La Luna

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Yo la escuché admitirlo. Me abandonó y no me dijo la verdad al respecto. "Ya no volveré" retumbaba en mis oídos, todo era tan claro. No lo digo con intención de que me desmientan, ¿qué se creen ustedes para comprender lo que hacíamos? Entonces, tan solo diré que Luna me habló, la misma que en las noches menguantes, sonríe.

La ansiedad de no saber el porqué huyó me lleva a la locura. Lo único que hice fue comentarle de mis problemas; era fácil extrañarla a pesar de que nunca daba su juicio, ¿de qué se trataba toda este avismo que me tragaba? Elegiré correr y pensar que ella solo necesita tiempo para pensar. Sin embargo, la posibilidad de que no resistiera más mi presencia me abruma.

Lo siento por agobiarte...

Tal vez confundí su mirada, no se trataba de comprensión, era desprecio aquel brillo. ¿Por qué no se fue antes para ahorrar este dolor? Sabía lo que me venía desde el momento en que empezamos a hablar, no podía comprenderla, no lograba abarcarla. ¡Me urge comprender qué pasó! Pero todos callan e ignoran mi existencia. El cansancio me ganaba.

Solo ella alcanzaba a entender lo que nadie más podía, solo ella sabía quién era yo y el porqué hacía lo que hacía. ¡Es que ni yo podía dar una respuesta razonable a mis acciones! Sin embargo, ella era tan magnífica que podía captar lo que pasaba. Ninguno de ustedes ha podido sostener una relación con ella como yo lo he hecho, pero siendo honesta, ya de que vale, se ha largado...

Recuerdo esa noche de Mayo: el cuarto se iluminó de repente y no pude evitar salir del sueño en el que saltaba. Salí de la cama y cerré mi armario con llave antes de dirigirme a la ventana. Pequeños brillantes caían del cielo y dándole muchas vueltas le pregunté que qué le pasaba. No dijo nada, pero se quedó. 

Comprendí orgullosa que a pesar del estúpido discurso de que todos somos iguales, yo estaba destinada a escuchar a los cielos. 

¿Ser feliz? ¡Ja! Apenas pude encontrar una respuesta a ese concepto cuando volvió cada noche, y pude darla cuando por fin me habló. Solo ella me daba esa tranquilidad de acostarme tranquila en el pasto y apreciar las estrellas. Verla de por sí ya era música. 

La muchacha del armario se enojó conmigo cuando a la mañana siguiente le conté de mi visita. Duré todo el día intentando calmarla, pero de nuevo era noche y ella preguntó algo y la que respondió no había sido yo. Se resignó a abrazarme y se ocultó entre los cajones. Aunque, entre los pasos hacia ella, la culpa que se sentía, se borró. 

Todos los días preparaba un tema de conversación, ¿ahora qué haré que ella ya no está? Me siento como una idiota al volver a buscar a la muchacha del armario. Tengo miedo. Si no fui suficiente para ella, tal vez no lo sea nunca para nadie…

Si estás escuchando, creo que no fui yo la que se equivocó.

DivaguesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora