Los copos de nieve bañan la blanca acera. Una ligera niebla recorre nuestros pies buscando cobijo donde yacer. Todo es excesivamente blanco, como si del cielo se tratase. Pero más que el cielo, aquello era un infierno helado. Aquí siempre hace frío, el hielo que cubre la superficie de las alcantarillas lo corrobora.
Hay gente pasa por delante de mí, a menos de un palmo. Gente que está al teléfono hablando de no sé qué informes o gente con cara de amargura. Gente que está muy ocupada para fijarse en un mendigo como yo. Me caliento las manos llenas de heridas con mi débil aliento, mientras observo como se va congelando muy poco a poco el vaso que hay enfrente de mí. Un vaso que nadie ha tocado en días, salvo yo. Un vaso que contiene apenas unos céntimos.
Conozco de memoria todo lo que ocurre en esta calle. Cada siete segundos pasa un coche, a menos que sea sábado, entonces pasan cada diez segundos. Se ve que los fines de semana la gente prefiere quedarse en casa calentitos, ¿y quién no? También sé que, los lunes no pasa mucha gente por esta calle. Tengo calculado que cada diez minutos pasa alguien por delante de mí. De todos modos. Esos cálculos no sirven de mucho cuando nunca se fijan en ti. Cuando estás en la calle, la gente nunca te mira. Te ven como a alguien inferior, como a alguien por quien tener pena. Alguien que lo está pasando mal pero que, sin embargo, no le brindan ni una leve sonrisa.
Recuerdo que una vez se me acercó un niño que me preguntó si tenía frío. Le respondí que no, que estaba bien. Pero el niño me dio su abrigo y me lo puso por encima. Y aunque me estaba bastante pequeño, él insistió en que me lo quedara. Todos los días recuerdo a ese niño. Lo pequeño que era y lo grande que era su corazón. Siempre llevo por encima su abrigo para recordarme que no todas las personas que pasan por delante de mí solo piensan en sus cosas.
Empieza a oscurecer. Me levanto como puedo, ya que mis piernas están entumecidas por el frío, y por estar todo el día sentado en el suelo supongo. Recojo el vaso que estaba casi pegado al suelo y miro las pocas monedas que hay dentro. "Otra noche que no como" pienso para mí. Meto las monedas en el bolsillo de mi pantalón y me dirijo a una cabina de teléfono. Abro con esperanza la caja de cambios de la cabina y por suerte encuentro unas cuantas monedas más. "Me dará para un bocadillo" pienso mientras balanceo las monedas entre mis manos.
Camino calle abajo mientras me cruzo con un par de personas que me miran despectivamente, pero me da igual, estaba feliz porque hacía tres días que no comía nada. Por la noche es todo más frío, más lúgubre, más solitario. No se oye nada, salvo el caminar de las personas que llegan a sus casas. Calle abajo hay un montón de establecimientos desahuciados o abandonados por falta económica. Lugares que nosotros, la gente de la calle, llamamos "casas por una noche". No hay ninguna farola, ni una pizca de luz en toda la calle más que la luz de la luna
Cerca del final de la calle hay un letrero de neón gigante que ilumina un poco la calle dejando distinguir la acera de la carretera. En el letrero figuran letras iluminadas que escriben el nombre de un restaurante muy barato y bastante bueno, "El Mundo de Josh". Me dirijo hacia la puerta de cristal empañado por el calor de los hornos del pan. Parece el único lugar perfecto en esta gélida ciudad. Antes de entrar me doy la vuelta y me doy cuenta de que, a partir del haz neón morado que recorre mis pies, es todo oscuridad.
Entro al establecimiento y lo primero que captan mis sentidos es el olor a salchichas ahumadas, el sonido de la típica canción de bar en la que suena unos solos de armónica de diez minutos, y el calor de los hornos recién usados. En el local se respira el ambiente rústico tan alejado de la ciudad. Me encanta que la decoración de este local no sean los típicos cuadros sin sentido, sino graffitis gigantes en las paredes. Para mucha gente podría ser una gamberrada, pero para Josh y para mi eran magníficas obras de arte nacidas en la calle. Paredes de madera oscura y muebles de este mismo material, con una iluminación un tanto pobre, pero que daba un ambiente de hogar.

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Alone in the Cold
RandomDiario de un vagabundo que desde niño, vive en la calle ya que nació en la misma. Cuando vemos a algun pobre siempre lo vivimos desde fuera pero, ¿cómo es esa vida desde dentro?