le esperaba allá afuera.
La muchacha sintió un calor abrasador, por lo que se levantó brusca e inmediatamente para ver qué había ocurrido con el clima. Sus ojos se abrieron de par en par al ver algo que no había notado antes en la casa. Una manta estaba allí, cubriéndola del frío. Se levantó inmediatamente, y comenzó a buscar señales de vida que no hubiese notado antes. Si al dormirse no tenía nada con lo que protegerse del frío, y al despertar, una manta la cubría, significaba que alguien había estado allí cuando ella estaba dormida. Alguien la había colocado cuidadosamente sobre ella, procurando que no despertase. Tan solo pensar que alguien la había visto allí, sola, por la noche, la aterraba. Se dirigió a la puerta de madera que daba con un jardín medio muerto, y gritó:
-¿No te dije que te largaras? ¡Yo no te necesito!
Furiosa, se apoyó levemente sobre un árbol que se hallaba a su alcance. Y fue ahí, cuando fue capaz de sentir la presencia de alguien más. No estaba sola, y eso, nuevamente, le causó un terror infernal. El ruido provenía de algún sitio cercano. ¿Sería de los arbustos? Era el único lugar que se le ocurría. Así que cuidadosamente se acercó a las plantas. Un paso, dos pasos… Cuando dio el tercer paso, un calor recorrió su cuerpo. Ese ruido insignificante se había tornado en una sobra. Ese “alguien” que estaba vigilándola, estaba justo frente a ella. De algún modo había conseguido entrar a la casa, donde la puerta había sido bloqueada por la misma chica. Había evadido un bloqueo sin que ella lo notase. Probablemente, también la habría seguido en su escapada hacia el lugar que de momento se encontraba. Estaba paralizada por el miedo. ¿Qué iba a hacer? Era más que obvio que el sujeto era más fuerte que ella. Dio un paso hacia atrás, intentando marcar su huída, pero fue inútil. Esta “sombra” volteó rápidamente, mostrando así unos increíbles ojos verdes y un cabello rubio que, de lo perfecto, parecía falso. Él se aproximó hacia ella velozmente, tomándola del brazo y así diciéndole sarcásticamente:
-¿Ya te vas? ¡Pero si acabas de llegar! – la aproximó aún más, tanto, que hasta podía oler su miedo. – Tu te vienes conmigo.
Éste hizo una maniobra tan rápida que para la chica fue inevitable caer desmayada. Él la levanto, y, cargándola sobre su hombro, se adentró aún más en el bosque, sin dejar rastro alguno de lo sucedido.
Parecía como si hubiese dormido por días. Estaba todo tan callado, tan calmado. Eran ella y el silencio. Otra vez. Ya había pasado por eso muchas otras veces. Así había vivido durante 18 años, y justo cuando creía que por fin era libre, el ciclo comenzó una vez más. Estaba tan decepcionada de ella misma, pero a la vez tenía curiosidad de saber qué había ocurrido. ¿Quién era ese tipo? ¿Por qué se la llevó? Simplemente abrió los ojos, y se encontró a ella misma en un lugar algo peculiar. Parecía un psiquiátrico, o al menos le recordó a eso. Ya había estado en uno, y no fue de su agrado, para nada. Su respiración se aceleró al tiempo en que vio todas las máquinas que se hallaban a su alrededor. ¿Estaba... conectada? ¿Qué rayos había ocurrido en el tiempo en que estaba desmayada? Ya nada tenía sentido. Se levantó de aquella camilla en la que estaba recostada, y dio algunos pasos hasta las máquinas que reposaban frente a la misma. Las observó por un rato, y el pánico se apoderó de ella. Sentía mareos, náuseas, de todo. Cayó al suelo. Estaba muy frío. Decidió quedarse ahí por un rato, desde donde podía admirar casi todo el lugar. Había una puerta blanca, que hacía juego con toda la habitación, blanca. Qué conveniente. También había ventanas, pero su vidrio estaba polarizado. Las máquinas… El vidrio hizo que reflexionara por un rato. En ningún psiquiátrico o médico había ventanas así, al menos no los recordaba así. Eso la alteró bastante, así que se puso de pie, y se dirigió hacia el vidrio. Creía poder distinguir algo fuera de esta habitación. Se acercó un poco más, creía ver algo. Su corazón se aceleró otra vez al tiempo que notó un movimiento. De un salto se apartó del cristal negro, cayendo sobre el piso. Usó sus manos para cubrirse la cara, y se acurrucó en una esquina. Murmuraba algunas palabras, tal vez estaba lamentándose. Nunca había deseado más estar de vuelta en su habitación. También permanecía encerrada están allí, pero al menos se sentía a salvo, y, por supuesto, no la tenía cautiva un extraño. Una voz que provenía de algún lado la llamó: