"Algo"

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Era otoño en Santiago, y parecía que esa noche era peculiarmente más fría que las demás. Las hojas recién caídas de los árboles reposaban sobre el asfalto y de vez en cuando el viento hacía que cobraran vida por unos instantes, pero apenas la ventisca terminaba las hojas volvían a ser lo que eran: Recuerdos muertos de la primavera.

Esta era la escena que veía Álvaro de regreso a su casa después de un día de trabajo. Agotado, observaba las hojas secas revolotear con el viento. Estas le eran familiares: Eran como él. Álvaro aceleró el paso, pues empezaba a hacer más frío y estaba terriblemente cansado. Finalmente, luego de 10 minutos e interminables hojas, llegó a su casa, la número 5680 de la calle O'higgins. Se paró frente a la puerta principal pero no entró de inmediato, sino que se quedó observando la puerta, como si estuviera tratando de recordar algo importante, y, por unos momentos, le pareció oír la voz de su ex-compañera Elena seguida de un portazo. Álvaro volvió en sí y abrió la puerta para entrar a la casa, la cerró rápidamente y colgó su abrigo empapado en el perchero, seguido de su bolso y su gorro. Miró hacia abajo y vio, al pie de la puerta, los recibos de luz y agua. --Mierda-- pensó, --Olvidé pagar la jodida luz--. Por si fuera poco, hacía un frío del demonio en la casa, tanto como si hubiesen dejado la puerta y ventanas abiertas. El estado de la casa tampoco era muy agradable: La sala era un desastre, la cocina necesitaba una limpiada a fondo, y su habitación estaba muy desordenada. Todo esto, sumado al pésimo día que había tenido Álvaro, hacía que él solo quisiera dormir y dormir en un bucle infinito, pero no podía hacerlo, pues algo se lo impedía, algo desconocido para él, algo que no era ni el insomnio o la energía, ni la cafeína o los deberes, era algo que no podía explicarse o describirse con palabras. Ese "algo" no le agradaba a Álvaro, que solo quería acostarse, dormir y olvidarse de este pésimo día (o de todos los días). ¿Acaso ese "algo" era el recuerdo de Elena? ¿Podría ser ese "algo" los jodidos recibos de luz que tenía que pagar? Inclusive, ¿será la suma de todo lo ocurrido en este día?. Álvaro no lo sabía, y probablemente ni siquiera quería saberlo, pero lo único que era seguro era que tenía que hacer algo importante, y, hasta que no lo hiciera, no podría descansar.

Álvaro fue a la cocina, que se encontraba en una situación deprorable. La cocina no era muy grande: tenía un mesón que medía aproximadamente dos metros, sobre el cual había algunos recipientes con azúcar, sal, café y otros ingredientes; al lado del mesón había una pequeña nevera de color plateado y repleta de pequeños imanes que la adornaban y que además sujetaba algunas notas viejas que Álvaro no recordaba por qué las conservaba; dentro de la nevera habían unos cuantos tomates, dos papas, algunos frascos vacíos de mostaza y ketchup, tres huevos y unas verduras que había comprado ayer en la tarde. Al otro lado del mesón estaba la estufa, que tenía dos hornillas ligeramente quemadas por el constante uso, y, al frente del mesón, estaba el fregadero con algunos platos y vasos sucios. Álvaro abrió la nevera y sacó dos huevos, los rompió y vertió su contenido en un plato, luego cogió una sartén y la puso en la hornilla con la llama alta y un poco de aceite y, apenas se calentó, echó los huevos en la sartén. Pero, ¿por qué Álvaro estaba cocinando si apenas tenía apetito? Él no lo sabía, pero no podía estar parado sin hacer nada. Los huevos empezaron a cocinarse y soltaron un olor que lo dejó atónito: Olían exactamente igual que los Elena preparó la mañana en que se separaron. Álvaro no sabía por qué esa noche recordaba tanto a Elena, pues ese episodio de su vida ya estaba casi sepultado. Aún así, Álvaro no le prestó mucha atención y siguió en lo suyo. Sacó los huevos de la sartén y los puso en un plato, seguido de esto sacó unas tres rodajas de pan de la bolsa y las puso junto a los huevos, volvió a cerrar la bolsa y la puso en la nevera.

Álvaro caminó hacia la sala con el plato de comida y, aunque no tenía apetito, se dispuso a comerlo. ¿Qué demonios estaba pasando? Una fuerza surgió en su interior que lo obligó a pararse de la mesa y que además le causó un fuerte dolor en el pecho. Asustado tumbó el plato al suelo y este se quebró, esparciéndose los pequeños trozos de porcelana por todo el piso, junto con los huevos recién cocinados. Ahora el dolor en el pecho creía y crecía hasta volverse prácticamente insoportable, y mientras el dolor incrementaba una voz pasó por la mente de Álvaro: Era Elena. Álvaro ahora estaba más asustado que antes. --¡¿PERO QUÉ COÑO?!-- gritó desesperado --¡DEJAME TRANQUILO! ¡¿POR QUÉ COJONES ME SIGUES HABLANDO?!--. Pero la voz de Elena seguía susurrándole cosas a Álvaro, la voz de Elena seguía diciéndole cosas a Álvaro, la voz de Elena seguía gritándole cosas a Álvaro. --¡DEJAME!-- gritó, --¡TU ESTÁS MUERTA, YO TE MATÉ!--. Pero el dolor no cesaba, y la voz de Elena se iba haciendo cada vez más y más fuerte, hasta llegar al punto de ser insoportable. Ahora Álvaro caminó hacia el patio, no porque quisiera hacerlo para escapar del dolor, sino porque su cuerpo lo obligaba a hacerlo. Sus piernas empezaron a moverse involuntariamente, y Álvaro ya no tenía control sobre su cuerpo: Ese "algo" ahora controlaba sus movimientos, y Álvaro ahora era un simple espectador de su destino. Caminó hasta el árbol de roble que estaba en el patio y de repente notó algo que lo dejó pálido del miedo: Una soga. Allí estaba colgada en una gruesa rama del árbol de roble esperando a su dueño.

Ahora los gritos de Elena cesaron y reinó el silencio en la mente de Álvaro, inquietante e incómodo, e incluso podría decirse que aterrador, hasta que la voz de Elena rompió el silencio: "Llegó el otoño, y las hojas que antes eran verdes ahora caerán al suelo marchitas y arruinadas, como un vestigio de algo que alguna vez fuiste Álvaro: Un buen hombre". Pálido como la nieve, Álvaro tomó una silla que había cerca y la puso debajo de la rama en la cual colgaba la soga. La voz de Elena ya había desaparecido, así como el dolor del pecho, pero Álvaro ya sabía que era lo que tenía que hacer. Ya no había nada que lo obligara, simplemente sabía cual era su destino. Se subió a la silla, tomó la soga y se la amarró con fuerza al cuello y, seguido de esto, miró su reloj que marcaba la medianoche. --Seis horas para que amanezca-- pensó. Pateó con fuerza la silla y el cuerpo cayó fuertemente hasta que la soga detuvo su trayecto y Álvaro quedó suspendido en el aire, sin oponer resistencia alguna a la muerte, hasta que finalmente pasó de ser una persona a ser un cuerpo. El dolor desaparece, vuelve la calma, reina el silencio... "Seis horas para que amanezca".

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⏰ Última actualización: Nov 21, 2016 ⏰

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