Una fulminante tristeza recorría por sus ojos al no poder ser recordada por nadie. Era un alma. Un completo fantasma recorriendo los edificios de aquella universidad que alguna vez tuvo vida para ella.
Sus colores de vivos y llanos, se convirtieron en fúnebres, negros, oscuros y sin aquella luz de vida que ella misma le irradiaba.
Una fulminante tristeza recorría por sus ojos, buscando su felicidad que alguna vez ella juró tener.
Veía caras conocidas en las mesas, caras con las cuales se había sentado y había platicado, jugado, discutido y siquiera aún reído; pero nadie se acordaba de ella. La miraban, la esquivaban, o incluso ni siquiera notaban cuando ella por las escaleras bajaba.
Una tristeza fulminante recorrió sus mejillas, ojos; cuyas ventanas del alma se llenaban de una muchacha, cuya cara aconcojada y sin más ni menos nada expresiva, se apoderaban de aquellos ojos llenos de máscara barata, color negra, como la escena en que se encontraba.
Una fulminante tristeza se apoderaba de sus ropas: negras, opacas; y ella creía que eso la hacía verse bien, claro, el negro es lindo... Pero no cuando te ves reflejado en un color tan lúgubre.
"Efímero", ella pensó. Efímera sería aquella escena en la que se encontraba; dónde nadie la notaba, y ella misma se ahogaba en sus penares y miserias. ¿Y cómo 19 octubres podían sentir todos esos repudios, tristezas, cóleras, y mismas agonías de su pobre alma estrujada?
"Soy sólo una persona en un mundo tan grande y pequeño a la vez." "Soy una persona fácil de olvidar por mis errores que ser recordada por mis buenas acciones". "Soy una persona con alma buena pero con una mente tristemente que no entiende que es el dolor hasta ser comprendido por experiencia misma".
Buscaba ella, una mísera reconciliación con su persona misma, pero ni eso la pobre muchacha conseguía.
Y con "pobre", ella no se refería a victimizarse. Porque ella sabía que había obrado mal. Pero no era necesario tanta crueldad consumada como una sopa mal sazonada.
Una fulminante tristeza recorría sus labios, haciéndole sonreír al instante con un vago enrrojecimiento en las pobres mejillas que alguna vez pudieron haber sentido el verdadero sentimiento puro del amor que alguna vez tuvo.
Una profundo malestar la consumaba, como si hubiera cometido la peor desgracia nunca hecha jamás. Jamás. JAMÁS.
Ella se encuentra en un lugar que muchos conocen, pero nadie recurre con frecuencia; su rostro.
Todos podían ver su rostro, pero nadie podía ver el dolor constipado que existían en esas dos pequeñas ventanas. Dos pequeñas ventanas que rompían en dolor con una fuerte lluvia. Que rompía sus cristales. Que daba entrada al frío.
Pero de repente extraños quisieron entrar a ver que pasaba en aquella casa que de a poco a poco, se inundaba.
Ella no quería preocupar o hacer notar su obvio dolor, pero sus ventanas ya estaban rotas; No había nada más por hacer. Ya nadie iría a repararlas, más que ella misma.