Oliver
Después de haberme despertado asustado me sorprendió no haber encontrado a Adam junto a mí. Sin embargo, después de la corta conversación que mantuvimos, para mi suerte el resto de esa noche pude dormir apaciblemente.Horas después el frío que hacía me obligó a despertarme. Alguien había dejado la ventana de la habitación abierta y un aire helado se estaba apoderando del lugar. Me senté en la cama y lanzé un bostezo muy largo, por un momento mi mente quedó en blanco.
La luz que entraba por la ventana a esa hora de la mañana pintaba todo de tonos fríos y que resultaban agradables para mí, me sentía sereno y sin darme cuenta los recuerdos comenzaron a invadirme.
"¿Mañana qué haremos?" Nada, había respondido papá.
"¿Y qué hacemos aquí?" Preguntaba como si no supiera lo que iba a pasar. Esta vez no dijo nada, simplemente apoyó sus manos sobre el volante y agachó su cabeza como si tratara de retener las lágrimas que empezaban a caer por sus mejillas. Papá detuvo el auto en la vereda de una calle de la zona antigua de la ciudad, donde ya casi nadie vivía, solo unos cuantos ancianos que se resignaban a abandonar sus viejas casas. Del lujoso vecindario que una vez fue, ahora sólo quedaban calles y casas maltratadas por el paso del tiempo y por quien sabe que mas. Un accidente, eso era lo que siempre me respondían cada vez que preguntaba que había ocurrido y realmente nunca me detuve a cuestionarlos o querer saber más. Lo único que me preocupaba era el estado de mi padre. Cuando miraba por la ventana del auto, veía la casa abandonada y deteriorada que una vez al mes tenía que ver, aquella que me inspiraba un profundo temor. Con el paso de los años aquella casa que había sido la causa de los peores momentos de mi vida, ahora sólo me inspiraba un doloroso sentimiento de odio y desprecio. Pasé los primeros años de mi infancia culpando a aquella casa de los problemas que tenía con papá, de los días en los que tenía que soportar verlo sumergiéndose en una abismal depresión que consumía todos sus pensamientos y acciones.
En ese momento decidí acercarme a papá y tratar de consolarlo, desabroché el cinturon de seguridad y me acerqué para abrazarlo. Era un niño, no podía comprender lo que estaba sucediendo y me sentía muy mal porque no podía ayudarlo. Abrazado a él, no encontraba palabras que decir, no sabía como reconfortarlo. Mantenía la esperanza de que ese día no fuera como los demás, o que por lo menos fuera el último. Sin notarlo comencé a llorar. Sentí su mano acariciando mi hombro tratando de calmarme, como si fuera yo el que lo necesitaba. Dejó de apoyarse en el volante y secó sus lagrimas, al mirarme sentí que trataba de pedirme perdon y que se sentía decepcionado de sí mismo. Comprendí una vez más que sin importar cuantas veces lo intentara, ese día nada cambiaría. Me acomodé en mi asiento, abroché el cinturon de seguridad y esperé a que encendiera el auto. Apoyando mi cabeza sobre mi hombro me quedé dormido una vez más. Al llegar a casa, papá bajaría del auto, me cargaría a mi habitación y pasaría todo el resto del día encerrado en la suya. Durante la noche tendría que escuchar su llanto y el ruido de los golpes descontrolados que lanzaría a la pared. Al día siguiente todo regresaría a la normalidad y la vida continuaría como si nada hubiera pasado, hasta que llegara el décimo octavo día del siguiente mes.
—¿Estás?— preguntó la voz de Adam devolviéndome a la realidad.
—Pe-perdon, estaba distraido— dije sonando muy tonto.
—Estabas como en otro mundo— Adam no tenía problemas en mostrar la gracia que le daba haberme visto de esa forma.
—Ya.
—Venga, no te pongas en ese plan. Siempre nos contamos todo, ¿en qué pensabas?.
—En ti— me lanzó una mirada amenazante—. No tengo ganas de hablar.
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EL SAUCE DE LANA
Teen FictionArthur Prescott ha decidido aventurarse nuevamente en la complicada tarea por la que todo padre debe pasar. Su hijo acaba de cumplir 16 años y no muestra signos de ser un joven tranquilo, sumando a esto los constantes decaimientos de Arthur, deberá...