Mi ángel.

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Un día conocí a un ángel:

Que tenía unas preciosas pecas que se perdían en el abismo de sus ojos.
Unas manos que te agarraban el corazón y lo masajeaban poco a poco.
Unos ojos penetrantes, más que la tinta de un tatuaje;
y te podías tatuar sus ojos, y llenarias de tinta la almohada cuando se fuera y no volviera.

Tenía unos brazos que cuando rodeaban tu cintura no te asfixiaban y podías volar, saltar e incluso imaginar que todo era perfecto gracias a él.
Y que,
te cogía de la mano hasta llegar al otro lado del océano.

Te besaba en cada estación y aún tenías la necesidad de más, y más, y más.
Que hacía que te sintieras tuya, bueno, y suya.
Que te acariciaba como si fueras seda, cuando en realidad no.
Que sonreía como si le fuera la vida en ello o como si gracias a él amainara la lluvia.

Que no le hacía falta chocolate para ser lo dulce que era.
Que escucharle susurrar tu nombre era la única manera de poder respirar de nuevo.
Que leerle la mente era más difícil que aprenderte todas las fórmulas del libro de matemáticas.

Y, llegó la tormenta cuando se fue:

No consigo entender nada, ¿dónde te has metido?
Te necesito.
¿Porque me prometiste el cielo y sólo conseguimos llegar hasta las nubes y parar allí para repostar eternamente?
¿Porque no seguimos subiendo hasta llegar a las estrellas?

Querido ángel:

Todo se ha apagado, incluso el cielo.
No hay luz en ninguna parte, y mi cabeza no hace más que recordarme tu ausencia.
Regresa junto a mi, ayúdame a vivir, sin ti me parece una pérdida de tiempo todo, incluso el respirar.
Secame las lágrimas y haz que no vuelvan a salir, como sólo tú haces.
Y quiereme, joder, quiereme.
¿Tanto pido?

Journal de MaeroribusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora