Érase una vez un niño llamado Pablo que vivía con su madre en una pequeña cabaña situada en el bosque, a las afueras del pueblo. Como eran muy pobres, la madre de Pablo tenía que trabajar muchísimo: eran horas y horas las que se pasaba cada día cosiendo y arreglando la ropa de sus vecinos. Mientras, Pablo se pasaba los días aburridos sin dar ni golpe. Durante el invierno se pasaba el día sentado en frente de la chimenea para calentarse y durante el verano, se sentaba fuera de la cabaña a disfrutar del sol en el jardín. Y era así como Pablo pasaba los días hasta que un día su madre aburrida y cansada le dijo:
- ¡Quien no trabaja no come en esta casa! Tienes que comenzar a trabajar y dejar de holgazanear todo el día.
Y así fue como Pablo comenzó a trabajar. El primer empleo que Pablo encontró fue en una granja, donde le pagarían una moneda por un día de trabajo en el campo. Pablo recogió trigo, llevó las vacas y las ovejas a pastar y aún le dio tiempo a dar de beber a todos los animales del corral.
El granjero quedó muy satisfecho con el trabajo realizado por Pablo, así que le dio la recompensa prometida: una moneda que Pablo guardó en el bolsillo de su camisa. De regreso a casa, Pablo tropezó con una pequeña piedra con tan mala suerte que la moneda se le cayó a un pequeño río cercano. ¡Pobre Pablo! ¿Cómo le explicaría a su madre lo que había pasado?
- ¡Pareces tonto, Pablo! ¡Un bala perdida! ¿Porqué no guardaste la moneda en el bolso?
- ¡Te prometo que es lo que haré la próxima vez!, dijo Pablo todo serio.
Al día siguiente, Pablo fue a trabajar a una granja vecina, donde lo mandaron llevar el rebaño de ovejas a pastar a las montañas. Y así fue. Otra vez hizo un buen trabajo con lo que recibió su recompensa, sólo que esta vez, en vez de una moneda, Pablo obtuvo un enorme cántaro de leche fresca, recién ordeñado de la vaca Mu. Pero, ¿dónde lo llevaría?
- Ya lo sé, haré lo que dijo mi madre y lo guardaré en el bolso.
Y así fue como Pablo regresó para su casa. Pero, paso que daba, paso en el que se derramaba leche al suelo. Resultado: cuando Pablo llegó a su casa no había ni una gotita de leche en el cántaro.
- Pero, Pablo, ¿no sabes que debías de haber traído el cántaro de leche en la cabeza?, le dice su madre.
- Ohhh, te prometo que la próxima vez lo haré así.
Otro día de trabajo, y otra recompensa: esta vez un gran queso fresco y mantecoso. Y, tal como le había prometido a su madre, Pablo decidió llevar el queso en la cabeza. Era un día tan caluroso que el queso se derritió todo por su cabeza, dejando su pelo con un “bonito” color blanquecino.
- Ufff, ¿pero qué voy a hacer contigo? ¿Por qué no trajiste el queso en la mano?, le reprochó su madre.
- No te preocupes mamá, la próxima vez así lo haré.
Al otro día, Pablo va a ayudar al panadero del pueblo a preparar el pan. ¿Y que recibe a cambio esta vez? Pues un precioso gato. Feliz de la vida, Pablo coge el animal entre sus manos y empieza su regreso para casa. Pero, resultó que el gato era muy inquieto con lo que empezó a arañarle y a morderle las manos, la ropa y todo lo que se le ponía a su alcance. Pablo lo sujetó con todas sus fuerzas pero, al final termina por escapársele de sus manos y salir huyendo. Y a pesar de lo mucho que corrió Pablo para alcanzarlo, no tuvo ninguna oportunidad de detenerlo, ya que el gato era muy ágil y rápido. Una vez más, Pablo llega con las manos vacías a casa y su madre no podía creerlo.
- Pablo, ¿sabes lo que tenías que haber hecho? Debías de haberlo atado con una cuerda y traerlo detrás de ti.
- ¡Así lo haré la próxima vez, mamá!
La carnicería fue el siguiente destino de Pablo para trabajar. Después de una dura mañana de trabajo, Pablo recibió como recompensa un sabroso y magnífico jamón.
- ¿Cómo lo puedo llevar para casa? Atado con una cuerda y arrastrándolo detrás mía.
Lo que le había parecido una buena idea, resultó ser un desastre, ya que, cuando llegó a casa, el jamón estaba tan lleno de polvo, que nadie lo podría comer.
- ¡ Pablo, tenías que haber cargado el jamón a la espalda!
- ¡Lo siento, mami! ¡Así lo haré la próxima vez!
Pasaron un par de días antes de que Pablo volviese a trabajar. Y esta vez fue a la casa de un pastor, donde le pagaron con un burro por su buen trabajo. Y a pesar de que el burro era mucho más pesado de lo que Pablo se podía imaginar, no desistió hasta que consiguió cargar al animal a sus espaldas, tal y como le había prometido a su madre.
De camino para casa, el muchacho pasó por delante de la casa de Tomás, que era el hombre más rico del pueblo. Tomás tenía una hija muy bella, pero que tenía un problema: ¡nadie conseguía hacerla reír!
Tal era la desesperación de su padre ante la apatía que mostraba su hija, que había prometido que aquel que la hiciese reír sería el que se casaría con ella.
¡Y eso fue lo que aconteció! Muy aburrida, como cada día, María (la bella hija de Tomás) estaba asomada a la ventana de su cuarto cuando vio un espectáculo que no la dejó indiferente. Un joven y acalorado muchacho, con pinta de que no iba a ser capaz de dar un paso más sin caerse, cargaba con un enorme y pesado burro a sus espaldas. Tal fue su sorpresa y su asombro que una enorme carcajada inundó toda la casa, llamando la atención de todos sus habitantes que se asomaron a ver lo que pasaba.
Una semana más tarde, Pablo y María se casaron, vivieron felices y comieron perdices. ¡Y Pablo no volvió a trabajar!