Capítulo 7

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Después de abrazarse con fuerza durante algunos minutos Victoriano entró a la casita e Inés cerró la puerta tras ellos. Él estaba empapado por la lluvia.

—Mira como vienes Victoriano, estas empapado.

—Tenía que venir por ti, asegurarme de que estuvieras bien. —se sacudía un poco el cabello mojado.

—Voy a buscarte una toalla. —fue por ella y al volver se la entregó. —Estoy bien, aunque quería regresar pero empezó a llover y no pude. ¿Cómo fue que supiste que estaba aquí?

—Los trabajadores en la casa te vieron tomar el camino hacia acá, y vine a buscarte porque me preocupé. —se acercó a ella.

—No me ha pasado nada. —su voz sonó seria. —Solo necesitaba estar sola, pensar… alejarme de ti. —dijo casi en un susurro.

—Es por…

—Sí, porque tu esposa va a darte un hijo y yo necesitaba asimilar esa noticia. Quería pensar que haré con mi vida de ahora en adelante. —le dio la espalda.

—Inés yo no me imaginaba que esto ocurriría. —le acarició los brazos desde atrás.

—Ay por favor Victoriano, es tu mujer, estás con ella, la haces tuya, es obvio que podía quedar embarazada además tu siempre has querido ese hijo. —su tono era celoso y lleno de bronca.

—Perdóname.

Se alejó de él.

—No me pidas perdón. Yo no soy nadie para reclamarte nada. —lo miraba a los ojos. —Ve al cuartito a ver si encuentras algo para ponerte mientras esa ropa se seca. Te puedes enfermar. Yo voy a buscar unas velas, ya no se ve nada aquí.

Ella fue a la pequeña cocina del lugar en busca de velas y él se dirigió a la habitación para encontrar algo que ponerse.


Mientras ella encendía algunas velas el cielo seguía anunciando lo que sería una fuerte tormenta. Los truenos caían uno tras otro con fuerza y los relámpagos iluminaban la casa a través de las ventanas. El sonido de la lluvia inundaba los oídos de aquellos dos seres que ahora se encontraban solos y alejados de todos, a la expectativa de lo que la noche traería para ellos.

—No debiste venir Victoriano, ahora no podrás irte. —le decía sin voltear a verlo mientras encendía una vela.

—¿Quién dice que quiero irme? Por lo menos no sin ti. —se acercaba desde el cuarto.

Cuando ella se incorporó y lo miró se quedó callada unos segundos observándolo hasta que pudo hablar.

—¿Una bata de baño, eso fue lo único que conseguiste? —preguntó al ver lo que traía puesto.

—Sí, puedes verificar tu misma, la mayoría de la ropa es de los trabajadores mas jóvenes que a veces la guardan aquí y nada de eso me sirve. Tú sabes, por aquello del tamaño. —no tuvo la intención de que el comentario sonara en doble sentido aunque su voz sonó ronca, fue inevitable que ella así lo interpretara.

Inés carraspeó la garganta y agradeció que hubiera poca luz porque así él no podía notar como se había sonrojado.

—Bueno, como sea, espero que esto pase pronto para que puedas cambiarte de nuevo y nos vayamos. No está bien que estemos solos aquí. —se sentó en un sillón lejos de él.

—¿Tienes miedo de pasar una noche a solas conmigo? —sonrió disimuladamente.

—Por favor, no sé porque debería tener miedo. —no lo miraba, él se había sentado en otro sillón al otro lado, pero quedaban frente a frente.

TAN LEJOS Y TAN CERCA... SIEMPREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora