comenzó a llover y junto a la lluvia cayeron los rayos, la noche estaba más oscura de lo habitual, las nubes cubrían el cielo, me pregunto si mi luna estará ahí.
Salí al balcón, a ver si podía hallar a mi luna; observé el cielo, y no, no pude hallar a mi luna, ni mucho menos alguna estrella. En seguida bajé la miraba hacia el bosque: todo era tan normal, los arboles eran secos y oscuros con las ramas marchitas, las hojas cubrían el suelo, no había ninguna flor; todo estaba muerto. Al igual que mi corazón.
vivía en una enorme mansión: el piso era de madera, las paredes de cuarzo, cubierto de cuadros. En mi sala había una chimenea, piel de oso como alfombra y cuadros en la pared; los cuadros eran pinturas de animales, de flores, de arboles, de estrellas y de muchas cosas que hay o que había en mi bosque.
En mi mansión vive un duende su nombre es Muradin, es mi mayordomo, también tengo un perro: es fuerte, alto con un carácter muy serio, su nombre es Bluto; el es mi guardián. También tengo dos gatos, uno macho y el otro hembra; ellos se encargan de informarme todo lo que sucede en mi bosque. Mi mayordomo, mi perro, mis gatos. Solo eran un pequeño complemento en mi vida.
Amaneció, y se me hizo difícil notar algún rayo de luz, era de día pero aun así el ambiente era oscuro, todo era sombrío, solo había pocos lugares en los cuales se hallaba luz. Yo observaba la mañana desde mi balcón.
—señor su desayuno esta listo—dijo Muradin el duende mayordomo—.
—Enseguida voy—salí del balcón y me dirigí al comedor.
El comedor era muy grande, la mesa muy ancha y larga con una vela en el medio. De alguna u otra forma los platillos que preparaba mi duende eran muy deliciosos; me senté y comencé a comer el plato que preparo mi mayordomo.
—¿cómo amaneció señor?—dijo Muradin—.
—Como todas las mañanas Muradin—.
—Oh... disculpe. Yo sé como se siente y aún así le sigo preguntando su estado de ánimo—.
—Lo haces todos los días—sollozó el príncipe—.
Hubo un momento de silencio entre los dos. Pasó la mañana, el joven príncipe como todas las mañanas se dirigía a su sillón en donde se ponía a observar sus cuadros; pero siempre se ponía a observar uno en especial:''la de una bella dama bailando''. Siempre se preguntaba:<<¿cómo son los humanos? ¿son buenos? o... tal ves son viles y perversos....>>.
El joven se perdía en sus pensamientos. A parte de pensar en los humanos, también desviaba su mente hacia las estrellas, en especial a la luna, ''a su luna''.
Llegando el atardecer casi a la hora de almorzar el joven príncipe volvía abrir sus ojos y a salir de sus pensamientos. Se levanto y se dirigió al comedor ya que sabía que era hora de almorzar.
—¿Cómo esta señor?—dijo Muradin—.
—Como todas las tardes Muradin.
—Oh..., disculpe señor—Muradin cerró los ojos—.
(...)
—Muradin, nunca he podido preguntarte:''¿cómo llegas a preparar los platos?; es que aquí, en el bosque no hay animales ni vegetales''—.
—mm..., ese es un secreto señor, los duendes sacamos los alimentos a través de nuestra magia, solo diré eso.
—mm..., ya me lo imaginaba—respondió con una voz aguda soltando un suspiro—.
—¿En qué pensó hoy, después del desayuno?—dijo Muradin—.
—En los humanos Muradin—.
—¿En qué?—Muradin dio un suspiro.
—Los humanos son malos, son viles y perversos; aparentan ser buenos, pero cuando menos lo imaginas te dan una puñalada por la espalda. Recuerdo que mi primo fue capturado y luego vendido a unos alquimistas quienes llegaron a incinerarlo vivo—dijo el duende—.
—Oh... eso es trágico, pero dime, ¿todos los humanos son así de malos como tú lo dices?—.
—No lo sé mi señor, pero lo mejor es apartarnos de ellos—.
—Entiendo—dijo el príncipe—.
La hora ya puntaba las 5:00 de la tarde, era hora de ir a mi laguna.
El joven como todas las tardes se dirigía a la laguna: era un lago muy grande con las aguas cristalinas que podían reflejar su rostro, el cielo, las estrellas y la luna. El príncipe se quedaba horas observando el lago y mantenía la mirada perdida en el reflejo de su rostro.
Llegó la noche, la luna hizo presencia en el reflejo del lago. El joven dejó de verse así mismo y comenzó a observar la luna a través del reflejo de las aguas cristalinas (soltaban un brillo por las noches). Y así pasaron las horas, la noche era muy oscura. El príncipe se marchaba del lago antes de que empezaran a soplar los fuertes vientos.
Al llegar a la mansión le esperaba Muradin parado en las rejas.
—Buenas noches señor.
—No hay nada de bueno en estas noches Muradin.
—oh..., disculpe señor; pero lo bueno es volver a verlo.
—Pero..., si un día de estos no regreso a casa ¿tu seguirías esperándome?.
—¿Por qué lo dice señor?.
—Digo..., pues, ¿no crees que si un día de estos no llego a despertar? ¿tú serias libre?, Después de todo tú solo me cuidas porque la señorita luna te lo obliga.
—Bah..., para nada señor, yo amo cuidarlo, si usted no llegase a casa; mi vida ya no tendría sentido.
—Me gustaría poder sonreír; pero con este corazón muerto es difícil hacerlo.
Quedaron en silencio por un momento. El duende sabia que no podía consolarlo y el joven sabia que nada lo cambiaría.
Pasaron a cenar y durante la cena Muradin no podía evitar preguntar:—¿cómo esta señor?—.
—Como todas las noches Muradin, <<las nubes nublan el brillo de mi luna; esas mismas nubes nublan el brillo de mi corazón>>.
ESTÁS LEYENDO
El Príncipe de la Luna
FantasyTerry es un joven príncipe que reina en el olvido , con un corazón dormido y frió para el resto de los seres humanos, él juró nunca amar, él juró vivir en soledad hasta el fin de sus días en su gran castillo únicamente con su mayordomo y sus mascota...