Vivo en un barrio donde un simple intercambio de pareceres puede terminar en gente apuñalada. No es un barrio malo, es un barrio humilde, en todo caso, no hay barrios malos ni barrios humildes sino personas malas que lo integran y personas humildes y buenas que lo integran. Lo que sucede es que debido a determinados acontecimientos ocurridos en el pasado mi barrio tiene mala fama y ahora esta etiquetado de formas despectivas diversas. Un barrio malo, un villerío, una zona marginal, un aguantadero...y en fin, calificaciones que la gente bien pensante pensó para describir nuestro lugarcito en el mundo.
El estereotipo más común de un chico de nuestro barrio es viserita, pantalones anchos, remeras grandes o camisetas de futbol de algún club europeo o de alguno del futbol argentino...Ah y zapatillas de marca, pero no de dudosa legalidad como algunos creerían, ya que en los barrios pobres irónicamente se usan zapatillas caras. La mayoría de los chicos son de tez morocha, con rasgos aindiados.
La cuestión es que Fran y Agustín no parecían de ese lugar. Tenían rasgos más bien propios del "conchetaje", o eso era lo que decían los demás pibes de ellos. Franco y Agustín eran rubiecitos, blanquitos. Le decían polaco y gringo respectivamente. Vestían siempre impecables, con remeras de marca, camisitas hermosas, pantaloncitos y llantas de otro mundo. Pero no era la vestimenta propia de un chico de un barrio como el nuestro, era otro tipo de "onda", parecían de un barrio privado de "alta sociedad", por más estereotipado que suene, la gente los veía así.
La posta es que eran los ricachones del barrio. Aunque no se entendía muy bien por qué vivían en un barrio así, y repito no es que el barrio fuese malo, la mayoría es gente trabajadora y es un entorno más bien agradable con algunos acontecimientos desafortunados que le daban mala fama. Tampoco entendíamos muy bien de qué trabajaba el padre, aunque siempre que se les preguntaba decían que en algo del petróleo. Nunca estaba con ellos, siempre andaba de viaje, al parecer laburaba lejos y volvía un tiempo para luego irse de nuevo. La mamá era muy querida en el barrio, cooperaba en el comedor comunitario y les contaba cuentos a los chicos mientras les servía el desayuno. Ese día que a Fran le rompieron el cráneo de un botellazo en la fiesta del Social Club, la primera que llegó para atenderlo fue justamente su mamá. No sé cómo, pero llegó antes que la ambulancia y antes que la cana.
Era sábado. Fran y Agustín solían frecuentar amistades fuera del barrio, aunque también tenían algunos amigos dentro del mismo. Era sábado y había una fiesta en el Social Club. Una fiesta electrónica.
El Social Club era un club distinguido, se podría decir exclusivo, ubicado en el centro de la ciudad. La realidad es que era una empresa, una institución deportiva pero de índole privada donde se practicaban generalmente deportes como hándbol, vóley, básquet y rugby. Para pertenecer al club había que pagar una cuota mensual altísima, por lo tanto los jóvenes, en su mayoría, socios del club eran de una clase social acomodada. El Social club era básicamente un gran gimnasio y una cancha de rugby. Pero además del negocio de los deportes, la empresa alquilaba el gimnasio, generalmente los fines de semana, para eventos y fiestas de diverso tipo.
Como les decía, era sábado y había una fiesta electrónica en el Social Club.
Fran siempre nos decía, a modo de chiste, que los pibes del barrio eran habilidosos en el deporte de colarse a fiestas. Y efectivamente ejercían tal deporte con eficacia y creatividad. Conseguían entradas de cualquier forma menos pagándolas, y cuando no las podían conseguir simplemente recurrían a la falsificación, que consistía básicamente en copias bastante creíbles de una entrada original: la escaneaban, la editaban, le ponían colorcitos, ajustaban, etc.
Fran y Agustín no eran socios del club, ni lo frecuentaban, pero entraban y salían como si lo fueran, sobre todo cuando había fiestas, creo que tenían ciertos privilegios porque el padre era amigo de uno de los dueños.
Ya en la fiesta, mientras el DJ ejecutaba su "arte", los chicos ingerían bebidas alcohólicas como si fuera el fin del mundo, se agitaban, bailaban al compás del electrónico sonido, buscaban entre la multitud a las chicas de beso fácil y se prendían a ellas en abrazos efímeros e intensos.
Los colados del barrio desentonaban, eran como extraterrestres tratando de interactuar en un planeta en el cual no encajaban. Se podía ver en sus miradas un resentimiento de clase, resentimiento que de todas maneras no les impedía divertirse y tomaban la cerveza cara como rechazándola, poniendo caras de desprecio pero bebiéndola en abundancia.
De pronto, en medio de un tema de Tiesto, en el frenesí de brazos arriba y en movimiento zigzagueante con tubitos y artilugios fluorescentes, alguien dijo en tono violento:
— ¡Pongan Cumbia, caretas y la concha de su hermana!—
Y alguien, refugiado en el parpadeo enceguecedor de las luces y el humito, parece haberle respondido de inmediato:
— ¡Volvé a la villa negro de mierda!—
Las hirientes palabras llegaron a oídos del destinatario y entonces una trompada voló y también llegó a destino. Y entonces una nariz se rompió, la sangre salpicó una remerita en cuello V y entonces más trompadas volaron porque los chetos son chetos pero también saben pelear y a veces los chetos practican taekwondo y también saben tirar patadas que impactan en las quijadas. Y entonces en un minuto el evento pasó de fiesta electrónica a tormenta de piñas y patadas. Botellas, vasos de plásticos, tubitos fluorescentes, zapatillas de todo tipo y marca volaban de un lugar a otro.
Un porrón bien llenito, sin destapar, surcó el aire denso del gimnasio, fue lanzado desde lejos por algún cheto aleatorio en estado de frenesí alcohólico. El porrón hizo 15 metros en el aire y aterrizó contundente en la cabeza de Fran. La botellita literalmente estalló y el contenido se desparramó sobre la cabeza del adolescente y salpicó a varios a su alrededor. Fran cayó desmayado y la música automáticamente se detuvo. El DJ había contemplado toda la escena desde lo alto de la tarima donde desarrollaba su arte y decidió apagar la música asustado por lo violento del asunto. La música paró pero las piñas y las patadas siguieron reproduciéndose. Mientras Agustín retiraba al caído, los demás pibes del barrio bancaban la parada. Uno de ellos era bueno en el hermoso arte de los bifes, los noqueaba de un solo golpe, chetos caían apilados como alcanzados por la bala de un francotirador, no veían venir el golpe certero a la mandíbula y caían hermosamente noqueados.
Fran despertó dos semanas después, estuvo todo ese tiempo en coma. Aunque nunca se pudo identificar al autor del porronazo, los pibes del barrio igual molieron a palos a varios en busca de información y también a modo de venganza. El club fue multado y clausurado, por un tiempo.
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Hay mucho Rock aún en tu cerebro loco.
Ficção GeralSon cuentos, ficciones de naturaleza algo flashera o simplemente historias. El primero es un dialogo divertido entre dos amigos, uno de ellos cuestiona esa cosa mítica llamada Rock. En El Cuerdo hay un hombre que se quiere sumar a la locura. En El...