13- Gracias Por Aceptarme.

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Cuando Harry volvió a despertarse un par de horas después, tuvo unos segundos de confusión en los que se preguntó por qué la luz entraba por el lado contrario al que debería, hasta que los recuerdos de todo el día anterior le cayeron encima como un aluvión; la hechicera, el agobio, la carrera desesperada al hospital, el taxi, el momento en el sofá de Draco... dormir con Draco.

En la cama de Draco.

Ahora estaba en la cama de Draco.

Abrazó la almohada y hundió la cara en ella, aspirando profundamente el aroma del rubio. Tras unos momentos en los que se permitió remolonear en la enorme cama, se levantó con una sonrisa estúpida plantada en el rostro y se paseó por el cuarto, mirándolo todo con atención. Un detalle en el que no había reparado la noche anterior hizo que su sonrisa se ensanchara: la varita que le había devuelto al rubio descansaba sobre su mesilla de noche. La tomó y la miró con melancolía, recordando el día que se la quitó de las manos a un, por entonces, aterrorizado Malfoy, cuando escapaban de su mansión a la desesperada. En verdad esa maldita varita hizo que ganaran la guerra. Menos mal que Malfoy no se la llegó a quitar cuando le enfrentó en la sala de Menesteres, mientras él y Hermione buscaban la Diadema de Rowena Ravenclaw para destruirla.

Recordar ahora ese tipo de situaciones hacía que se sintiera viejo y tampoco le hacía muy feliz pensar en la guerra, así que se dedicó a fisgonear por la casa del rubio antes de salir hacia el Ministerio. Encontró su ropa doblada a la perfección sobre una silla, lo cual le sorprendió bastante porque él recordaba haberla dejado esparcida sin más en la mesa del cuarto. Draco debía de haberla colocado; si Harry sonreía más, se le iban a dar de sí las mejillas. Se vistió en silencio y la fantástica sensación de que estaba en su propia casa se instaló en su pecho. Recorrió el apartamento, dándose cuenta de nuevo de la ausencia de fotos en la casa. Se preguntó el por qué de este hecho; quizás era porque Draco no tenía a nadie que se las hiciera o con quien hacérselas, quizás simplemente no le gustaba tomarse fotos. Le gustaría tener una foto con el rubio, para poder verla cada día. Este tipo de pensamientos ya no le tomaban tan desprevenido; aceptar los sentimientos que despertaba Draco en él había sido otra de sus mejores decisiones en la vida.

Puede que no hubiera fotos, pero sí había diplomas dispuestos en las paredes del salón. A Harry no le sorprendió mucho comprobar lo bueno que era Malfoy en su trabajo, se lo esperaba. Aunque en aquella época jamás lo hubiese reconocido, ya en Hogwarts Draco ponía todo su empeño en hacer las cosas a la perfección, tanto en el campo de Quidditch como en el aula. Es por eso que el moreno observó las excelentes acreditaciones médicas de Draco con su ya patentada y disimulada fascinación, aunque el otro no estuviera allí. Era increíble que Malfoy fuese ahora médico; Harry sentía una enorme curiosidad por saber todo lo que hizo Draco desde la última vez que le vio, justo después de que acabara el último juicio y cuando aún le evitaba y parecía estar sumamente incómodo en su presencia. Harry podía, literalmente, ver la tensión que había entonces entre ellos, pero aún así le habría gustado que Draco hubiese correspondido a sus intentos por volver a empezar su relación desde cero cuando aún tenían 17 años. Harry estaba dispuesto a aceptar a Draco, sabía que todo lo que había hecho había sido porque el joven se vio obligado a seguir un camino que no quería tomar, y también era consciente de que necesitaría un amigo y apoyo, pero el rubio simplemente continuó alejándolo. El moreno siempre sospechó que Draco le evitaba porque le caía mal o algo así, ahora se planteaba la posibilidad de que el rubio estuviera avergonzado de sus actos, aunque se viera obligado a hacer todo lo que hizo.

Harry agradeció mentalmente a cualquier deidad que estuviera escuchándole que volviera a poner al rubio en su vida. Y que le hubieran ablandado un poco, de paso. Aunque puede que no le hubieran ablandado, puede que él siempre hubiera sido así en el fondo; Harry sospechaba que así era. Quién sabe cómo habrían sido las cosas si Draco no hubiera sido criado por un Mortífago al que le preocupaba más su maldito y pálido pellejo que la vida de su hijo o la de su esposa.

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