Cuarto Capítulo.

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Técnicamente, este año estoy en periodo de prueba, debido a un temilla que estuvieron implicados un pupitre y una pizarra. (Para que quede constancia, una pizarra nueva es más cara de lo que cabría suponer.) También tiene que ver con un incidente en el que rompí una guitarra durante una asamblea, la utilización ilegal de petardos y un par de peleas. Como resultado de ello, he accedido de manera no voluntaria a lo siguiente: someterme a una tutoría semanal, mantener una media de notable alto y participar al menos en una actividad extraescolar. Elegí macramé, porque no tenía ni idea de qué era y porque soy el único chico entre veinte chicas que estaban buenas, lo que consideré un porcentaje de probabilidades bastante elevado para mí. Además, tengo que comportarme, llevarme bien con los compañeros, reprimirme y no derribar pupitres y contenerme y no incurrir en ninguna forma de «altercado físico violento». Y debo siempre, siempre, haga lo que haga, morderme la lengua, porque, por lo visto, sí no lo hago es cuando empiezan los problemas. Si a partir de ahora envío a tomar por c... Cualquier cosa, se traduce en una expulsión directa.

En el despacho de tutoría, me presento ante la secretaria y tomo asiento en una de las sillas de respaldo duro hasta que el señor Embry está dispuesto a recibirme. Conozco a Embrión —como lo llamo — como si lo hubiese parido, y sé que solo querrá saber que demonios hacía yo en lo alto del campanario. Con un poco de suerte, no tendremos tiempo para hablar de nada más.

Al cabo de unos minutos me indica con un gesto que pase. Es un tipo bajito y robusto que parece un toro. En cuanto cierra la puerta, su sonrisa se esfuma. Se sienta, se inclina sobre la mesa y me mira fijamente, como si yo fuera un sospechoso al que debe interrogar.

—¿Qué demonios hacías en lo alto del campanario?
Lo que me gusta de Embrión no solo es que es predecible, sino que va al grano. Lo conozco desde mí primer año aquí.

—Quería ver el paisaje.

—¿Tenías intención de saltar?

—No el día que toca pizza. Jamás el día que toca pizza, que es uno de los mejores días de la semana.

Debería mencionar que sé eludir las preguntas de manera brillante. Tan brillante que si me dieran una beca para estudiar en la universidad me especializaría en eso, aunque ¿para qué tomarme la molestia? Ya tengo dominado este arte.

Espero que me pregunte por Jessie, pero me dice:

—Necesito saber si tenía intenciones de hacerse daño. Lo digo muy en serio. Si el director Wertz se entera de esto, está usted fuera de aquí antes de que el dé tiempo a pronunciar las palabras «suspensión», o cualquier otra cosa. Y ni que decir tienebque si no presto atención y decide volver a subir allí y saltar, me enfrento a una demanda judicial y, con el sueldo que me pagan, créame si le digo que no tengo dinero para defenderme. Y esto se aplica tanto a sí Salta desde lo alto del campanario como si lo hace desde la torre Purina, independientemente que sea propiedad de esta escuela o no.

Me rasco la barbilla como si estuviera reflexionando sobre lo que me acaba de decir.

—La torre Purina, buena idea.

No se mueve excepto para mirarme casi bizqueando. Como la mayoría de la gente en este país, Embrión no cree en el humor, sobre todo si tiene que ver con temas delicados.

—No tiene ninguna gracias, señor Thompson. No es para tomarlo a broma.

—No señor, lo siento.

Jessie and LouisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora