Estados Erráticos Del Alma

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Miro el papel con negación, mi cabeza me repite que no es verdad, mis manos tiemblan y me dejo llevar por la conmoción del momento. Grito, solo eso puedo hacer en este momento que mi vida pende de un hilo. Leo nuevamente el resultado, suspiro, es verdad. Olvido mi mundo alrededor y corro lejos, solo corro, es extraña la sensación de las lágrimas cuando se corre, me recuerda mi infancia cuando salía a recibir con mi cara la lluvia que se avecinaba, esos pequeños placeres que me permitía en aquel entonces. Pero sé que en poco tiempo dejaré de disfrutar de ese placer, de hecho dejaré de disfrutar de cualquier placer terrenal, dejaré de mirar el atardecer, dejaré de leer, dejaré de soñar, dejaré de escribir, dejaré de sonreír, dejaré de latir, dejaré de ser...

Siento la presión en el pecho que me recuerda que muero, y paró de correr. Agacho mi cabeza y apoyo mis manos sobre mis rodillas, las gotas de sudor que emanan de mi frente caen silenciosamente al piso, al igual que mis lágrimas. Me sorbo la nariz y cierro los ojos. Hago un recorrido sobre lo que ha sido mi vida, nacer, crecer, estudiar, amar, sufrir y próximamente morir. Me pongo erguida y me rodeo con mis brazos, por un momento el ritmo de la vida se detiene, los carros avanzan con lentitud, los semáforos están en rojo, el viento eleva mi cabello con temor y las personas no corren solo van. ¡Veinticuatro horas! ¿Qué he hecho? ¿Realmente valió la pena mi vida? ¿Soy lo que quise ser algún día? Ya que, son cosas que no me deberían importar.

Ahora solo camino, de nada me vale correr a un destino inevitable. Cruzo en medio de la gente con mis ojos y mejillas rojas, por supuesto el clima tampoco ayuda, llueve. Sigo caminando mientras la gente corre a escamparse. Avanzo lentamente por la acera esquivando charcos, pero sé que me mojaré de todas formas y por ello dejo de poner atención a ese detalle ¿Qué más da? No tengo vida que vivir y al parecer eso lo sabe el conductor del carro que casi me atropella, camino sin prestar atención a eso último.

Me detengo, he llegado a un callejón sin darme cuenta. Miro las altas y grises paredes de este, al parecer son dos edificios de gran tamaño, al frente logro ver la salida y un cartel de supermercado que titila más adelante, esto me indica que ya está anocheciendo. Camino con la esperanza de llegar pronto a casa para despedirme de mis cosas, de mi perro y de mi cartel de Bebo Valdés que con su música alegraba mis días. Empiezo a tararear la melodía de Lamento Cubano, cierro mis ojos excitada recordando las notas que desprende el piano, tan finas y sutiles, tan llenas de vida. El piano en mi cabeza no para y mis pies tampoco, de repente tengo enfrente un café bar donde escucho Cochero Pare, mis poros despiertan y ya me siento como en casa, entro. Todo es diferente, irreal. Me siento cerca de la barra, pido un Whisky y lo tomo lentamente dejándome llevar por Bebo. Siento cada instrumento, el saxofón emite alegrías, el bongó desgarra sentimientos y el piano produce orgasmos musicales. Entro en un estado de trance de felicidad, quiero extasiarme con vida, beber vida, inyectarme vida, consumir vida, ser vida.

Sin darme cuenta poco a poco mi cuerpo se eleva, flota fuera del lugar y siento el viento mientras veo desde arriba la ciudad, cuan maravillosa es. Letras vuelan a mí alrededor y me envuelven, miles de historias entrelazadas se desdibujan en ese cielo azul y leo con entusiasmo lo que me proyecta la luna, estoy embelesada por lo que me muestra, tanto que olvido donde estoy, relajo mi cuerpo y empieza mi descenso a tierra firme. Caigo en un escenario, tengo un vestido rojo ceñido al cuerpo, el cabello recogido y abombado, los labios rojos y los ojos ahumados; estoy cantando Corazón loco... "No te puedo comprender, Corazón loco. No te puedo comprender" y es cierto, no puedo comprender el porqué de mi corazón roto, loco y muerto. Los aplausos estallan, me tapo los oídos y aprieto fuertemente los ojos. Cuando los abro estoy en otro escenario, esta vez voy vestida de blanco de pies a cabeza y Roberta Carreri me está mirando, al parecer estoy en la obra de teatro Andersen's Dream. Comienzo a mover mi cuerpo de manera poética, las palabras sobran y los movimientos hablan, lanzo sonidos guturales desde lo más profundo de mi garganta y doy giros, giro, giro y caigo al piso, siento que este se mueve, estoy mareada. Veo una mano que me ofrece su ayuda para levantarme, la tomo, me percato que todos en el lugar eligen pareja y es en ese momento donde suena la música, "Para la gente de Londres" Se me ensancha la sonrisa y el corazón, empiezo a mover mis pies con pasión al ritmo de la salsa, mil emociones brotan de mí y tengo un cumulo de felicidad en la garganta, me hierve la sangre, se me alegra el alma y sube la temperatura en el lugar, me siento viva, "Y va a cantar y va a jugar y va a reír y va a bailar" y eso es lo que quiero seguir haciendo... Pero ya no puedo.

Estoy de nuevo en el café bar con la luz del sol entrando tímidamente por la ventana y con la mitad de mi copa de whisky, la cojo y la termino a fondo blanco. Empiezo a llorar en silencio, viendo como caen las lágrimas por mi cara a través del espejo de la estantería de licores, agacho mi cabeza y con mi dedo índice y pulgar aprieto el puente de mi nariz, cierro los ojos, escucho "Lloro sin que tú sepas que el llanto mío tiene lágrimas negras, tiene lágrimas negras como mi vida" y muero.

Fin

Estados erráticos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora