ya son varias las noches, no siempre consecutivas, que me meto en la cama con la misma idea.
No sé por qué, pero cuando me pasa eso, tenga o no sueño, me acuesto de costado, apago las luces y escucho radio… nada de tele. A lo mejor la tele finge una alegría que no deseo sentir… no por alegre; por fingida.
Tampoco escucho radio, en honor a la verdad, apenas la prendo y creo que me elevo y me veo a mi mismo en plano picado. Siento que veo a un tipo solo y en la oscuridad, y que en realidad no es una personalidad solitaria ni oscura, pero lo salió todo mal. Y le sigue saliendo.
No es pena, no es angustia, no es depresión, no es desconsuelo… es cansancio.
Son muchas las cosas importantes que me salieron mal, son muchos los sueños que ya no se me van a cumplir, son muchos los que ya aprendí a resignar, son muchas las postergaciones que no cumplen fechas y ya no tengo por qué creer que las cosas no van a seguir siendo así. Ya mi candidez se suicidó.
Puedo conformarme con migajas de mis viejos anhelos, puedo ver bienestares acariciando otras pieles y abandonando la mías, puedo seguir construyendo un mundo mejor al que no perteneceré, puedo entregarme al servicio eterno de los que amo, puedo convertir mi vida en una herramienta de satisfacción de necesidades ajenas… o puedo morir con dignidad.
Le tengo pánico a la violencia previa al suicidio, al dolor físico, a que sean ciertas las cosas que nos escribieron desde hace siglos sobre la Eternidad y el castigo para las almas que desprecian la vida. Me asusta la muerte y me da culpa cómo me sobrevivirán los que me vayan a extrañar, pero irme a dormir con un nuevo fracaso en la mochila y la promesa de otro tras el siguiente amanecer, es mucho menos que lo que entregué por alcanzar. Simulo cansancio físico para evitar explicaciones incomprendidas de sobremesa y me acuesto a no dormir.