Kósima

59 17 7
                                    

¿Qué es lo que debes hacer cuándo tienes la sensación de que no vale la pena seguir adelante?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¿Qué es lo que debes hacer cuándo tienes la sensación de que no vale la pena seguir adelante?

Apenas un día antes, las cosas eran casi maravillosas, una vida, una casa, el inicio de una familia. Sin embargo, así de pronto, sin aviso, todo cambió. ¿Lo peor de todo? Es que ni siquiera sé qué fue.

Un día, Kósima y yo éramos tan felices como podíamos serlo; al menos yo lo era, sin embargo, al siguiente, ella simplemente me dijo que tenía que irse, que quería buscar su sueño, el sueño de ser una estrella, de que su cara fuera vista en todos lados y por todo el mundo.

Creo que ella creía o alguien le dijo que yo le estorbaba. Tal vez sí, pero nunca fue mi intención hacerlo, yo sólo quería quererla, yo sólo quería protegerla, pero también quería que fuera feliz... así que me hice a un lado. Ahora que lo pienso quizá, solo quizá, la quise demasiado.

Una semana después de su partida, yo estaba sumido en la más negra de las depresiones; dos semanas después era poco más que una piltrafa, un remedo de hombre arrastrándose de la casa a la escuela, de la escuela al trabajo y a la casa otra vez, donde poco había cambiado, las mismas sábanas vacías guardaban el olor del mismo perfume que ella usaba la noche antes de huir de mí... de nosotros... de lo que fuimos... de lo que pudimos ser.

El eco de su presencia y el fantasma de su risa se anidaban en cada rincón del diminuto departamento que compartimos durante poco más de medio año, el mismo lugar donde yo había soñado, deseado pasar el resto de mi vida con ella, donde quería iniciar mi familia. Un niño y una niña, la "parejita" que toda familia perfecta debería tener.

¿Acaso era eso tan malo? ¿Acaso era demasiado pedir? No lo sé. Tal vez no... pero tal vez sí.

Tres semanas después, en el trabajo me obligaron a pedir vacaciones; en la escuela, mis amigos me suplicaron que me tomara un tiempo, que descansara, que ellos me mantendrían al corriente; todos ellos gente buena, gente preocupada cuyas buenas intenciones me hundieron aún más en el ala del infierno que Kósima escogió para mí.

Las cosas sólo pudieron empeorar, la espiral descendente que había iniciado tocó fondo cuando, un mes después de su partida, ella me llamó para decirme que no volvería, que estaba a punto de alcanzar sus más caros sueños. Nunca supe por qué lo hizo, tal vez creyó que estaba haciendo lo correcto, tal vez quiso ser educada o tal vez lo único que buscaba era arrancarme la última chispa de esperanza que aún me mantenía de pie.

Bueno... no lo logró. No del todo.

Aunque por fuera le deseé la mejor de las suertes, por dentro lo único que podía realmente desear, con cada fibra de mi ser, era que fallara, que fracasara, que todas sus metas y todos sus planes se derrumbaran, tal como ella había destruido los míos, sólo para que regresara arrastrándose a pedirme perdón, suplicándome que la recibiera y aceptando lo estúpida que había sido por haberme abandonado de aquella manera.

Pero eso nunca pasó.

A un año de aferrarme con todas mis fuerzas a aquella despiadada esperanza pasó lo que yo más temía y lo que ella más deseaba: su cara estaba en todos lados, en la televisión, en el cine, en las vallas en la calle, en los espectaculares en los techos. Su imagen rubia y perfecta estaba en cada botella de shampoo, en cada folleto del banco, en cada anuncio de pasta dental, incluso (ironía de ironías) una marca de sopa mostraba su rostro sonriente al frente de su empaque.

Aparentemente, tomar la decisión no me tomó demasiado tiempo, sin embargo, eso sólo fue porque era algo que ya había decidido hacía meses. Hacerlo, de verdad hacerlo, en cambio, me tomó sólo unos segundos.

El frío del acero contra mi sien no pudo disuadirme, el suave sonido de resortes y piezas metálicas rosándose unas con otras tampoco pudo hacerlo; lo único que detuvo mi dedo por un par de minutos fue aquella imagen en la televisión: la modelo de moda había muerto la noche anterior, víctima de una sobredosis

Eso fue todo, ya no escuché nada más... pero eso fue porque tampoco vi, ni sentí, ni saboreé, ni olí nada más.

Esto, exactamente esto es lo que alguien como yo hace cuando siente que ya no vale la pena seguir adelante.

10 veces ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora