Octavo Capítulo.

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Cuando salgo de clase, Gabe Romero me cierra el paso. Como es habitual, no está solo. Amanda Monk espera justo detrás de él, con la cadera ladeada, Joe Wyatt y Ryan Cross, la estrella del equipo de Béisbol, al otro lado. El bueno, cordial, honesto y agradable Ryan, deportista, alumno de sobresalientes, vicepresidente de clase. Lo peor de él es que desde que iba a la guardería ya sabía perfectamente quién era.

Dice Roamer:

—Mejor que no te pille otra vez mirándome.

—No te miraba a ti. Créeme, en esa aula hay al menos un centenar de cosas que miraría antes de mirarte a ti, incluyendo el culo desnudo del señor Black.

—Marica.

Roamer y yo somos enemigos declarados desde primaria, y por esa razón me tira los libros al suelo de un golpe, y aunque eso forma parte de los «Fundamentos del acoso escolar en quinto curso», siento estallar en el estómago una granada oscura de rabia —que parece un viejo amigo—, su humo espeso y tóxico ascendiendo y extendiéndose por el pecho. Es la misma sensación que tuve el año pasado instantes antes de tomar un pupitre y lanzarlo. —no contra Roamer, como a todos les gustaría pensar— contra la pizarra del aula del señor Geary.

—Recógelos, imbécil. —dice Roamer al pasar por mi lado y, con el hombro, me da un golpe fuerte en el pecho.
Me entran ganas de agarrarle la cabeza y estampársela contra un casillero, y luego cogerlo por el cuello y sacarle el corazón por la boca, porque lo de estar despierto te aporta eso, la sensación de que todo dentro de ti está vivo, dolorido y ansioso por recuperar el tiempo perdido.
Pero en vez de esto puedo contar hasta sesenta, con una sonrisa estúpida fija en mí estúpida cara. «No me castigarán. No me expulsarán.  Seré bueno. Seré tranquilo. Me quedaré quieto».

El señor Black observa desde la puerta e intento saludarlo con despreocupación para demostrarle que todo va estupendamente, que todo está controlado, que todo va bien, que no hay nada que ver, que, por favor, se vaya tranquilo.
Me he prometido que este año será diferente. Si consigo adelantarme a todo, y en eso me incluyo a mí mismo, tengo que ser capaz de permanecer despierto y aquí, y no solo semiaquí, sino aquí,en el presente, como ahora.

Ya ha dejado de llover y estoy en el estacionamiento con Charlie Donahue, apoyados en su auto bajo el sol descolorido de enero. Él está hablando de lo que más le gusta hablar si no es de sí mismo: sexo. Nuestra amiga Brenda nos está escuchando, los libros pegados a su muy generoso pecho, el cabello brillando con reflejos rosa y rojos.
Durante las vacaciones de invierno, Charlie ha estado trabajando en los cines del centro comercial, donde, al parecer, dejaba pasar sin pagar a todas las chicas guapas. Lo que le ha dado más acción de la que había tenido nunca, en su mayoría en la fila para minusválidos de la parte de atrás, la que no tenía apoyabrazos.
Mueve la cabeza y pregunta:

—¿Y tú qué?

—¿Yo qué de qué?

—¿Dónde has estado?

—Por ahí. No me apetecía volver al instituto, de modo que cogí la interestatal y no volví la vista atrás.
No hay manera de explicar mi estado durmiente a mis amigos, y aunque la hubiera, no tengo necesidad, de hacerlo. Una de las cosas que más me gustan de Charlie y Bren es que no tengo que dar explicaciones.  Voy, vengo y «Oh, bueno, ya se sabe, es Thompson».
Charlie asiente.

—Lo que tenemos que conseguir es que eches un polvo.
Es una referencia indirecta al incidente del campanario.
Si echo un polvo, no intentaré suicidarme. Según Charlie, echar un polvo lo soluciona todo. Si los líderes mundiales echaran con regularidad buenos polvos, los problemas del mundo desaparecerían.
Brenda lo mira con mala cara.

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⏰ Última actualización: Nov 17, 2016 ⏰

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Jessie and LouisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora