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Una apócrifa intervención sentimental en el vacío, una caricia de alucinada esencia que se haya arrinconada en la esquina infinita del deseo y un silencio que, al menos por ahora, en este lapso concretísimo de esta historia, pretende indagar en la psicología secreta del caos, sorteaban los puentes quebradizos del amor, los puentes quebradizos del misterio, y los puentes quebradizos del terror. Ahí, en frente de ella, la hermosa Denise tenía una carta de amor de color verde ópalo. Ella sabía que allí había un secreto que le concernía, un secreto que la ayudaría, un secreto que quizás pudiera salvarla. Quién sabe, quizás una segunda piel que ponerse encima para escapar de aquella aterradora realidad surrealista de estar en un mundo sin vida alguna y sin esencia capaz de ser identificable. No un mundo sin almas, claro que no, porque, de alguna forma, la bella Denise Amandine de ojos color miel sospechaba que aquellos maniquís que la rodeaban y que estaban por todas partes, poseían un alma propia, o por lo menos algo muy similar a aquel elemento de enajenación argentada, de equilibrios diversos y abarcadores y de geometrías convexas, cóncavas, esféricas y anexas.

Pues sí, allí estaba aquella perpleja y confundida chica, en el mismo café en el cual estuvo minutos atrás mientras recordaba un episodio calcinante, un episodio único de su adolescencia. Allí estaba ella, con la conciencia de que la vida dura en el tiempo lo mismo que dura un avión de papel en el aire, que es la misma conciencia de que cuando la muerte pacta con el tiempo la soledad aprende a encerrar las almas de las personas dentro de sus propios cuerpos. Allí estaba Denise, observando una carta escrita para ella y un consolador sugerente y de tamaño considerable de color azul. Denise, a todas estas, sabía que debía abrir aquella carta para que pasara algo, para que aquel secreto mecanismo que mueve las manecillas del tiempo comenzara a moverse, pero ella quería darle tiempo al tiempo, quería darle una intermitencia a la más nefasta de las realidades, quería que los segundos se deslizaran sobre la esencia misma de la incertidumbre. Algo similar sucedió aquella vez que Dumet le entregó a ella una carta de amor de color verde ópalo muy similar a la que ahora ella desea abrir. Aquella chica, con un rayo de luz atravesando sus ojos rientes, moría de ganas por abrirla, por inspeccionarla... moría de ganas por enamorarse cada vez más y más. Pero, en aquella ocasión, decidió esperar un buen par de horas hasta que por fin se decidió.

De repente, el silencio de su interior comenzó a huir en una incierta ráfaga de vida y anarquía pero regresaba en el mismo instante que huía como diciendo "no te desharás tan fácilmente". La raíz del mundo, por su parte, se encendió y su calor de amor y de misterio curvó el espacio. Fue entonces cuando ella abrió aquella carta del destino y la leyó:

Denise: el tiempo es algo muy extraño, o no sé si sea yo o algo dentro de mí lo que de un momento a otro se ha hecho bastante extraño, bastante inaudito. Esta mañana, sin sospechar nada de lo que estaba a punto de ocurrir, desperté en este mundo, en esta realidad vacía y macabra, en este hemisferio de un universo que tiene lugar a deshoras. Desperté, como ya dije, y lo primero que pensé, lo primero que añoré, fueron tus besos, mi querida Denise. Hoy desperté en este lugar extraño y para la hora en la cual escribo estas palabras en esta carta, ya he recorrido varias calles, la cuales, por cierto, he reconocido como las calles de un video que hace mucho te envíe. Luego de un rato de mucho pensar creo que ya he dado con el misterio, ya sé por qué estoy en esta realidad, y si mis conclusiones son ciertas, tú también debes de estar en ella, muy probablemente algo confundida, aterrada y desorientada. Por ahora solo puedo adelantarte que todo esto es culpa, al menos en parte, de un sujeto llamado Marcel Larkin. Y pues ya que creo que probablemente, tarde que temprano, desde luego, tú pasarás o estarás en este universo o lo que fuera que sea, he decidido escribirte esta nota en una carta de color verde ópalo que seguramente al verla, te traerá recuerdos de antaño (debo añadir que no fue difícil encontrar cartas de este color, cuando desperté estaban junto a mí, junto a un objeto que se te hará muy curioso cuando te cuente y te lo detalle). Denise, quiero que prestes atención a lo siguiente: mañana al amanecer estaré en el mismo lugar en el cual encontraste esta carta. Te estaré esperando. Estoy seguro que juntos podremos salir de acá. Recuerda que mi amor hacia ti es el nexo más sublime que la luna ha tejido con la terrosa piel salina de todas las estrellas.

De las inercias de la piel a un mar de constelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora