Prólogo

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“… y ahí estaban ellos. Luchando contra los enemigos de la magia, golpeándoles con rocas, mientras ráfagas de viento les empujaban bruscamente. Otros estaban siendo amordazados con cadenas de agua que se congelaban al instante. O evadiendo ráfagas de fuego lanzadas a una velocidad impresionante. Los enemigos de la magia solo podían defenderse con espadas o lanzas que eran destruidas. Transformándose, literalmente, en polvo.
Pero a los cuatro hechiceros se les acababa el espacio para moverse y realizar con mayor precisión sus ataques, ya que, turbas y turbas de caballeros y campesinos irritados se acercaban cada vez más. Estos, estando cada vez más vulnerables, decidieron combinar sus poderes, fusionando los cuatro elementos… junto con sus cuerpos. Lograron escapar. Desaparecer por un tiempo. Mientras que una luz cegadora llenaba el campo de batalla. Estos cuatro maestros se volvieron uno, pero solo espiritualmente.
Decidieron alojarse en el cuerpo de una pequeña niña recién nacida, que heredó las cuatro formas de control: aire, capaz de crear grandes vendavales; agua, si así lo quisiera podría crear olas enormes; tierra, crearía terremotos de magnitudes extremas con solo zapatear; fuego, lanzaría llamas de su cuerpo si así lo deseaba.
Fue escogida por los maestros porque tenían que cumplir con la profecía:

En sangre pura deberá descansar el espíritu de su inminente fusión.
Un hombre o mujer humilde será su morada. Dedicando toda su vida a ayudar a otros.
Un corazón puro que guardará sus almas. Creando, así, al guardián del equilibrio.

Pero debería aprender a usar sus poderes sola y sin ser descubierta. Tenía que enfrentarse a un mal que se estaba acercando. Esa era la voluntad de los maestros.

Esta niña se hizo mujer, y ya conocía el poder que poseía. Aunque tras la sombra, ayudaba a otras personas, ya que le había enseñado la historia de los cuatro magos que ahora vivían dentro de ella. Quienes hasta el momento se creían muertos.
Cierto día, fue al mercado, tal como acostumbraba en su rutina diaria. Pero ese día una extraña capa de nubes negras se había cernido sobre sus cabezas, aunque no había lluvia. Un fuerte viento golpeaba a las personas, mientras que los animales aullaban, maullaban, chillaban o cacareaban. Una figura negra se apareció en la plaza, y con paso tranquilo se acercó a esta joven. Levanto sus manos y…”

(El resto del texto se perdió en el tiempo)

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