Soy lo que siento

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Tal vez no sea bello, pero me miro al espejo y me veo guapo. Quizás mi vida no es perfecta, pero me siento feliz. Porque lo importante no es lo que somos o tenemos, sino como nos sentimos y que esto último no dependa de aquello primero.

Todo lo externo es efímero, la belleza caduca, los bienes vienen y se van. Sin embargo lo que sentimos podemos hacerlo eterno incluso más allá de la frontera entre la vida y la muerte. Estoy convencido.

En el 92 de viaje con mis compis de cole, estaba tumbado en la arena de La Lanzada. Ya no quedaba nadie por delante de mi, que se entrometiera en la visión de la puesta de sol más poética que había contemplado hasta entonces en mi vida.

Era tal la belleza, que no pude reprimir una pequeña punzada de dolor en el pecho al entender, a mis escasos trece años, que en unos minutos desaparecería para siempre. Claro que al día siguiente saldría de nuevo el sol, claro que la playa seguiría estando ahí, incluso a mi me quedaban muchísimos atardeceres que admirar. Pero ni el sol sería el mismo mañana, ni la playa, ni yo volvería a ser el mismo jamás. La inocencia y fascinación que se daban en mi al observar aquella tarde el horizonte, no se volverían a repetir jamás y al madurar lo exiguo del momento, de forma ipsofacta decidí que lo que sí podía hacer era guardarme para siempre aquellas sensaciones.

Cerré los ojos un instante, los abrí, grabé el mensaje de luz que me enviaba más allá del horizonte el sol y volví a cerrarlos. Lo aderecé con brisa fresca, con la tenue caricia de los últimos rayos del día y el rebozo de sensaciones que embriagan a un niño por primera vez lejos de su casa.

Aquella tarde convertí algo externo en algo interno, convertí algo efímero en algo eterno, transformé lo cotidiano y repetitivo, en único e irrepetible. Modelé la realidad a mi antojo y como un artesano experto le di la forma que hasta el día de hoy perdura inmutable en algún lugar profundo de mi consciencia. Tal vez.

Tal vez y sólo tal vez, porque cabe también la posibilidad de que el recuerdo me eligiera a mi, quizás sólo fuera el sujeto pasivo que tuvo la fortuna de vivirlo y guardarlo. El caso es que es mío y sólo mío.

Y como ya he dicho, no creo que haya muchas cosas que podamos decir que nos pertenezcan. Material nada en absoluto, probablemente ni tan siquiera los recuerdos sean nuestro, lo más probable es que estos nos permitan jugar con ellos, regocijarnos, acongojarnos y aún así jamás nos pertenezcan. Pero lo que siento, lo que ese recuerdo me hace sentir, es sólo mío. En si, el recuerdo no es lo importante, en si es sólo una herramienta, lo verdaderamente esencial de un recuerdo es lo que sientes cuando recurres a él. Y eso sí que es mío, es casi lo único que tengo. Puedo recurrir allí donde lo tengo a salvo del tiempo y de un sólo soplido hacerlo aflorar, revivir, despertar, sentir.

A menudo recurro a él, en ocasiones por puro júbilo. En otras, las menos, por necesidad. Y es que hay momentos en los que necesito recordarme a mi mismo que lo único que tengo, o todo lo que tengo, según cómo se mire, es aquello que siento.

Por eso siempre que me miro en el espejo me veo guapo, por eso los contratiempos no merman mi felicidad. Porque en ese lugar profundo donde muchos guardan miedos, rencores o problemas, yo sólo le he permitido la entrada a este hermoso y ya viejo recuerdo, que me recuerda que ni soy lo que veo, ni soy lo que tengo, simplemente soy lo que siento.

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⏰ Última actualización: Feb 04, 2012 ⏰

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