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- El Payaso también gobierna el poder legislativo y judicial, - continuó Cole - nada se escapa al alcance de su influencia mientras el pueblo lo apoye, y para mantener eso, el Payaso y su circo son dueños de prácticamente todo. Tanto del banco que es asaltado, como de la aseguradora que gestiona y encarga el asalto al banco para justificar el alza en las primas, y adivina a dónde va a parar el dinero que jamás se recupera. ¿Cómo es posible eso hoy que todo está en línea?

Malcom reflexionó un poco sobre lo que acababa de decir Cole, pero no demasiado, no quería hacer que las alarmas sonasen.

- Pero lo más importante y por sobre todo, - continuó el hombre de pelo gris - ellos son dueños de los medios de comunicación, a través de los cuales mantienen a su gente hipnotizados como idiotas. Los idiotas luego creen todo lo que oyen y ven. Los llenan de espectáculos, música, deportes, emergencias, rescates, y falsas crisis de las cuales salvan a todos y la lista nunca termina. Siempre moviendo el hueso frente al perro para que no vea lo deteriorada que esta su casa. La gente en la cual el pueblo confía, hundiéndolo hasta donde pueda pero sin que se percate. Todo por cantidades absurdas de poder y dinero. ¿Para qué diablos podría una persona querer más de lo que jamás podría necesitar o gastar en la vida? Para satisfacer sus carencias de espíritu. Los agujeros en el alma son los que no tienen fondo.

Cole detuvo su explicación y dio un suspiro hondo. Malcom seguía atento al discurso.

- Así que estamos en un circo de idiotas gobernado por un Payaso - soltó una risa cansada y mantuvo un largo silencio - y nunca terminará hasta que dejemos de ser egoístas. ¿Qué hace que la piel sea piel o que los huesos sean huesos? Las células que lo componen, joven amigo. Así que si queremos que el mundo sea algo mejor, es imprescindible empezar por mejorar las unidades que lo componen, nosotros. No hay otro modo. Y las unidades deben actuar como un todo. Las hormigas y las abejas son insignificantes individualmente, pero trabajando juntas logran lo imposible. ¿Imaginas lo que lograríamos los hombres si dejamos de oír nuestro ego y pensamos que el bien de todos es el bien de uno? ¿Si el humano tan sólo tuviese el espíritu de la hormiga? Tenemos que dejar el individualismo y apostar por el bienestar colectivo, cueste lo que cueste, duela lo que duela.

Llegaron hasta la estación del tren subterráneo. Estaba repleto de gente. A Malcom le recordó al matadero de Rhor. Ambos esperaban en el andén. Había oído hablar acerca de muchas cosas de la Ciudad, pero nunca las había visto en persona. El tren era una de ellas. Su sorpresa fue mayúscula cuando finalmente atestiguó al tren llegar. Enorme, silente, limpio, puro, moderno, lleno de luz, colores, ventanas y sonidos. Nada en Rhor se le parecía. No saltaba, no echaba humo, no estaba lleno de polvo. Comprendió que, bien encausadas, algunas cosas de la Ciudad eran hazañas llenas de nobleza. Las puertas del tren se abrieron y la gente comenzó a subirse a él, pero él permanecía idiotizado en el andén.

Vamos, - dijo Cole con una palmada en su espalda - súbete a la Serpiente.

La Serpiente era el nombre que a Cole le gustaba darle el tren subterráneo. El tren nuevamente se sumergió bajo el suelo, como si hubieran viajado dentro de una enorme ballena transparente que solo había salido a tomar aire. Luego de un tramo relativamente corto, se detuvo en otra de sus innumerables estaciones. Cole hizo un ademán y ambos bajaron al andén. Caminaron juntos por los pasillos y esquinas de la estación, hasta que salieron a la superficie. El crepúsculo había concluido su espectáculo del día sin llevarse un solo aplauso y una fresca noche cerraba el local.

Malcom vio la Ciudad de noche por segunda vez. Fue casi tan encandilador como la primera vez. Las luces, los sonidos, incluso los olores eran distintos. Una tibia brisa rozaba su piel. Tan absorto estaba que, a diferencia del subterráneo, no reparó en que la gente pasaba apurada a su lado sin notar el paraíso en el que vivían. Un lugar que podía ofrecer todo, incluso convertir la noche en día. La Ciudad le sonreía, y el sintió que ese día conseguiría su ayuda contra las Bestias. En Rhor sólo debían esperar un poco más, rezó hacia sí mismo.

No se dio cuenta pero caminaron algunas cuadras más mientras él meditaba y trataba de hilar las palabras que pronunciaría ante el Payaso y su circo. Salió abruptamente de sus pensamientos cuando la palma de la mano de Cole sobre su hombre le anunciaba que tenían frente a sí algo que valía la pena mirar. Levantó la vista y por tercera vez en el día contempló algo que le quitó el habla: los Jardines de la Primera Casa.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora