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Frieda estaba ansiosa, ya solo quedaba una hora para que Adler llegara, estaban de camino al aeropuerto para recibirlo y ella sentía que las manos le sudaban así que las movía de un lado al otro bajo la atenta y divertida mirada de Samuel. Cuando se percató de la forma en que su hermano la estaba viendo lo miró con odio y él solo negó y se rio.

—Mamá, Samuel me está molestando —dijo Frieda y Carolina se volteó a verlos.

—¿Qué hace? —preguntó.

—Solo la estoy mirando —se quejó Samu con cara de inocente.

—Eso me molesta —dijo la muchacha.

—Dios, por un minuto pensé que volvieron a tener ocho años —dijo Carolina y se volvió a voltear ignorándolos. Frieda hizo un gesto a su hermano para que dejara de verla y Samuel riendo divertido observó la ventana.

Cuando llegaron al aeropuerto, ya no quedaban ni veinte minutos para que el vuelo aterrizara. Durante todo ese tiempo ellos habían conversado ocasionalmente, siempre entre bromas y chistes en los que pretendían molestarse el uno al otro pero ya no lo lograban. Cuando lo vio salir de la puerta de desembarque sintió unas cosquillas que le invadieron todo el cuerpo y eso la alertó, no quería sentirse así y menos por Adler.

—¡Hola familia! —saludó el chico siempre tan entusiasta abrazando a Carolina y luego a Rafael, Samuel se puso en lista para los abrazos mientras Frieda permanecía quieta y expectante. Ella traía puesto el gorro que él le había regalado en Alemania—. Hola, Fri —dijo dándole un golpe en la visera.

—Hmmm, menos mal que llegaste, me estaba aburriendo —respondió ella fingiendo un bostezo—. ¿Ya nos podemos ir? —añadió mirando a sus padres. Rafael solo sonrió, su hija estaba haciendo un espectacular trabajo de actuación.

Salieron de allí y subieron al auto, durante el camino Adler contó sobre el viaje y sobre la despedida en Alemania, su madre había llorado muchísimo y Carolina sentía mucha pena por eso, se imaginaba como se sentiría su amiga.

—Estarás bien aquí, te cuidaremos como a un hijo, ya lo sabes —dijo la mujer sonriendo.

—Lo sé, y ellos también... solo... es que despedirse de mí no es sencillo, tía... soy inolvidable —bromeó—. ¿No es así, Frieda? —preguntó mirando a la chica que fingió una sonrisa irónica.

—Sí, ya ves que lo baboso siempre se queda pegado... —Adler rio.

Cuando llegaron a la casa, Carolina llevó a Adler hasta el cuarto que ocuparía, Samuel había insistido que se quedara con él en la habitación, pero sus padres pensaron que era mejor que tuviera su propio espacio, después de todo se quedaría por mucho tiempo.

—Espero te guste —dijo la mujer—, si necesitas algo solo me avisas... Y bueno, Adler, sé que no necesito decirte estas cosas pero acá tenemos reglas, seguro no muy distintas a las de tu casa... pero no quiero chicas en la habitación y demás cosas... ya sabes —añadió.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora