Alondra

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Muchas veces no sabemos apreciar las cosas más sencillas...

Un gesto, una sonrisa, una palabra...

Pasamos por la vida sin fijarnos en los pequeños detalles... hasta que un día, descubres el increíble valor de uno de esos pequeños detalles, y desde ese día, jamás podrás olvidar ese pequeño gesto, desde ese día, ese momento será especial para ti, por pequeño que sea, será algo que te marque, como le pasó a nuestro protagonista Gonzalo...

Gonzalo conoció a Laura al poco de terminar la carrera. Tras varios años de noviazgo decidieron desposarse. Fue un matrimonio feliz. Tuvieron un hijo único... se llamaba Miguel.

Miguel fue desde pequeño un niño muy reservado. Aprendió a hablar a una edad normal, pero evitaba usar su voz siempre que no fuese imprescindible. Pensaron que simplemente era tímido, pero finalmente le detectaron autismo severo. Miguel nunca hablaba con nadie, nunca sonreía, nunca mostraba afecto, nunca abrazaba a sus padres. Parecía un niño al que le habían robado el corazón y todos los sentimientos. Se pasaba las tardes jugando con su cochecito verde. Sus padres estaban realmente apenados. Querían mucho a Miguel, pero no sabían cómo ayudarle...

Laura y Gonzalo se preocuparon desde el principio de su hijo. Siempre le colmaron de atenciones, de afecto, le animaron y estimularon, pero nada parecía dar resultado. Miguel se hizo mayor, y comenzó a ir a la guardería. Sus padres no cejaron en su empeño, y los profesores también buscaron conseguir que se sociabilizase, pero Miguel no hacía caso. Él era feliz con su camión... hasta que un día, probablemente ya por viejo el cochecito verde se rompió. En lugar de llorar, como hubiese sido lógico, Miguel simplemente se sentó a ver pasar las horas hasta que le recogieran sus padres. Al recogerle, Laura se percató de que se le había roto su juguete favorito. Recogió las piezas, y salió a dar un paseo con su hijo en busca de un nuevo juguete para sus solitarias tardes. Mientras paseaban por el parque, vieron como unos chavales se divertían apedreando un nido. Laura fue inmediatamente a regañarlos. Estos se batieron en retirada. Miguel mientras se acercó al árbol en el que antes estaba el nido. A sus pies encontró una paloma malherida y un nido destrozado por la caída, con todos los huevos chafados, menos uno... Miguel, tras contemplar la triste escena, se agachó, y recogió al huevo superviviente. Acto seguido corrió a mostrárselo a su madre. Miguel no necesitó hacer ningún gesto, su madre nada más ver como le enseñaba el huevo, sabía cuáles eran sus intenciones.

Al llegar a casa su madre, cogió un cajón vació, lo sacó de su quicio y lo coloco encima del radiador, después, doblo una pequeña mantita que tenían guardada de cuando Miguel era bebé, y cubrió con ella al huevo y lo colocó con sumo cuidado dentro del cajón.

Miguel se preocupó mucho del desamparado huevo. Todas las tardes en la que volvía temprano de la guardería, las pasaba mirándolo desde cerca, pero no tanto como para poder molestarlo. Ya no importaba que no tuviera juguete, ahora tenía un amigo. Ese huevo era su amigo. Siempre se dormía al lado suyo, sus padres le llevaban cada noche a su cama para que durmiera en un lugar más cómodo.

Una noche cuando miguel ya se había dormido, y su padre se disponía para llevarle a hombros a su cama, se oyeron unos ruidos. Era el piar de un pájaro. El huevo se había roto, y en su lugar se hallaba una pequeña avecilla desplumada. Gonzalo despertó a su hijo, y le presentó a su viejo pero a la vez viejo amigo. Miguel se acercó para contemplarlo, y sin hacer ni un mísero gesto miro durante un largo rato al animal. Su madre le preguntó: ¿Qué nombre le pondrás? – Ima, respondió el chiquillo. ¿Y eso cómo se escribe?, preguntó la madre. Gonzalo les interrumpió y les dijo, a esta palomita la llamaremos Immer, que se pronuncia Ima como nos ha pedido Miguel, y que significa "siempre" en alemán.

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